12.9.05

"Respuestas" - Felipe Gámez - 01-08-2005

Generalmente paseo solo. A veces camino durante horas sin rumbo porque lo que me impulsa no es la búsqueda de un lugar sino la de encontrar respuestas. Lo curioso es que con frecuencia las preguntas no me la hago yo sino que proceden de los sentires interiores de criaturas que bien mirado no existen; por ejemplo, de personajes surgidos entre las páginas de mis libros con el balbuceo incipiente e inseguro de todos esos interrogantes entre los que se esconde las pocas luces maravillosas que nos quedan. De pronto se muestran, los veo, están ahí mirándome fijamente, preguntando, y tampoco sabría decir de dónde vienen ni a dónde van... solo que acabo de darles un nombre y tienen hambre por saber... a veces, no siempre, no todas la veces, también quieren existir, tener un cuerpo, lo que llamamos entidad propia (identidad real) y no sólo verosimilitud. En literatura nos conformamos con que los seres y mundos de los que nos hablan los escritores sean verosímiles, pero por regla general cuando uno se comunica bien con ellos acabas descubriendo que quieren sacar sus vidas de los libros tanto como el adolescente quiere salir del cascarón de los padres. Entonces, y si uno es un escritor consecuente y comprometido con sus criaturas, sabe que no debe darles vidas sencillas, pueriles e insustanciales, (que en realidad son las nuestras) sino buscar para ellos esa panoplia de respuestas extraordinarias y reveladoras que nos devuelven al recuerdo de que alguna vez pensamos haber llegado a este mundo, y a este tiempo, con el encargo de cumplir una misión secreta, intensa y conmovedora que, además, un poeta del futuro cantó hace un millón de años. Bueno, si, paseo solo a la orilla del mar; me descalzo e interrogo a Málaga como si fuera uno de esos personajes que me invento. Entonces oigo al poeta que me dice: "Trato de recordar quien soy/ (el que pregunta) / cómo puedo aislar un punto / definido por su longitud y latitud / en ese mar de preguntas y respuestas / que viene recto de la belleza". Si fuera un artista plástico me vería ahí, en el centro de un cuadro que es a la vez la pregunta y todas las variantes de las respuestas posibles. Paseo sin moverme del sitio, indagando con la mirada o con el sentimiento dónde están las respuestas que necesito para añadir palabras a las propias palabras, preguntas a las pregunta que devuelvo sin responder. Quizá lo más difícil sea comprender que la pregunta se responde a sí misma tal y como el paseo se agota viniendo al punto de partida y cuando la pregunta enuncia un problema mal plateado sus soluciones son siempre respuestas incorrectas que nos llevan por caminos donde nadie nos conoce y donde las Málagas posibles son todas Málagas imposibles. Quizá yo pasee solo, descalzo y sin rumbo porque las respuestas me afectan a mí mucho más que a mis personajes o como si la realidad se invirtiera de cuando en cuando y yo fuera todos los personajes que preguntan y ellos los creadores que responden. Intuyo que el calor me cuece la mollera y no enriquece el caldo sino que lo abotarga en espirales de palabras camino de ningún sitio: una vez más el poeta me auxilia: "Ya puedo decir tu nombre / cuando amanece, / en esa hora del claroscuro / donde la esperanza oscila / y lentamente / va dejando que las cosas sean". Se me ocurre que si puedo decir tu nombre, nombrarte (un modo de saber quien eres) tengo los mismo motivos para nombrarme, es decir de saber quien soy, en qué coincidimos, por qué preguntamos las mismas cosas y en qué respuestas nos descubrimos semejantes. Cuando escucho: “Dios es la respuesta a todas las preguntas”, me calzo y vuelvo a casa. Mis personaje son en cuanto aparecen preguntando; sin duda para ellos soy Dios, por eso esperan de mi, ¡pobres diablos!, todas las respuestas.

Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.