31.1.06

"Fantasmas" -29/01/2006 - Felipe Gámez

Parece que la gente va y viene a nuestro alrededor, que los días pasan... no es más que un cálculo subjetivo, como muchos otros. Si me pongo a pensarlo descubro que fui yo quien se movió de sitio y que no pasaron los días... pasé yo. Por ejemplo: ahora vivo en otro barrio y mis vecinos, siendo como yo, siervos in actu de la gleba, se parecen poco a los que tuve nada más venir de Barcelona, allá por los noventa del pasado siglo XX. “Has caído de pie, -me dijeron- vives en un bloque de funcionarios: gente que recibió la bula para mamar de la teta gorda”. Por entonces no sabía muy bien qué significaba aquello y lo asocié al socorrido: gente con suerte. Lo tomé como un buen augur: es preferible rodearse de personas suertudas que dejadas de la mano de Dios. El caso es que por entonces uno de aquellos vecinos fue propuesto para un ascenso significativo: de un plumazo lo pasaban de categoría D (culichichi de 30) a C (mando intermedio) y quienes lo conocían no alababan sus méritos personales, currículum, capacidad, no. Se rumoreó que había changüí político de por medio: promocionaban a un cabeza de turco, uno que haría el “trabajo sucio” sin hacer preguntas. Entre el funcionariado vigente la lepra del enchufismo es el niño bonito de la gangrena. Antes de que la promoción fuera un hecho aquel tipo y yo trabamos alguna clase de amistad. Coincidíamos en el gusto por pasear cuando todo el mundo echa la siesta. Nos encontrábamos en el Paseo Marítimo y surgía la conversación. Me pareció un hombre tímido, simple y algo solitario que mata el tiempo de la modorra sin saber que es el tiempo quien le mata a él. Al mudar de categoría él también cambió: se hundió más en sí mismo, empezó a marcar distancias y perdió aquella pizca afable. Salía menos y cuando se lanzaba a la calle en vez de pasear hacía footing. Se cruzaba conmigo a la carrera y sin parar de agitarse hilvanaba cuatro palabras: “Todo bien -decía-, mucha responsabilidad... pero bien. Voy deprisa... voy deprisa”. Parecía el conejo ligero de Alicia en el país de las maravillas. Algún tiempo después, sorprendentemente me invitó a visitarle en su despacho. “Pásate -dijo- y nos echamos un cafetito”. Cuando pregunté por él a la chica de recepción se puso seria y dijo: “Espere”. Dejó pasar el tiempo adrede y cuando quiso le advirtió sobre mi presencia. Durante la espera pude de ver que nadie le apreciaba y capté rumores sobre su responsabilidad en una política de personal zafia... Él dijo: “Soy quien da la cara, ¿comprendes? Alguien tiene que hacerlo. Está incluido en el jornal”. No vi tristeza en él, ni siquiera pretensión de parecer inocente. Cuando le pregunté: ¿y qué sientes?, él fue escueto: “Desilusión”. Tras esa visita nos perdimos el rastro. La vida del funcionario tiende a la inmutabilidad, frente a la del común de los mortales, algo más dinámica. El caso es que lo encontré hace poco: yo iba en pos de algunas gestiones con la Administración y él salía. De un vistazo supe que no andaba bien y él dijo: “llevo meses de baja”. El encuentro actuó en él como un grifo que pasara meses goteando y la corrosión hubiera gastado toda contención frente al dolor. ¿Qué pasó?, inquirí luego acodados ante unas cañas. Él dejó ir las alas rotas de unos ojos vacíos, apretó las quijadas y dijo: “Los políticos son aves de paso... hoy están mañana no. Tuve un puesto de confianza y esos cargos terminan antes o después”. Fui ácido, quizá borde al aducir: ¿y dónde está el problema? Tienes una pinta horrible. El puyazo le llegó hondo y le hizo trastabillar. Esbozó una media sonrisa perruna y replicó: “Creemos en las cosas de un modo desmesurado. Recibimos un don y nos agarramos al Santa Rita, Rita lo que se da no se quita. Cuando nos quedamos sin él ... regresa el vacío anterior”. Apuró la cerveza de un sorbo y ya más frío añadió: “Por orden de mi psiquiatra llevo meses queriendo verbalizar por escrito mis sentimientos y, ¿sabes?, esta mañana escribí algo asombroso. - Sacó un papel arrugado del bolsillo y leyó: “Soy como el fantasma al que de pronto, un diablo cojuelo le ordena: ya no asustas a nadie idiota. ¡Quítate la sábana!”

23.1.06

"Canción de la mujer madura" - Felipe - 22/01/2006

“Vale Felipe, ¡lo sé!, todas las grandes mujeres fueron ignoradas... pero yo no soy una gran mujer y quiero tener éxito inmediatamente”. Me lo decía frente a un almuerzo vegetariano en el Cañadhú y yo la miraba desenvolverse con la vehemencia que la caracteriza y que sobre el escenario, pasadas las doce de la noche, es melodía ilimitada, dulzura en estado puro. Su voz, plena de armónicos, es una delicia incluso cuando, como en esa ocasión, hablaba con la boca llena. Yo le decía: ¿Por qué te quejas? ¡Eres famosa! Vendes discos por un tubo y sé que te estás forrando. Se puso tensa, me miró más seria de lo habitual y yo sentí la tentación de soltar una frasecita al hilo: “Cierra esos ojazos o me voy a caer dentro". No lo hice. “Por favor, Felipe, amigo, no hablo de dinero! -dijo en un susurro y como si me viera espeso-. No eres tan superficial y me consta. Cuando hablo de “éxito" quiero decir ser capaz de escribir una canción que no pase de moda, que se quede aquí, ronroneando en el tiempo incluso después de mi. Ya tengo una edad y soy famosa, cierto, la gente me acepta y compra mi música en vez de jugármela en los top manta... pero esto, ¡mi amigo!, no ha terminado, ¡no hizo más que empezar! ¿Entiendes por donde voy?" Ella no lo sabe, aún no tuve ocasión de decírselo pero le temo como a una vara verde. Cuando viene a verme es porque lo tiene todo bien masticado y necesita buenas conclusiones, ajustar cuentas consigo misma, rematar sus propias ideas. Una vez hablamos de que en música, como en todas las artes, tendemos al estancamiento, a repetir lo que funciona y a quedarnos lastrados en un soniquete feliz y pegadizo. ¿Entiendes por donde voy? preguntaba y yo no quería decir: o te explicas mejor o no entenderé nada. Era como tantear en la oscuridad, aventurase en arenas movedizas. Pregunté: ¿Qué pasa por esa cabecita? No vives en Málaga, es invierno y estamos lejos de tus rutas habituales. Me llamaste y luego has hecho un largo viaje para venir. ¿Puedo saber qué te preocupa? Has venido por algo y ahora que estás aquí no quieres contarlo. Se puso a comer de un modo ansioso y en unos minutos limpió el plato. Luego y aún con los labios manchados dijo: “Una vez más pondré a prueba tus dotes intuitivas. Ya sé que al respecto estás bien dotado -sonrió por la picardía- por eso estoy aquí, pero me preocupa si esta vez serás capaz de captar algo. Si conseguirás oler siquiera el meollo de lo que llevo meses rumiando. Supongo que lo habrás oído ya: hace más de un año que no escribo nada. ¡Nada, ni una canción!". Hice una leve señal de asentimiento. Escucho mucha radio y esos cotilleos están a la orden del día. Estás varada, en el dique seco -dije yo, y ella asintió con un gesto-. Es normal, llevas años en una producción continua, de cuando en cuando hay que parar, dejar que los mares interiores se revitalicen. Tómalo como una parada biológica. Ella apretó los labios, no le decía nada que no se hubiera planteado ya. “Es otra cosa -dijo cansada-. Algo se ha muerto dentro de mi y no hago más que hurgar en las entrañas de un cadáver". Esas palabras me sonaron y se lo dije: Escuché eso mismo respecto a tus anteriores parejas. Cuando algo tan hondo se muere es el momento de cambiar el chip. Su rostro se iluminó en el acto. “Sigue" -dijo temiendo que no supiera decir nada más- cambiar hacia qué, hacia dónde". Por ejemplo tus letras, dije, el tipo de música. “Vale -dijo ella- dame un tema". El título se asomó a mi cabeza: “Canción de la mujer madura". En unos segundos su ojos se arrasaron en lágrimas. ¡Dios mío! -dijo-. Estaba tan cerca. Se levantó pagó la cuenta y nos fuimos agarrados del brazo hasta el Paseo de la Farola. Esa misma noche voló lejísimos y desde el invierno pasado espero esa canción en un CD. Volviendo del aeropuerto me sentí solo. Málaga corría alocada en todas direcciones, como siempre. Alguien se atravesó delante de mi coche y tuve que frenar. Hacía un frío atroz y una voz dentro de mi dijo: estas solo cuando no necesitas a nadie... y nadie te necesita.

17.1.06

"Cría cuervos" - Felipe Gámez - 16-1-2006

Dice nuestro refranero: “Si no perdonas al ignorante y no sufres al loco, tú eres otro”. Quizá el don esencial de la inteligencia no sea la memoria, como algunos intelectuales piensan, sino el perdón. O tal vez deba decir, la memoria perdonadora, en franca oposición al que perdona porque olvida. Otra cosa es hacerse mayor e ir cayendo en el alzheimer y otra, como dice Manuel Vicent, “que el paso del tiempo convierte la memoria en imaginación”. Todo esto lo recordaba, no hace tanto, un malagueño insigne al que en verdad conozco poco por mucho que nos hayamos crujido la badana por ahí cada vez que nos cruzamos. Coincidimos por un casual: alguien me invitó a una conferencia suya sobre un tema inquietante: “Claves sobre la amistad entre escritores”. Su tesis era que entre personas del mismo oficio no fructifica la amistad plena, salvo en casos excepcionales. A su juicio, la “intra competencia”, como él la llamó, crea zonas de relación inseguras, propicias a la desconfianza y donde los sentimientos oscilan ambivalentes entre las cartas que se muestran y las que se ocultan. Casualmente esa tarde yo estaba inspirado y le rebatí algunos puntos de vista que consideré dudosos. La recuerdo como una discusión apasionada por mi parte y con algo de mal talante por la suya. Claramente disgustado él agradeció mi intervención con una mirada fulminadora, que lejos de amedrentarme espoleó mi vena guerrera. La sangre no llegó al río aunque eso no evitó ojeadas rencorosas en las que me fusilaba con redoble de tambor. Después y para quitar hierro al asunto nos fuimos en grupo a tomar unos vinos a esa bodega tan malagueña conocida como “la casa del guardia”, aunque su nombre real sea “Casa de guardia”. Sin embargo, desde entonces caló entre nosotros una sombra de fastidio que impide una relación normal por su parte y por la mía. En sus esquemas no entra el incordio cojonero del que ve los puntos flacos, y en los míos el que los llamados críticos no soporten la crítica. “Cría cuervos”. Decía rodeado de sus adeptos en una reunión casera a la que me invitaron como una oportunidad única de espiar mi culpa y aspirar a ser aceptado por el “maestro”. Esa tarde su tesis era que la Literatura (con mayúsculas) siempre será minoritaria, un coto vedado al vulgo vulgaris y Casino de las grandes cabezas. “Popularizarla -decía engolando la voz- es como criar cuervos o dar perlas a los guarros”. No es mi estilo entrar a degüello como fue mi impulso inicial sino que más fríamente desmonté, pieza a pieza, las ínfulas crónicas de un necio malandrín y provinciano, refugiado en los periódicos de Málaga porque es uno de los pocos sitios donde su mediocridad aun pasa desapercibida. Fue una discusión larga y agria, de las que llaman “a calzón quitado” y en la que el pobre universitario que lleva dentro hizo una exhibición fervorosa, fragante e insostenible de vergonzoso elitismo. En mi opinión hasta él mismo llegó a percibir que cuanto más cerrada era su defensa más abyecta y desafortunada aparecía, incluso ante sus seguidores, entre los que surgieron disensiones mas o menos acaloradas. El “santon” de las letras y la cultura malagueña se desmoronaba a la vista de todos y en su acaloramiento mostraba la violencia grandilocuente de los que han conseguido cuanto tienen como esos cuervos que al crecer te sacan los ojos. Se produjo una desbandada general y yo me sentía como quien quemó sus naves. Al final nos quedamos solos, envarados y un poco tristes. Sobre la casa cayó aquel silencio en el que parece que todo fue dicho cuando en realidad nada esencial se ha dicho aún. “¿Quieres un té?”. Preguntó y yo dije: un menta poleo, por favor. Si el alcohol destapa la inhibición las infusiones, a veces, posibilitan comunicarse. “No eres uno de esos izquierdistas de mierda”. Dijo él. Yo pregunté: ¿Y tú, eres tan fachoso? “No creo, -dijo él- al menos no tanto como puede parecer”. Al despedirme nos estrechamos las manos con fuerza. Quizá la inteligencia perdonadora se había manifestado pero nos llamamos poco y a veces si me invita a sus cenáculos exclusivos me excuso cortésmente.