17.1.06

"Cría cuervos" - Felipe Gámez - 16-1-2006

Dice nuestro refranero: “Si no perdonas al ignorante y no sufres al loco, tú eres otro”. Quizá el don esencial de la inteligencia no sea la memoria, como algunos intelectuales piensan, sino el perdón. O tal vez deba decir, la memoria perdonadora, en franca oposición al que perdona porque olvida. Otra cosa es hacerse mayor e ir cayendo en el alzheimer y otra, como dice Manuel Vicent, “que el paso del tiempo convierte la memoria en imaginación”. Todo esto lo recordaba, no hace tanto, un malagueño insigne al que en verdad conozco poco por mucho que nos hayamos crujido la badana por ahí cada vez que nos cruzamos. Coincidimos por un casual: alguien me invitó a una conferencia suya sobre un tema inquietante: “Claves sobre la amistad entre escritores”. Su tesis era que entre personas del mismo oficio no fructifica la amistad plena, salvo en casos excepcionales. A su juicio, la “intra competencia”, como él la llamó, crea zonas de relación inseguras, propicias a la desconfianza y donde los sentimientos oscilan ambivalentes entre las cartas que se muestran y las que se ocultan. Casualmente esa tarde yo estaba inspirado y le rebatí algunos puntos de vista que consideré dudosos. La recuerdo como una discusión apasionada por mi parte y con algo de mal talante por la suya. Claramente disgustado él agradeció mi intervención con una mirada fulminadora, que lejos de amedrentarme espoleó mi vena guerrera. La sangre no llegó al río aunque eso no evitó ojeadas rencorosas en las que me fusilaba con redoble de tambor. Después y para quitar hierro al asunto nos fuimos en grupo a tomar unos vinos a esa bodega tan malagueña conocida como “la casa del guardia”, aunque su nombre real sea “Casa de guardia”. Sin embargo, desde entonces caló entre nosotros una sombra de fastidio que impide una relación normal por su parte y por la mía. En sus esquemas no entra el incordio cojonero del que ve los puntos flacos, y en los míos el que los llamados críticos no soporten la crítica. “Cría cuervos”. Decía rodeado de sus adeptos en una reunión casera a la que me invitaron como una oportunidad única de espiar mi culpa y aspirar a ser aceptado por el “maestro”. Esa tarde su tesis era que la Literatura (con mayúsculas) siempre será minoritaria, un coto vedado al vulgo vulgaris y Casino de las grandes cabezas. “Popularizarla -decía engolando la voz- es como criar cuervos o dar perlas a los guarros”. No es mi estilo entrar a degüello como fue mi impulso inicial sino que más fríamente desmonté, pieza a pieza, las ínfulas crónicas de un necio malandrín y provinciano, refugiado en los periódicos de Málaga porque es uno de los pocos sitios donde su mediocridad aun pasa desapercibida. Fue una discusión larga y agria, de las que llaman “a calzón quitado” y en la que el pobre universitario que lleva dentro hizo una exhibición fervorosa, fragante e insostenible de vergonzoso elitismo. En mi opinión hasta él mismo llegó a percibir que cuanto más cerrada era su defensa más abyecta y desafortunada aparecía, incluso ante sus seguidores, entre los que surgieron disensiones mas o menos acaloradas. El “santon” de las letras y la cultura malagueña se desmoronaba a la vista de todos y en su acaloramiento mostraba la violencia grandilocuente de los que han conseguido cuanto tienen como esos cuervos que al crecer te sacan los ojos. Se produjo una desbandada general y yo me sentía como quien quemó sus naves. Al final nos quedamos solos, envarados y un poco tristes. Sobre la casa cayó aquel silencio en el que parece que todo fue dicho cuando en realidad nada esencial se ha dicho aún. “¿Quieres un té?”. Preguntó y yo dije: un menta poleo, por favor. Si el alcohol destapa la inhibición las infusiones, a veces, posibilitan comunicarse. “No eres uno de esos izquierdistas de mierda”. Dijo él. Yo pregunté: ¿Y tú, eres tan fachoso? “No creo, -dijo él- al menos no tanto como puede parecer”. Al despedirme nos estrechamos las manos con fuerza. Quizá la inteligencia perdonadora se había manifestado pero nos llamamos poco y a veces si me invita a sus cenáculos exclusivos me excuso cortésmente.

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