16.12.05

¡Oh, sorpresa! Este no es de Felipe :-)

¡Qué barbaridad!. Este blog está más alicaído que mi ánimo todos los días 22 de diciembre, a las 14,00, cuando compruebo una vez más que ¡nada!, no me ha tocado nada. Si no fuera por los artículos de Felipe Gámez, que amablemente me los manda para su publicación, estaría casi tan vacío como el de mi buen amigo Peter.

28.11.05

"Doble o nada" - F. Gámez - 28-11-2005

Decidieron encontrarse en terreno neutral: mi casa. Ella llegó primero, guapísima, escultural, un cuerpo en el que todo parece pensado para... hacernos a soñar despiertos. Él se hizo esperar. No habíamos tramado nada, o al menos así lo creo. Una semana antes ella hizo por verme. "Eres amigo de ambos - dijo tras el saludo- y ahora me haces falta". No necesité recordar que en ellos hallé compañía, comprensión y esos brazos sinceros y afables tan bien recibidos durante los días oscuros de mi ruptura matrimonial. Pudo parecer que venía a cobrar el favor pero pensé que su actitud rígida y nerviosa se debía a otras causas. "Creerás que estoy loca -dijo hurtando la mirada- pero no, sólo quiero recobrar lo que es mío". Mas tarde hablé con él. Dije: está loca, pero con esa locura del amor, tan antigua y tan bella. Él dudó. Dijo: "huummnn, no te fíes. La conozco y es tan peligrosa como el lazo corredizo que ponen al reo antes de colgarlo. Estuvimos diez años juntos y todo lo que me enseñó se resume en una palabra: desconfiar. Por conseguir lo que quiere es capaz de todo pero cuando lo alcanza ¡termina su interés! Como si se saciara antes de probar nada". Era sincero en lo que decía pero tal vez captó una chispa de resentimiento en él porque dijo: "de todas formas oigámosla. Vendrá con excusas, con lagrimas de cocodrilo. Es de esa clase de personas que no ven sus errores y me apetece ver como repta, como se arrastra y culebrea". Me sorprendió porque no era el amigo de siempre sino alguien más oscuro y enigmático. Su separación sentimental me "tocó" por dentro, eran buenos amigos y me entristecí pero nada se habló entonces de las causas que, como es obvio y natural, sólo a ellos atañía. Quien pasó por un trance similar sabe hermanarse en el dolor, apreciar su hondura; por eso, viéndole "tocado" le ofrecí y él aceptó pasar una temporada alojado en mi casa. Fueron días intensos en cuanto a lo verbal pero él supo guardar sus sentimientos a una prudente distancia. Cuando ella quiso verme lo primero que hizo fue sondear mi conocimiento del asunto y al percatarse que nada sabía dio el siguiente paso: "Le quiero -dijo- y debo recobrarlo". Voy contra corriente y lo sé. Si la gente opta por invitar a los amigos fuera de casa yo disfruto en el diseño y preparación del menú, que sin duda será laborioso pero más sano y satisfactorio para todos, incluyéndome a mi. Esa mañana puse manos a la obra y preparé el almuerzo que devolvería a mis amigos, si no el deseo, sí la cordialidad... pero no funcionó. La comida fue tensa y a los postres estalló la tormenta. Él decía: "jugaste al doble o nada y perdiste. Reconoce que son malas artes, juego sucio". Ella se defendió: "¡Soy así! Deberías saberlo, conocerme... lo necesito." Yo estaba en medio y puedo decir que la entendía pero también lo entendía a él. Ella decía: "Soy de ese modo y no cambiaré". "Yo tampoco". Dijo él levantándose airado. Luego me hizo una señal con el dedo y se fue. Mientras yo quitaba la mesa ella evaluaba los resultados de la reunión respecto a sus expectativas y acabó en una llantina que duró un buen rato. No comprendía. "¿Qué ha pasado? -preguntaba-. Yo le amo... ". Pasamos la tarde midiendo argumentos, razones, excusas que sirvieran para el consuelo, y se quedó a cenar para seguir investigando. A veces, sentados en el sofá, ella deslizaba su mano entre mis piernas y distraída hablaba, pensaba y palpaba a la vez. "Soy una mujer ardiente -decía- ¿qué hago?" A mi juicio la situación era impropia, había algo inoportuno en todo aquello: la amistad, la tensión del almuerzo... qué sé yo. Noté cómo ganaba terreno: "Dame cobijo por esta noche". Le ofrecí la habitación de mi hijo ausente. "¿Pero de qué hablas?", quiso saber; como si en el umbral de sus luces no cupiera mas luz que la suya. Fue inútil dar mil argumentos en contra, los rechazó todos y no cejó en su empeño hasta oírme decir: sí, vale, de acuerdo, hagamos el amor. Entonces pidió unos minutos para ir al baño y mientras yo esperaba en el dormitorio oí la puerta de la calle al cerrarse. Mas aliviado que sorprendido comprobé que se había largado.

21.11.05

"Autosuficiencia" - Felipe Gámez

Paseábamos cogidos de la mano y yo pensaba: ¿qué será más real el frío (invitado seguro de aquella Navidad) o el corazón que arde embelesado? Por lo que recuerdo, Málaga caía desde el cielo y ella preguntaba: ¿donde estás? . "Estamos soñando", respondí. Ella sonrió y me apretó un poco los dedos para hacerme sentir que el sueño era real. Veníamos de tomar un chocolate caliente cerca del Erosky e íbamos, sin prisa, en dirección a calle Larios. Málaga fulgía como salida de un Christma navideño y, ante la belleza de la ciudad festiva me estremecía y daba vueltas a la idea de que no figurábamos en una simple postal sino en el metraje inesperado de una película rodada por un alegre turista japonés. Dándole cuerda a lo imaginario nos vi pasando ante la cara incrédula del turista y su familia que preguntaban si cuanto fue filmado era real; es decir: si Málaga engalanada para dar la Buena Nueva tiene otros trajes menos suntuosos o siempre muestra la bella fugacidad del espejismo, cristalizado digitalmente, en la novedad del instante irrepetible. Caminábamos y me dejaba llevar por tales visiones cuando ella insistió: "¿Estás aquí o en alguno de tus mundos?". Esta vez sonreí yo y le apreté un poco la mano para darle a entender mi proximidad y con ella que la realidad (al menos para mí) entrevera unos mundos con otros en un delicioso patiche . "Lo sé, -dijo-. Te voy conociendo y a veces esa mirada especial indica lo muy lejos que te hallas". No era un reproche sino un sustantivo destinado a fijar mi atención. Un modo sutil de hacer saber que si aceptas una invitación para salir adquieres responsabilidades concretas. Anochecía... o amanecía (no sabría decirlo) e íbamos de la mano, como si uno fuera el lazarillo del otro. De repente, mientras cruzábamos la amplia Alameda Principal ella se paró en medio de la calzada y dijo: "Hay poetas que son maestros de la autosuficiencia y parecen inmortales porque no se implican, ven las miserias del mundo y no sufren porque, cobardes, rehúsan bajar a la arena y pringarse. Los pocos casos en los que el poeta quiso hacerlo fue vencido por la realidad, es decir: aniquilado". El semáforo estaba abierto para los peatones pero en alguna parte de sus tripas algo descontaba los segundos. Cuando el tráfico rodado se reanudó y empezó el piterío ella me sujetó. "¡Quieto! -dijo- No te pongas nervioso y bésame". Mas tarde supe que indagaba en el tipo de poeta que no soy. No nos mataron de milagro. "Gran parte de la poesía actual me parece patética -dijo luego camino de su dormitorio- una burla blandengue y falaz a la inteligencia del que ama lo verdadero. El poeta que me interesa acepta bajar a la arena, y si se tercia, ser destruido. ¿Porqué no? Sin muerte no hay resurrección, es decir: eternidad". Yo la seguía con dificultad, a veces ensimismado y a veces pensando muy deprisa. Ella, quejosa, decía: "No me jodas, ¿vale? No me defraudes. No te perdonaría que te pongas como Paulo Coello y hables de Málaga como una ciudad bella y sin maldad. ¿Entiendes lo que te digo? ¡Málaga es el puto infierno! O si lo quieres fino, la puta del paraíso. Esa clase de puta que tras darte todo el placer te apuñala por la espalda". Pertenece a esa clase de individualidades poderosas que pueden permitirse ir por libre. Lo nuestro duró (como dice Sabina) lo que un trozo de hielo en un whisky on de rock. Las coincidencias en su cama o en la mía ralearon y ahora nos vemos para charlar a solas, quiero decir: a medio camino entre sus mundos y los míos. Me considera, un "buen tipo equivocado", aunque ya conseguí -menos mal- que no me asocie a las blandenguerías "sin chicha ni limoná" de Paulo Coello, "un maestro moña de la autoayuda para maris caseras y tiernas". Para ella Málaga era la peor ciudad del mundo, un infierno de locura e iniquidad. Le faltaba descubrir lo que de veras necesitaba: enamorarse. Pasados unos meses él apareció en su vida, un cowboy duro y autosuficiente. "Ocurrió -dijo al encontrarnos, y sonreía llena de vida-. He cambiado, sabes. Aquella pátina de autosuficiencia ocultaba ¡tantos miedos!".

18.11.05

"Una mente maravillosa" - Felipe Gámez

No puede ser, pensé. Es demasiado perfecto. Demasiado educado para ser auténtico. La frase estaba subrayada en un artículo de Javier Pérez-Reverte que me dejó a leer mientras apostillaba con un hilillo de voz: “Lo típico”. ¿Recuerdas? Lo que llamábamos un repelente niño Vicente. Pérez-Reverte no es un escritor de mi comunión, me interesa como articulista y poco más así que leí la carilla corta, escueta y bien escrita que me tendía. El niño del tren, un relato breve, tal vez inventado, en el que don Arturo explicaba cómo la realidad es y no es a despecho de nuestros esquemas habituales. Hace años que se extiende la idea del niño-joputa, del nene muñeco diabólico, de la criaturilla-cabrona que te mira con ojos azucarados mientras te endiña una patada en las espinillas sonriéndote angelical. Leí, tal y como él quería (me había traído el recorte para argumentar algo) y al final del artículo el escritor saldaba el asunto en contra de lo esperado. El buen-zagal, de nueve años, subía con su madre al tren en Valencia y luego la señora se apeaba dejándole al cuidado de la preciosa educación recibida. El escritor, entre incrédulo y admirado, describía al chavó parándose en el comportamiento adecuado, correcto, ensimismado en cuestiones criaturiles pero atento a las normas de conducta y a las buenas costumbres de los adultos, y venía a concluir en que tales casos existen aún porque en alguna parte de nuestra desgarbada sociedad quedan padres sensatos, adultos conscientes, incansables y además buena gente que siguen dando al mundo pequeños seres humanos esenciales. Finalizada la lectura él aguardó a que yo diera una opinión autorizada que temo resultó fallida por completo: No sé –dije-. Es un buen artículo. ¿Qué puedo añadir? Si me apuras... tal vez diga que me suena a invento literario para rellenar la página con una historia aceptable. “Vale, -dijo él-, yo también lo pensé pero... ¿y si te dijera que me he topado con ese niño, más de una vez, yendo en Talgo a Madrid?” “¡Ah, sí! Exclamé. ¿El mismo crío? ¡Hombre, no exactamente el mismo! Entiéndeme -dijo él-. Hablo de un pequeño bribonzuelo como el que describe Pérez-Reverte. Ya sabes un niño como los de antes: sensible, que cede el paso a las personas mayores y ha recibido de sus padres la buena enseñanza, básica imprescindible”. Mi expresión tal vez entre dubitativa e incrédula le hizo proseguir: “Cada vez que iba a Madrid lo veía, en serio, un crío modélico, tranquilo, silencioso, con sus mofletes sonrosados, la mochila y los comic... ¡parecía tan real! Ya sabes: Las piernecitas colgando, balanceándolas pero sin molestar. Una vez me senté a su lado y percibí su olor, el calorcito del cuerpo, esa mirada limpia, inocente con la que al final recuerdas tu propia infancia... porque, pese a que ya esté lejos, todos fuimos niños alguna vez.” Escuchándolo noté su agitación, la importancia que daba a la historia. Nos conocemos desde hace tiempo y a veces hablamos de la enseñanza y de su trabajo como profesor de Lengua y Literatura. Sus opiniones y las mías no siempre coinciden pero guardamos la prudente compostura del respeto. “Te aseguro que esos niños no existen, ¡son historias urbanas! –decía-. Los últimos de esa clase de jóvenes fuimos nosotros... los que vinieron después son pequeños tiburones.” Tras pensarlo a conciencia logré despejar la incógnita y en el último viaje llevé un alfiler. Sonrió misterioso y yo sentí un escalofrío. Aunque te cueste creerlo el crío no era tal sino un globo. ¡Un globo! ¿Entiendes? Pensé que si lo pinchaba haría ¡plum! Sorprendente, ¿verdad? No para mi. Se llama experiencia: veinte largos años soportándolos. Al final fue sencillo: subí al tren, me senté a su lado y cuando le vi distraído le metí el alfilerazo. Curiosamente no estalló, al sentirse descubierto me miró sorprendido, hizo una mueca horrenda y se deshinchó poco a poco. Suspiré conmovido mientras él decía : “Ahora estoy de baja por estrés... pero mi cabeza funciona de maravilla”.

30.10.05

"Los gordos también aman" - 28/10/2005 - Felipe

"Impares es una asociación gestada en Europa. Esa Europa cansina que se queda sola en medio de un sueño (mitad real, mitad ficción) llamado abundancia". Me lo contaba Alfons, un catalán canoso y reondillo que vive en el ensanche barcelonés y que vino a Benalmádena a pasar las vacaciones. Una noche me llamó desde el hotel y fui a verle. "Eres uno de los pocos amigos que me quedan", dijo, atrapándome con sus ojillos de búho melancólico. "Mis ciento veinte kilos de humanidad me alejan de la manada... soy como una futura estrella que acumula material y un día, no lejano, ¡brillará con luz propia!. Disfruto de veras con su compañía: habla y piensa como los genios, es ocurrente, tiene un sentido del humor envidiable y está solo porque todas sus chicas terminan enfermando. "De personas normales y sanas -decía- van cayendo sin saber como en la anorexia más enfermiza que existe y las que no se mueren me abandonan. "¡Tranquilo!", dijo al notar en mí un espasmo nervioso. "No corres peligro, ahora nos vemos poco y mis gracias sólo engordaran el velamen literario. Te gusta mi conversación porque le pongo humanidad y un lenguaje rico y sorpresivo". Alfons trabaja de cajero en un banco del Paseo de Gracia barcelonés y es más pijo de lo que parece. "Mi universo emocional -decía esa noche- se reduce al coqueteo intempestivo y salvaje con la nevera. Te sorprenderías de lo violentas que llegan a ser nuestras peleas... pero nos entendemos. Ella me da... yo le doy... es como el feedback con cualquier mujer, nos retroalimentamos mutuamente... la diferencia es que ella mantiene el tipo y yo engodo". El vernos esa noche ya había cenado, le hallé tendido en una hamaca de playa, ocupando media terraza y nos pusimos a llenar de amistad esas horas del aburrimiento en las que la digestión no deja pensar con claridad. El decía: Matemáticamente se dice que un número entero, m, es impar si y solo si existe otro número entero, n, tal que: m = 2 Hn + 1. En la práctica, esto quiere decir que es impar todo número entero que termine en 1, 3, 5, 7 y 9. Pensé que el hartazgo lo hacía delirar pero precisó con rapidez: "Sí hombre, hablo del Club de los impares. ¿No me digas que no lo oíste nombrar?" ¡Ah, sí! Dije yo sin tener mucha idea. Pensé que me aburriría mientras abundaba en los detalles. "Cuando me enteré de que en Barcelona existía el mismo Club de los impares que ya había conocido en Londres y París me inscribí. ¡Un fracaso! Sabes. No es un sitio donde en Barcelona quieran tener en cuenta a los pesos pesados". Supo por Internet que en Marbella abrían una see nueva del Club y que en julio montarían un fiestorro en Puerto Marina para celebrarlo. "¡Estaba por aquí y me animé con la fiesta!", decía él satisfecho. "No soy el mismo, he cambiado el chip y ahora busco a una gorda como yo. ¡Soy inteligente! ¿Cómo no me di cuenta antes? Si lo piensas como amigo verás que son las mujeres que me convienen, las únicas capaces de comprenderme sentado a la mesa. Las otras me hacían sufrir: "si no controlas la ansiedad reventarás", decían. "Bueno sí, vale. Tenían razón. Me molestaba y me jodía bastante porque tenían razón". La noche en Benalmádena era deliciosa, el mar traía hasta el balcón un soplo de salitre húmedo que daba una inexplicable sensación de frescor. Alfons peroraba: "Antes de venir a Málaga pensaba que la gente viviría sola en el futuro y que nos cagaría una gallina eléctrica. Mi cabeza estaba llena de malos augurios. Ya sabes, esas tristezas que endurecen el corazón". Unos golpes suaves sonaron entonces en la puerta de la habitación y él saltó de la hamaca con una agilidad envidiable. Literalmente empujándome dijo: "Ahora debes irte". Lo entendí al ver todo el marco de la puerta ocupado por una mujer negra que se movía ondulante al ritmo del rebalaje cercano. El dijo: "es el camarero cielo, ya se va". Al pasar ella guiñó un ojo, me dio 5 euros y cerró la puerta con el culo.

Nueva reunión de "LXI"

El pasado día 27 de octubre los lxi nos volvimos a reunir en la cafetería El Jardín, de Málaga, tras haber estado sin hacerlo bastantes meses. ¡Bienvenidas sean las nuevas reuniones!. Estuvimos ocho: Lourdes, Pedro, Lorenzo, Felipe y María José, Joan, Peter y Pepe. Como es tradicional, nos tomamos nuestra copita y una moderada ingesta de alimentos: cacahuetes y aceitunas. ¿Se puede ser más sobrio?. Lo importante de ese día fue el reencuentro tras bastante tiempo sin tener contacto físico entre nosotros. Esperemos que sigan las reuniones. ¡Hasta la próxima reunión, amigos lxi!.

4.10.05

"Sobre la atracción de los cuerpos" - Felipe

"Los cuerpos se atraen en el espacio en función de sus masas y del cuadrado de la distancia que los separa... según formula una ley física universal”. Me lo recordaba una tarde en la oficina Glenn Topkar, un escandinavo que llegaba a Marbella hacia primeros de mayo y todos los veranos, desde hace 5 ó 6 años nos alquila un equipo de sonido con el que potencia sus conciertos en el “Saxo Club” de Puerto Banús. Hacia noviembre regresa a Mehamn, una ciudad fría e inhóspita del norte de Noruega, según él para trabajar con su familia, poseedora con otros socios de una rica industria conservera. Allí pasa seis meses envasando arenques para dar satisfacción a los hermanos y reponer fondos. El resto del año se lo tira en Marbella, entregado a lo que según cuenta es la gran pasión de su vida: la música. Me dice: “Paso del norte del norte al sur del sur en menos de 10 horas y tardo semanas en aclimatar los termostatos naturales de mi cuerpo a las diferencias térmicas entre los bajíos helados del Mar de Barents y los chiringuitos calientes de Cabopino”. Me explica que habla un español de antes de la Guerra Civil aprendido de su padre, uno entre tantos idealistas políticos llegados con las Brigadas Internacionales, dispuesto a “chingarle un poquillo las cosas al dictador”. (Lo dice con esas mismas palabras). Todos los veranos viene, me recuerda a su padre, luego a Isaac Newton (ahora sé por qué) y nos alquila el equipillo con el que refuerza a su trabajo entre el miércoles y el sábado por las noches. El primer año me picó la curiosidad y fui a verle al Saxo Club. Un local pensado como punto de encuentro para entretener a las parejitas con posibles (una consumición allí cuesta una pasta) y sin abusar de su influencia (no pago un gui) voy un par de veces todos los veranos. Glenn Lleva la música dentro y siempre se entrega al instrumento (un saxo tenor) como si sus ídolos Sonny Rollins, Charlie Parker o Lester Willis hubieran venido a escuchárle. Resultó mágico, muy emocionante, las veces que le oí interpretar I’ve Found a New Baby. El año pasado se me acopló una colega. Una de esas mujeres que han transitado mis afueras mientras yo trataba de sondear sus adentros. Dijo: “Cielo, quiero ir contigo”, y no me sentí con fuerzas para negarle el capricho. Esa noche entendí a Newton y por qué a Glenn Topkar le importaba tanto que los cuerpos se atrajeran en el espacio. Coincidentes en edad y en ese punto de ebullición sanguíneo reinventaron para sí mismos eso que los románticos confesos llamamos “un flechazo caliente”. Este verano Glenn Topkar y su saxofón maravilloso no han vuelto al Saxo Club. Danni Cabello, propietario del bar y amigo suyo me llamó por si sabía algo. Olvidate de él, le dije, no volverá... en una temporada. Entiendo, dijo Cabello, aquella zorra...que trajiste... y yo dije: en Semana Santa les encontré en Munich. Glenn estaba muy cambiado, vestía a la última de la moda italiana y nada en él recordaba a sus pantalones vaqueros ni a su música. Se había cortado el pelo, rasurado la barba y su español era más aplomado y de derechas. Estaban de compras y él cargaba con los paquetes. ¿Parecían felices? Preguntó Danny Cabello a punto de romper a llorar. Yo dije: bueno, ella estaba radiante, guapísima!, él me pareció cansado. No le conté que tomamos unas cervezas juntos y que aprovechando que ella fue a empolvarse la nariz (en los sitios cerrados le suda el bigote), el nuevo Glenn Topkar me preguntó: ¿Puedes llevártela a Málaga de nuevo? Sonreí y respondí a la gallega: ¿Lo soportarías? Él bajó la mirada, una copia de los cielos más densos y dijo lacónico: No... No estoy seguro. Mojó los labios en la cerveza, se aclaró la garganta y me refirió un frase de Albert Einstein que no había escuchado antes: Ya sabes amigo que “no podemos culpar a la gravitación de que la gente se enamore”.

12.9.05

"Respuestas" - Felipe Gámez - 01-08-2005

Generalmente paseo solo. A veces camino durante horas sin rumbo porque lo que me impulsa no es la búsqueda de un lugar sino la de encontrar respuestas. Lo curioso es que con frecuencia las preguntas no me la hago yo sino que proceden de los sentires interiores de criaturas que bien mirado no existen; por ejemplo, de personajes surgidos entre las páginas de mis libros con el balbuceo incipiente e inseguro de todos esos interrogantes entre los que se esconde las pocas luces maravillosas que nos quedan. De pronto se muestran, los veo, están ahí mirándome fijamente, preguntando, y tampoco sabría decir de dónde vienen ni a dónde van... solo que acabo de darles un nombre y tienen hambre por saber... a veces, no siempre, no todas la veces, también quieren existir, tener un cuerpo, lo que llamamos entidad propia (identidad real) y no sólo verosimilitud. En literatura nos conformamos con que los seres y mundos de los que nos hablan los escritores sean verosímiles, pero por regla general cuando uno se comunica bien con ellos acabas descubriendo que quieren sacar sus vidas de los libros tanto como el adolescente quiere salir del cascarón de los padres. Entonces, y si uno es un escritor consecuente y comprometido con sus criaturas, sabe que no debe darles vidas sencillas, pueriles e insustanciales, (que en realidad son las nuestras) sino buscar para ellos esa panoplia de respuestas extraordinarias y reveladoras que nos devuelven al recuerdo de que alguna vez pensamos haber llegado a este mundo, y a este tiempo, con el encargo de cumplir una misión secreta, intensa y conmovedora que, además, un poeta del futuro cantó hace un millón de años. Bueno, si, paseo solo a la orilla del mar; me descalzo e interrogo a Málaga como si fuera uno de esos personajes que me invento. Entonces oigo al poeta que me dice: "Trato de recordar quien soy/ (el que pregunta) / cómo puedo aislar un punto / definido por su longitud y latitud / en ese mar de preguntas y respuestas / que viene recto de la belleza". Si fuera un artista plástico me vería ahí, en el centro de un cuadro que es a la vez la pregunta y todas las variantes de las respuestas posibles. Paseo sin moverme del sitio, indagando con la mirada o con el sentimiento dónde están las respuestas que necesito para añadir palabras a las propias palabras, preguntas a las pregunta que devuelvo sin responder. Quizá lo más difícil sea comprender que la pregunta se responde a sí misma tal y como el paseo se agota viniendo al punto de partida y cuando la pregunta enuncia un problema mal plateado sus soluciones son siempre respuestas incorrectas que nos llevan por caminos donde nadie nos conoce y donde las Málagas posibles son todas Málagas imposibles. Quizá yo pasee solo, descalzo y sin rumbo porque las respuestas me afectan a mí mucho más que a mis personajes o como si la realidad se invirtiera de cuando en cuando y yo fuera todos los personajes que preguntan y ellos los creadores que responden. Intuyo que el calor me cuece la mollera y no enriquece el caldo sino que lo abotarga en espirales de palabras camino de ningún sitio: una vez más el poeta me auxilia: "Ya puedo decir tu nombre / cuando amanece, / en esa hora del claroscuro / donde la esperanza oscila / y lentamente / va dejando que las cosas sean". Se me ocurre que si puedo decir tu nombre, nombrarte (un modo de saber quien eres) tengo los mismo motivos para nombrarme, es decir de saber quien soy, en qué coincidimos, por qué preguntamos las mismas cosas y en qué respuestas nos descubrimos semejantes. Cuando escucho: “Dios es la respuesta a todas las preguntas”, me calzo y vuelvo a casa. Mis personaje son en cuanto aparecen preguntando; sin duda para ellos soy Dios, por eso esperan de mi, ¡pobres diablos!, todas las respuestas.

Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

25.7.05

"A juego con la tapicería" - Felipe - 27-7-05

¿Te acuerdas de mi casa? –Preguntó templando la voz tal y como hacemos todos cuando alguien nos interesa o vamos a pedirle algo–. Yo dije: me acuerdo e ti, y de aquella reunión... pelín extravagante, en tu casa de Arroyo de la Miel. ¡Oh, bueno, vaya, sí! Dijo ella y me la imaginé tendida en el sofá con el teléfono en una mano y con la otra cardándose el pelo de un color malva tímido. ¿No te irías enfadado, verdad? Mi intención fue sana. Quise reunir a gente dispar con la esperanza de poneros a prueba y aprender de los conflictos. La intención pudo ser sana aunque estúpida y esa tarde, aunque la cosa empezó bien, terminó a hostias y en la melé hubo contusiones diversas, ojos a la virulé, más de una nariz tumefacta y algún que otro morrito como un bebedero de patos. Además de sana la intención debe hacer causa común con la inteligencia, que es quien toma las decisiones correctas, en función de los resultados pretendidos. Cuando la intención es buena pero disfuncional lo más probable es que salten chispas por algún sitio y la barbacoa termine en incendio. No hace falta estar muy puesto en lo intelectual para saber que la violencia es la razón de los que no tienen razón y que los ánimos se encrespan cuando se tocan posiciones políticas o religiosas. Esa noche ella aprendió o tuvo la ocasión de hacerlo, que el agua y el aceite no se mezclan si no es bajo presión, con lo que resulta un combustible malo pero capaz de devolvernos a los tiempos de Viacheslav Mijáilovich Skriabin, (Molotov). El problema es que me aburro y me da por pensar. –Dijo por el teléfono–. Tengo una edad difícil: por un lado no soy una jovencita que tenga la Universidad fresca y por el otro no soy tan mayor como para disfrutar de un aparcamiento tranquilo y silencioso. Me apetece regresar al mundanal ruido, recobrar la melodía de mi vida, tocar las teclas dormidas durante los últimos veinte años. Necesito saber que, si me lo propongo, aún puedo llamar a la acción. ¿Entiendes lo que quiero decir? Pensé que era un modo, entre sutil y femenino, de contarme al oído: nada me sale bien y estoy sola. Me reblandecí y dije: Échale menos morro y un poco más de seso criatura. Tienes mucho a tu favor: una inmejorable posición social y económica, el tiempo necesario y buenos contactos. Sé ingeniosa y sácales partido. La gente se reúne por intereses o afinidades, a veces por una mezcla de ambas cosas... nadie mezcla churras con merinas. Su casa frente al mar es un punto privilegiado de una costa privilegiada. Un lugar donde la belleza conquista por aplastamiento. Ella, consciente, trató de sacar provecho: Quise emular a todos los mecenas que adoro –dijo confusa–. ¿El objetivo? Formular un punto vital de encuentro capaz de servir de referencia entre saberes y culturas. Hasta ahí la intención. Los resultados, como ya sabes, se parecieron a un choque de civilizaciones. ¿No lo crees tú igual? Oí que preguntaba. La cuestión era: ¿Le cuento la versión larga o la corta? Era un sábado por la tarde, llovía a rachas y mi amigo, el ciego de calle Cuarteles, me había dicho: no vengas, salgo para Madrid. Ella dijo: ¿vienes a verme? Cuando llegué anochecía, el cielo se había caído al mar y por el aire pasaban peces voladores. ¿Los has visto? Preguntó ella y yo dije, sí. En la casa el silencio era como de porcelana, cualquier ruido podía romper adornos que habrían costado fortunas y que la perfecta temperatura mantenía en un estado de aparente ingravidez. Apareció deslumbrante, lo reconozco. Maquillada, y con un traje argénteo donde un grupo de gaviotas sobrevolaban sus senos hacia un lugar de seda íntima. No recuerdo el tiempo que había pasado entre aquella reunión inicial y esa tarde pero en las comisura de los labios, en las mejillas quedaban arreboles de un corazón insostenible. Se tendió en el sofá y dijo: he logrado la perfección. ¡Bah fíjate! ¡Observa! Es el color de mi pelo haciendo juego con la tapicería.

Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

12.7.05

"Hoy ya pensé demasiado" - Felipe - 11/7/2005

El verano lo reblandece todo. Si además agregamos que vivimos en un país blando (costumbres blandas, moral blanda, valores blandos...) llega un momento en que sobre primeros de julio, más o menos, casi todo en Málaga está entre líquido y gaseoso, hay quien diría que además altamente inflamable. Así es como me lo cuenta un amigo, no malagueño, al que tengo por un hombre fabricado con sólidos exactos e inalterables a la meteorología y a otros cambios, ya sea del clima, de las costumbres o de las ideas. Casi parece de Jaén, aunque tampoco lo sea. Desde que lo conozco, hará algo más de cinco años, mantiene y defiende sus posiciones iniciales con poco éxito, dicho sea de paso. En Málaga, un tipo como él resulta exótico. Pero no lo es o al menos a mi no me lo parece. "¡Ah, ese! –dicen algunos– no parece de fiar, habla poco y eso moquea". En Andalucía se lleva la locuacidad de los bares (aunque sea intrascendente) cuando uno habla acaba mostrando sus contenidos, los límites, esperanzas y temores que conforman el ser, sus pertenencias y sus carencias y esa información, si es reconocible tranquiliza al personal. Con mi amigo, al que llamaré Plinio (por darle un nombre que le va al pelo) sucede justo lo opuesto a la costumbre: no es que hable poco es que no habla en los bares y cuando lo hace, en petit comité, su conversación es tan rica, profunda y trascendente que si no le conoces suficiente puede asustar mucho. Nos vemos menos de lo que ambos quisiéramos, la vorágine cotidiana se lo lleva todo por delante a una velocidad endiablada y si no sucede algo que demande una reunión urgente pueden pasar meses sin que nos echemos de menos. Por suerte, un amigo es ese que está ahí (lejano o próximo) y deja cuanto tenga entre manos tan pronto escucha decir, "Rupert, te necesito". Hace unas noches me llamó: "Estoy cerca de tu casa –dijo– ¿puedo ir a verte?" Miré el reloj, me caía de sueño y llevaba cerca de diez minutos leyendo en la cama sin enterarme de nada; faltaba poco para que dieran las dos de la madrugada. Colgó y sonó el timbre de la puerta. Entró pidiendo un café y yo dije haremos una tila, y él dijo, perfecto. Hacía una noche típicamente juliana, los patios estaban abiertos y conversaban despacito con los hilos de una brisa madrugadora que era el susurro delicioso entre los montes de Málaga. Dejamos que las bolsas de infusión se deslieran contándonos levedades hasta que de repente le vi ponerse serio, abrir y cerrar la boca como si fuera un pez y le costara trabajo respirar. Me dio la impresión de verlo en alta mar sin tener a dónde a garrarse y como lo más a su alcance era la taza se lanzó a ella y se tomó la tila de un sorbo. ¡hey! dije, ¿qué prisa tienes? Entonces reparé en que dos gruesos lagrimones, como cerezas de temporada, rodaban sin entusiasmo por sus mejillas. ¡Tranquilo –dijo él sin interferir el camino de las lagrimas– no es nada grave, por suerte no afecta a mi salud o a la de mi familia, no debería estar aquí, molestándote con chorradas. ¿Chorradas? Pregunté yo y el dijo: "seguro... aún no lo sé". Entonces estás bien donde estás, dije afectuoso. Aquello hizo el efecto de una compuerta que se abre. "Vivo según un estricto orden de valores –dijo–, ser honesto, no hacer mal a nadie y no volcarme en empresas estériles. Pese a lo que digan por ahí mi vida es simple y tradicional: ya sabes, una familia estable, tres hijas que son una bendición y un hijo en el que había puesto muchas querencias. Vengo de tener una conversación de padre a hijo y él me ha preguntado, ¿me quieres papá? Más que a mi mismo. He dicho yo. ¿En cualquier circunstancia? Ha insistido él. ¡Claro que si!, he repetido. ¿Aunque fuera un asesino? Ha preguntado él para mi sorpresa. ¡Por supuesto, hijo! Seas lo que seas. He vuelto a decir. Entonces ha preguntado: ¿me querrías siendo maricón?" Fue como verle soltar algo duro. Se levantó y dijo: gracias amigo, estoy bien. Hoy ya pensé demasiado... mañana será otro día.

Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

4.7.05

"La carta, la piedra y el estanque" - Felipe - 4-7-2005

Málaga, julio de 2005
Querida mía :
las semanas pasan y tú ahondas en mi corazón como una piedra que alguien tira a un estanque. Ahora que reparo en ella me parece una imagen a la vez bonita y vertiginosa, ¿no te lo parece a ti? Intentaré explicártelo aunque sea a vuelapluma: Alguien pasea por un jardín secreto (lo imagino como un sitio privado o público pero donde entra poca gente) y llega a las inmediaciones del estanque con sus aguas serenas y apacibles; entonces lanza una piedra que lleva en la mano o quizá guarda. De este modo la piedra describe una suave elíptica, vuela unos segundos por el aire y traspasa la superficie con un sonido blando, ¡chof! En el punto de intersección se produce un movimiento circular ondulatorio y la calma lisa del agua rompe su quietud y reproduce unos círculos concéntricos que se amortiguan y tienden a desaparecer conforme se alejan del lugar donde se produjo el choque. Mientras la superficie ondula la piedra inicia una marcha, no menos secreta, hacia un lugar profundo, puede que ni siquiera imaginado. Penetra, primero con suavidad y luego acelera un poco, ahonda con decisión sorprendente hasta encontrar el fondo del estanque (en el caso de que tal fondo exista). Bueno, ¿qué piensas? Te parecerá raro pero son las seis de la mañana y me desperté para escribirte. La idea de la piedra y el estanque con sus imágenes madrugadoras me ha llegado a la cabeza nada más empezar y ahora trato de comprender por qué se me ocurrió tal cosa, cuál puede ser la relación con nosotros, y, puesto a sacar punta al asunto, cuál sería su significado profundo, si es que lo tiene o yo lo encuentro. Te decía que ahondas en mi corazón como una piedra que alguien tira a un estanque y en esa imagen yo soy el estanque y tu la piedra que profundiza. Por el momento no me ocuparé en saber quien o qué te lanzó hacia mi, sólo que hiciste ¡chof!, aquel día camino de Granada y que desde entonces profundizas cada vez un pelín más. Lo mejor es que el estanque (que soy yo) busca de igual modo penetrar en la piedra (que eres tú). Te lo cuento porque es muy divertido: al principio creí que eras como un canto rodado, ya sabes, uno de esos guijarros pulidos, relucientes y muy duros que el mar remueve y redondea sin parar; sin embargo pensé: da una impresión seria y un poco inalcanzable pero algo me dice que tanta dureza es sólo una pose. Nos encontramos y creo que de mantener la idea de que seas una piedra caída en el centro de mi vida, eres sin género de dudas una piedra preciosa. ¿He llegado al fondo de tu corazón? ¡Claro que no! Dicen que el corazón de la mujer es un misterio; quien ahondó en él volvió con la idea de que no tiene fondo o peor, que la mujer no tiene corazón. ¿Te imaginas? ¡Vaya pareja! Yo sin alma y tu sin corazón. Me he levantado filosófico, lo sé. Te confieso que mi estado natural es ese. Hay fines de semana que alterno, por la mañana soy un filósofo madrugador y por la tarde un poeta tímido y enamoradizo que se pregunta: ¿quién es esta mujer que profundiza en mi interior en busca de abarcar lo inabarcable... de comprender lo incomprensible? En el crepúsculo ya no hay preguntas, no las necesito, pienso en ti y en la oscuridad de la noche sale una luna grande y bella. Como todo el mundo, anhelo la felicidad. Voltaire decía: buscamos la felicidad sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una. Yo busco a mi compañera: la que llenará de ternura el amanecer filosófico, la que vendrá en la oscuridad de la noche y su desnudo será todo el amor que nos hace falta. Amanece y Málaga abraza el verano como si hubiera soñado con él... tanto como yo contigo.

Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

"Años luz" - Felipe Gámez - 13 de junio de 2005

Nos amamos y luego llegó el olvido. (El suyo, naturalmente! Ella es una de esas mujeres a las que si te acercas suficiente, y yo lo hice, escuchas como un silbido de fondo que se parece al de una espoleta adquiriendo velocidad. Una vez se lo hice saber en forma de pregunta (que es menos agresivo). Le dije: ¿Sabes que eres una bomba emocional? Y ella dijo: "Lo sé. Un día de estos haré, ¡batabúm! Así que procura no estar cerca". El día en que se fue dijo: "me voy porque te quiero". Las últimas noches la espoleta silbaba del carajo y yo, consciente de que me hacía un favor dije: gracias hermosa. De todas formas amenazó con volver. Dijo: "Chico, no estamos casados, sólo es un hasta luego... debo pegar por ahí algunos petardazos para quedarme tranquila". La conozco y se lo agradecí sinceramente, de algún modo me protegía y sé que entre nosotros hay más cariño del que parece. De todas formas las separaciones siempre son odiosas para los hombres y como ella lo sabía su beso final fue más profundo. Dijo: "tranquilo, no me eches de menos y ten siempre una botella de vino lista para descorchar". Estuvimos como dos años desconectados, sin vernos, sin llamarnos, sin saber nada el uno del otro. Cuando abrí la puerta y la encontré sonriente con un traje ceñido y sus pinturas de guerra, supe que venía dispuesta a un zafarrancho de combate en toda regla. Me recordó lo del vino y yo dije: en esta casa la posibilidad de recibir la visita ¡inesperada! de una mujer hermosa, es un cartucho que siempre guardo en la recámara. Nunca me falta un buen vino y una botella de Champaña, que no de cava. Ahora con las patochadas del Carod Rovira y Maragall uno echa de menos el buen estilo europeo. Se rió en un esfuerzo extraño por parecer feliz y dijo: "Te felicito amigo. Eso se llama, estar preparado para la vida moderna". Y yo dije: para que nos vamos a engañar: se llama estar solo. Sus ojos, mas tristes y angostos de lo que yo recordaba, se me enroscaron por dentro buscando melindres y aunque supo que no era para tirar cohetes (mi situación personal) tampoco vio rastros de preocupaciones que no fueran las conocidas de siempre. "¡Estás muy bien! dijo. ¿De qué rayos te quejas?" Y yo dije como Pepa, otra amiga: ¡de nada, por supuesto! Sería un domingo sacrificado a la literatura pero la invité a comer. Los Ribera del Duero son vinos maravillosos para desamartillar cerrojos y a los postres surgieron las confidencias. ¿Cómo te va? Pregunté y ella dijo: "a veces tirando y a veces recogiendo... es decir, regularcillo. Voy para los cincuenta Felipe y si se enamoran de mí no los disfruto porque me falta lo esencial. En cambio si soy yo quien se enamora soy desdichada por no ser correspondida. Algo anda mal en mi vida y si mis sospecha son ciertas soy yo". De repente se humanizó, dejó de pensar en ella y en sus avatares personales. Dijo: "Te quiero. ¿Lo sabes verdad?" Y yo dije: ¡Claro! ¿Qué duda cabe?. "Entonces háblame, dijo. Dime qué piensas, qué escribes, qué sientes, dónde estás en éste momento...". Lo dijo como si pidiera un extracto, un currículum vitae apresurado, así que resumí: Si tomamos como punto de referencia el día en que nos separamos -dije- ahora estoy a dos años luz. Captó el mensaje, la distancia emocional. Dos años luz me situaban fuera de su alcance y un "encuentro en la tercera fase" carecía de sentido. Tranquila, dije afectuoso, no te sientas culpable: sólo hiciste el daño que yo te permití. Después de eso alegó una excusa y se fue. Lo sentí porque en su mirada vi una ternura especial. Pasé el resto de la tarde escribiendo este artículo, pensando en que la belleza tiene una doble faz, si una es un veneno deseable la otra es su antídoto. Nada significa nada para mi si los sentimientos son fingidos o hay de por medio una espoleta cargada.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

7.6.05

"Abiertos hasta el atardecer" - Felipe - 6/6/05

Para ellos la medicina está en el fondo y en la forma de sus vidas. Ella ejerce en El Clínico y él en Carlos de Haya. Coinciden en un piso estupendo próximo a la zona universitaria. Estuve en su boda porque me invitó un amigo íntimo que también lo es suyo. Desde entonces compartimos la mesa y el mantel de una amistad plena de inquietudes. No hace mucho, en un fin de semana él me llamó. Ella cumplía una guardia, estaba solo en casa y tenía ganas de charla (cuando tiene ganas de marcha llama al otro, y hace bien). Comimos juntos, además de el mejor médico es buen cocinero y lo pasamos bien repasando, como gente corriente que somos, la psicopatología de la vida cotidiana. Hacia el atardecer empezó a abrirse. Intuía que me había llamado por algo y mantuve la oreja disponible. “Fue al principio del otoño pasado, -dijo mientras nos regalábamos el paladar con un brandy exquisito- una noche tras el amor sentí que aquello terminaba y llevado por un pánico total se lo dije. Ella guardó silencio pero yo sabía que aquello le estallaría por dentro. Cuando desperté al sábado siguiente se había ido y me pasé el día tratando de conectar con su móvil. No lo cogió. Sentí tal dolor que me puse a pensar, como un loco, dónde podía estar. De repente una luz alumbró mi mente, cogí el coche y fui a un hotel de la costa que para nosotros tiene un valor sentimental añadido. ¡Estaba allí! Esperándome y diciéndose a sí misma que si no era capaz de acertar, mi corazón estaba perdido de veras”. Tras esa frase hizo un silencio largo, que temí anunciara su arrepentimiento en cuanto a la confidencia. Pero continuó: “Desde entonces estamos atrapados en una dinámica terrible: cuando le parece se va y yo, guiando por la intuición doy con su paradero. Hasta ahora lo conseguí pero cada vez me lo pone más difícil y sé que tan sólo es cuestión de tiempo. Un día u otro erraré y es probable que ella piense: ¡se acabó!”. ¿Y será así? Pregunté. “¡Claro que no! Estalló él, lo de aquella noche fue una boutade, una estupidez, los nervios. ¡No sé qué fue!”. Se lo habrás dicho, dije yo. “¡Por su puesto! Se lo dije pero calló. El juego de las malditas desapariciones continúa. En el fondo es todo tan excitante. ¡Me asusta y me chifla! Llena el amor de un peligro tan real que lo pone a salvo de la rutina...” Ambos son científicos y para ellos el sentimiento cuelga de un delicado equilibrio bioquímico. ¿Te querré igual cuando mis niveles de neurotransmisores se alteren? Conocen que la fisiología está en la base de los comportamientos humanos complejos, aunque nada explique cómo procesa el cerebro las sendas del corazón. Entre el conocimiento y la magia prefieren lo primero, aunque a veces la luz de la razón resulte mortal. “La quiero, decía esa tarde, pero el miedo crece y la duda ha pasado de mi pensamiento al suyo”. Pasó el otoño, el invierno y nos perdimos el contacto. Pensé que aquello no tenía buen pronóstico y terminaría de modo imprevisto, como así fue. Me lo contó después de encontrarnos a la salida de ver la última de Star Wars. Nos fuimos a tomar unos vinos y como siempre, aunque quería contarlo, empezó a divagar. Por fin, hacia el atardecer dijo: “No sé si fallé porque me cansé o porque aquello no tenía sentido o porque, finalmente me daba igual lo que hiciera. La última vez desapareció y me dejó la mente en blanco. Pensé: fue bonito mientras duró. No la llamé ni corrí en su búsqueda. Por dentro sentía un dolor sordo pero decidí afrontarlo. Pasé el sábado leyendo, durmiendo, paseando. El domingo la casa estaba más sola que nunca y yo más triste que nadie. Leí algún poema de tu última hornada y sentí una cierta calma. Atardeciendo escuché una puerta que se abría, era la del dormitorio para invitados y ella apareció con el pijama puesto. Esa vez no se había ido a ningún sitio. Nos miramos y ella dijo. Me quedé porque te quiero y te perdono”.

Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

30.5.05

"De la soledad y otras hierbas" - Felipe - 30/05/2005

Enseñar a perdonar es bueno, pero enseñar a no ofender sería más eficiente”. El hombre dijo eso porque junto a nosotros pasó una madre regañando al hijo por rencoroso. La frase me pareció antológica y me fijé en él. Salíamos del invierno así que aún llevaba puesta ropa de cierto abrigo. Tenía buen aspecto y aquel empaque próximo al prestigio, vestía de calidad, iba aseado y le puse en una horquilla de edad entre los 80 y los 85. A esa hora de la mañana dominguera, ambos nos sentábamos al sol en un banco pétreo del parque donde siempre que puedo saco a mi perro para que se relacione y corretee. Mientras tanto leo, paseo o me solazo tranquilo como ese día. Le dije: una frase excelente, amigo. Él sonrió y dijo haberla oído referir respecto de un psicólogo argentino, cuyo nombre había volado de su cabeza. “A veces, dijo como en un monólogo, tengo la sensación de recordar cosas que no han ocurrido y que esas cosas, que no fueron, suplantan a las verdaderas... que, por alguna razón, la mente esconde”. Fue como oírme a mí mismo y le presté atención. Le entiendo, dije yo, y comparto su inquietud. Escribo y a veces me cuesta deslindar lo que fue de lo que inventé. En ese momento él me vio por primera vez. “La creación, dijo entrando en la conversación, encubre un temor invencible, el miedo de la vida a la soledad... porque... el regreso a la soledad es la vuelta a Casa, a la gran casa de la nada: nuestro hábitat natural. Lo escribí en un artículo para la prensa con el título: "De la soledad y otras hierbas". Allí conté que el niño viene directamente de la nada, es decir de la soledad a la que antes o después volvemos. Entre la primera y la última soledad, somos. Si lo piensa verá que la humanidad se origina socializando la nada, pues antes que nada, nada somos”. Me estremecieron esas palabra porque fueron dirigidas por una mirada conocida: los ojos de mi padre poco antes de fallecer. El sol zurraba lo suyo pero la conversación, sin embargo, se puso interesante. En un alarde filosófico el anciano decía: “El universo es energía y soledad; para nosotros, conciencia del origen y del fin, es decir, de la angustia por saber que la nada lo es todo, como bien saben los poetas. Cualquier trascendencia no es más que miedo a reconocer lo que sabemos. «No soy más que mis actos», decía Sartre, no soy más que mi soledad, creo yo, y a veces el miedo a no querer reconocerme. Puedo tener conciencia del otro, socializarme, porque todos somos lo mismo. Ahora no soy yo sino Heidegger”. Y yo dije, lo sé. Habló y habló durante un buen rato y en su discurso me sorprendió un fondo de tranquila alegría inundándolo todo. Como si hubiera comprendido lo esencial y el resto importara menos. Incluso la soledad tenía para él un valor diferente; le llamó, “esa oscuridad luminosa”. Me fui pero pasé el resto del domingo comiéndome el coco. Tarde, casi sobre las once de la noche, volví al parque con el objeto de sacar al perro y dar el último paseo. De lejos, mientras bajaba la Avenida Carlos de Haya le vi y me dio un vuelco el corazón. Estaba sentado en el mismo banco y su postura me hizo intuir que algo no iba bien. ¿Qué pasa? Dije acercándome. Se había quedado dormido y mi voz le despertó. Al principio le costó reconocerme. Luego dijo: “¡Ah, el escritor! Me dormí pensando que no regresaría”. ¿No ha vuelto a casa? Pregunté, “No, dijo él, aunque le cueste creerlo no sé salir de aquí. Puede que haya una casa en alguna parte... pero no sé donde”. Lo peor de todo fue que no llevaba documentación ni recordaba su nombre. Poco después una dotación de La Guardia Urbana de Málaga se hizo cargo. Les recibió contento y tan pronto le dieron la menor oportunidad se puso a comerle el tarro a uno de los polis, hablándole del "Ser y la Nada", de Jean Paul Sartre. Me tranquilizó su alegría y pensé en aquella frase de Hemingway: "La gente buena, si se piensa un poco en ello, ha sido siempre gente alegre".

Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

PD.

Desgraciadamente este hombre tenía más edad de la que supuse y aunque la Guardia Urbana lo llevó al Hospital enseguida, para un chequeo rutinario, murió aquella misma noche. Al final dieron con su nombre y familia gracias al artículo escrito para un periódico de tirada nacional. el diagnótico fue un ICTUS que debió empezar esa misma mañana en el parque y acabó siendo masivo en la madrugada siguiente. Me consuela el que le vi feliz de volver a la nada, según él nuestro hábitat natural.

27.5.05

"Un casting en el corazón" - Felipe Gámez - 23-05-2005

Me espera pero rehúso ir, llamarla. Reconozco que pienso poco en ella y que coincidimos en esos sueños de la madrugada donde la noche y yo alcanzamos la máxima espesura. Sospecho que se hace la encontradiza (en los sueños): “hola, pasaba por aquí...” y yo, sin saber por qué le doy largas: !estoy ocupadísimo chica! Lo siento. Te llamaré, lo haré, no te preocupes... Mi actitud esquiva le duele, también me duele a mí pero no puedo decirle que no iré a verla ni la llamaré... por el momento. Sin embargo tengo mala conciencia y (en el sueño) hago como que no me importa su decepción ensombreciéndole el rostro. Apenas la conozco, sé lo poco que me ha contado las pocas veces que nos hemos visto. La tengo por una mujer pasada de los cuarenta pero con mucho potencial. Lo del potencial le gustó y dijo: ¿...entonces puedo albergar esperanzas? Me hice el sueco, luego pidió una descripción rápida y yo dije: veo un rostro benigno y mucha desilusión dibujando historias interminables. Ella sonrió y dijo: ¿como puedes saber todo eso? Y yo dije: ¡me lo acabo de inventar! Fue una mañana tras pasar por en el baratillo de Huelin donde se compró un conjunto de falda y suéter que realzaba sus encantos. Estás muy guapa, le dije. Ella respondió sincerándose: “Me vine a Málaga para estar cerca de ti –dijo–. Alquilé una habitación sencilla en calle Comedias y la morriña no me da un minuto de sosiego. Lo dejé todo: familia, trabajo, amor...” Me dio un apuro oírla decir esas cosas... si no recuerdo mal dije: esperas demasiado de mí. Odio hacerla sufrir, aunque lo hago a pesar de todo, porque mis sentimientos van y vienen como el tiempo. ¿Qué debo hacer para que me tengas en cuenta? Preguntó no hace mucho y yo dije: nada, no hagas nada, no te metas en nada; deja que haga las cosas a mi manera... existe un modus operandi... Lloró, naturalmente. Estuvo un rato callada y luego preguntó: ¿comprendes mi ansiedad, verdad? No es como pedir trabajo. Lo sé, dije yo y no conté lo que estaba pensando porque habría llorado aún más y una mujer que llora me produce un escozor insoportable. Pero lo que pensaba es que debía enamorarme, así de sencillo y escueto, ¡enamorarme! ¡Flipar en colores, perder la cabeza!, porque para mi el amor es básico, necesario, ¡imprescindible! Era una tarde fría de éste último invierno y ella iba envuelta como en una nube de lana. Caminábamos por calle carretería cuando volvió a la carga: "...¿y si sólo te intereso un poquito, si no doy la talla, si me pierdo por el camino...? No soy una vedette y no puedo competir con las que van de estrella por la vida". Su cara, atractiva, quiero decir nada corriente, mostró la inquietud que le molía por dentro. No te inquietes y sé tú misma, sé lo que eres por dentro y por fuera. Tienes más méritos de los que te concedes. Esa noche, cenando en el vegetariano de Plaza de la Merced, se lo dije. Te arriesgaste demasiado. Sola en Málaga, malviviendo en un cuchitril. Sin familia, sin trabajo, sin dinero... Esto es como un casting en el corazón. ¿Qué quieres que te diga? "Di que me incluirás en la novela que estás escribiendo", dijo ella. ¿Por qué te interesa tanto? Un personaje de ficción no tiene empeño. Se enfadó: "¿De ficción? ¿Qué quieres decir? Soy real". No, no lo eres, dije yo. "Demuéstralo", insistió ella. ¿Cual es tu nombre? Pregunté despacio. Ella dudó. "No lo sé", dijo al rato. No tienes nombre, aún no pensé en ello... no sé qué hacer contigo. Dije con el mejor tono posible. Me miró con sus ojos llenos de historias y preguntó: "¿Qué es ser real? Desde el momento en que me han incluido en este texto ¡soy real!" Tenía razón pero aún podía escurrir el bulto: De acuerdo, eres real, pero no existes. "¿Seguro? Dijo ella levantándose. Vivo aquí al lado, sola. Espero que un escritor me de un papel en su próxima novela y te aseguro que esta noche me inventaré un nombre". La vi marchar decidida, segura de su realidad y pensé: tiene razón, se merece el papel.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

18.5.05

"Aquel plus de belleza" - Felipe Gámez - 16/05/2005

Un puente largo camino de Cascais y de improviso aquel viaje giró para tomar otros rumbos: el domingo desperté en una cama blanda del, Hostal La española, en un pueblo perdido del Alentejo, Assunção. Desperté porque las campanas de una iglesia cercana empezaron a tañer como veinte minutos antes de las ocho de la mañana y al abrir los ojos, en un lugar que no viene al caso, me di de bruces con la pregunta: ¿qué hago aquí?. El buen tiempo me empujó a salir de Málaga, a dejar Sevilla colgada del retrovisor, a pasar de largo Extremadura y a cruzar la frontera con Portugal sobre las once de la mañana. Paré a tomar café y poner combustible en una estación angosta, como de un tiempo ido, a la entrada de un pueblo tendido sobre una comarcal de segundo o tercer orden. Un hombre de mediana edad, con un mono verde, llenaba el tanque y preguntaba si iba de paso o pensaba quedarme. Todo es posible, dije yo. ¿Qué hay aquí? Depende de lo que usted busque, dijo él. Luego pasó al bar, cargó la cafetera, y mientras la máquina hacía gorgoritos dije: incluso cuando no buscamos nada buscamos algo. El tipo me sirvió un café negro, largo y dijo: entiendo. En apariencia Assunção es pobre... llegué hace veinte años, recién casado y sin nada que perder. Hoy tengo la gasolinera, el bar y un hostal con poco tránsito que regenta mi mujer. En realidad nada, si a poco de llegar ella no hubiera descubierto... ¡la poesía! ¡Ah, para mi la poesía son palabras mayores y me quedé, naturalmente! El hostal La española, era como todo en Assunção: antiguo y pobre, con esa estrechez intemporal que lleva a la poesía o a la nada. Ella era realmente española, de Jaén por más señas, y como él tendría una edad cercana a ninguna edad... es decir, un poco joven aún, un poco mayor ya... los ojos grandes, cuerdos, voladores. Me recibió en bata de watiné y con el pelo recién lavado recogido en el regazo de una toalla blanca. Al tomar nota de mis datos en el registro y saber que éramos paisanos dejó ir una mirada que me atrevería a definir como un compendio filosófico. Esa noche la cena consistió en verduras salteadas acompañadas de un clarete serio y de mucho cuerpo que él sirvió enfundado en el mismo mono verde de la mañana. Antes de retirarme ella vino a preguntar por los sabores y él a hurtadillas me dejó un par de manuscritos con un ruego: ¡léalos! Por la mañana, tras las campanas que llamaban a misa de ocho, ella vino a saludar y de paso a desayunar conmigo. Disculpe a mi marido, dijo, por aquí pasan pocos españoles y él, que valora y siente lo que escribo, incluso más que yo misma, compromete a los viajeros que le gustan dejándoles leer mis poemas. Le ruego que no lo tenga en cuenta. Ignora que todo lo que escribo es por él, para que su vida tenga la plenitud y la infinita belleza que me inspira. Cuando llegamos aquí... hace mucho tiempo, solo traíamos la provisión del amor... nos conocimos en Cascais, en el viaje de mi final de carrera. Entonces él era camarero en la terraza de un bar y hablaba un español pleno de música. Luego vi que era generoso, valiente, tan dulce... alguien que sabía tañer mi corazón como si fueran las campanas que le han despertado hoy. Crucé el domingo paseando por los alrededores de Assunção aunque no hubiera mucho que ver, ¡había tanto que sentir leyendo los mamotretos de poesía de aquella jienense tan perdidamente enamorada! El tiempo fue bueno y justo, de lejos, veía la gasolinera vacía y al hombre deambular sin nada que hacer enfundado en el mono verde de la rutina. Alguien más simple que yo le habría asociado al típico ignorante superficial y pueblerino. ¡Nada tan lejos de la realidad: desde que llegué a la gasolinera me echó el ojo y consiguió interesarme. Sabía que la mente genial de su mujer había construido para él un universo poético insondable, tan profundo, rico y elaborado que era capaz de dar a la vida en Assunção, carente de todo, aquel plus de belleza.

Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

10.5.05

"Cuando la tarde planea hacia la eternidad" - Felipe - 09/05/05

Sí, justo a esa hora en que la tarde planea hacia la eternidad, llegué a la casa en una zona de Mijas a la que no sabría volver porque el chofer, enviado para recogerme, dio cuarenta vueltas por allí con el objeto de que la hora de entrar fuera exactamente la prevista. El coche, un modelo americano que no sabría decir, aparcó delante de la fachada principal y al bajarme quedé un momento “colgado” de las vistas, las suaves ondulaciones de la montaña moteada de viviendas hasta la misma orilla del mar, en ese momento irisado por una luz argéntea irrepetible. Entró en contacto conmigo porque Berta, su secretaria personal le habló de mi y quiso concretar una entrevista: “Tengo ochenta y cuatro años, dijo en un buen español, y he soñado que debo encargar mis memorias. Para Berta, mi secretaria, usted es la persona idónea”. Es un encargo delicado, dije, y le hice notar que para aceptar debíamos conocernos, hablar, sentir por mi parte que los criterios de idoneidad son recíprocos. Ella dijo: “le veré el sábado, cuando la tarde planea hacia la eternidad”. Al llegar comprendí el interés por el matiz: la hora, la luz, el olor del jardín tras el último riego... todo aparecía como dentro de una burbuja intemporal. Me encontré con la clásica mujer americana que tanto hemos visto encarnada en el buen cine: una anciana vital, de rostro sereno y expresión sobria que me recibía con una sonrisa a medio camino entre el sí y el no. Berta hizo las presentaciones y luego se excusó con la idea de: “tienen mucho de qué hablar”. Indicó con un gesto que tomara asiento frente a ella y me di cuenta que nada en aquella entrevista iba a ser casual. “Es una hora perfecta, dijo ella, lástima que lo eterno sea tan efímero; en dos minutos y cuarenta y cinco segundos la magia se habrá evaporado en un silencio espectacular”. Sonrió de nuevo con aquel sí-no entre los labios y añadió: “Dígalo, de todas las frases para romper el hielo, esa es la más convencional que conozco. Quiero decir con ello que soy una mujer tradicional que se rodea de personas excepcionales”. Adopté una postura cómoda, tranquila, en realidad no buscaba el trabajo sino algo que motivase mi interés. Se puso a rebuscar con descaro y sentí su mirada pasear por mis meninges, curiosear aquí y allá en medio de una selecta e inagotable guía de convenciones. De repente dijo: “Nací en 1921 en Northampton, Massachusetts, a un paso de donde nació y murió Emily Dickinson. ¿Le dice algo?” Y yo respondí con unos versos traducidos por Amalia Rodríguez: "La Fuerza no es sino Dolor / Amarrado con Disciplina". “Toda mi vida la he pasado odiando a esa mujer, dijo seria, leyéndola, admirando y odiando su perfección, todos los días. Murió 35 años antes de que yo naciera y me parece una injusticia insoportable”. Habló emocionada de la poeta americana, a la que tanto admiro, luego dijo: “Me casé por primera vez en 1947, ¿le suena?” ¡Claro!, dije yo, nací ese mismo año. Y ella precisó: “de abril al verano... para cuando usted nació ya estaba convencionalmente embarazada”. Fue llevando la conversación de un punto a otro siempre con delicada sutileza y como si las palabras, las preguntas o las ideas acabaran de pasar junto a sus labios y ella las empujara suavemente. “Cinco matrimonios bonitos y convencionales, decía, cinco hijos maravillosos, cinco hombres que dejan huella, cinco vidas buscando algo que... ¿existe? No, ya no lo creo. ¿Usted qué opina?” ¡Existe!, dije yo con rotundidad, y ella: “no he dicho el qué”. No importa, dije yo, sea lo que sea existe. Se quedó un rato mirándome con expresión franca. “Me alegro que lo crea, dijo al fin, porque he soñado que si hago memoria lo encontraré”. No hablamos mucho más. Sin saber cómo Berta había vuelto y nos escuchaba en silencio. Al despedirnos se me ocurrió decir. Cinco maridos, ¿verdad? “Cinco”, dijo ella. Entonces pregunté: ¿a cual de ellos elegiría para la eternidad? No lo pensó y dijo: ¿Para la eternidad? ¡A ninguno!

Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

"Cada vez más tarde" - Felipe - 25/04/2005

Querida mía:
¿Recuerdas cuando leíamos juntos a Antonio Tabucchi?. Compramos su libro en Barcelona y al volver a Málaga yo leía mientras tu conducías o tú leías mientras yo me ocupaba del volante. También eran cartas de amor y despedida, ¿te acuerdas?, una colección titulada: "Se está haciendo cada vez más tarde". Lo compré porque a nosotros se nos hacía tarde casi para cualquier cosa. Íbamos juntos separados. Nos turnábamos para conducir o leer pero cuando yo leía era como si viajaras en otro coche, Tabucchi sólo me hablaba a mi, como si él supiera que la tardanza en llegar a Málaga fuera sólo mía. Sobre todo, pienso ahora, era tarde para soñar. Un amor al que le falta tierra para sembrar los sueños es que ha perdido ya las últimas oportunidades. El amor está ligado a los sueños como las estrellas a la noche. A una noche sin estrellas se le hace tarde para ahondar su oscuridad y es como una tabla. En verano todas las noches llegan tarde pero lo compensan con una abigarrada constelación de sueños, en invierno la noche se adelanta pero su prontitud esconde una oscuridad de rescoldo o de albero que es como se conoce a la luz de las ciudades regresando de las nubes. El albero ya no es el amor, ni siquiera su rescoldo porque al amor cuando se le hace tan tarde ya no tiene noche que le acune, aunque se le parezca porque también se queda plano y oscuro y del suelo sube un olor a tierra quemada... Amadísima Hemoglobina mía, decía Tabucchi. ¿Te acuerdas? Me reía y tu decías, no me distraigas, como si la carretera tuviera más interés que mi risa. Ya sé que no era una risa graciosa pues ocultaba la angustia del que comprende que se hace tarde y si embargo no desperdicia la ocasión para decir: me preocupas. Bien, tranquila, ya pasó. Comprendo que al Tabucchi que leíamos: jocoso, intelectual, cosmopolita, ya no le preocupaban aquellos amores perecidos como tales y sólo disfrutaba ganándolos para lo literario. Sencillo y meticuloso les dirigía sus cartas desde la misma posición en la que hoy me encuentro escribiéndote estas letras, es decir liberado de aquella sensación de estar llegando tarde a cualquier sitio. La tardanza era la del propio adiós despidiéndose de sí mismo y de nosotros. Tabucchi se despide de Ofelia, ¿te acuerdas, hacia el final del libro?. Le dice: “Mi dulce Ofelia, hace más de veinte años que flotas mecida por la corriente, hace más de veinte años que veo como te ahogas...”, porque él la quiere y hace más de veinte años que ya no la quiere. Me enseñó mucho aquel libro sobre amores y despedidas, sobre todo aprendí a ver con naturalidad cómo algo tan bello y sublime como el amor se empequeñece hasta quedar convertido en una casa vacía. Entendí que cuando se hace tarde, ¡tan tarde!, olvidas que has amado y que la casa es aquella noche reducida, sin tiempo, sin tierra para los sueños y sin estrellas. Lo sé como se saben los recuerdos, lo veo como se ve el dolor una vez curado. Aquel viaje Barcelona-Málaga fue en realidad como el regreso de una vuelta al mundo que había durado 30 años.

Escribo esta carta animado y con la brevedad de un haikus. No quiero cansarte ni cansarme. Junto a ciertas personas la vida se comporta como algunos cuadros de Magritte en los que lo de fuera parece estar en lo de dentro para anularlo (también lo decía Tabucchi, ¿recuerdas?). Felizmente para mi lo de fuera y lo de dentro se aúnan ahora, colaboran, se entienden, construyen juntos. Por fin concluyó aquella moda absurda que tanto hizo sufrir a los hombres de mi generación: se acabó calzarse la cota de malla de los héroes y ponerse en plan salvador. Un amigo mío lo cuenta con mucha gracia: “Cuando una mujer viene y me dice, ‘Pedro, tengo un problema’, echo a correr. ¡Escapo, huyo! A veces me vuelvo y le grito: ¡que te salve tu padre!”

Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

12.4.05

"Final de invierno en Munich" - Felipe - 11-4-05

Cuanto más te conozco menos te entiendo. Dijo ella, ¿qué harás en Munich esos tres días?" Nada especial, dije yo, pasear, repetir visitas a ciertos museos, recalar en los mismos o en otros cafés, percibir el olor de una biblioteca o de un mercado... interiorizar aquella luz invernal tan propia del homo melancholicus, tratar de comprender a Rembrandt en la Alte Pinakothek... pasar de la Semana Santa malagueña. Puestas en ese orden o en otro, todas me parecían buenas razones, a ella ninguna. "¿Puedo ir contigo?" Preguntó al fin, y yo dije: con algunas ciudades, como con algunas personas, tres son multitud. No insistió. Hay personas y ciudades inspiradoras y ella sabe que la mezcla, como en el beber, funciona mal. El jueves Santo, sobre las diez bajaba en la estación Therensienstrasse para pasar el resto de la mañana en una de las pinacotecas más antiguas del mundo: Memling, Giotto, Tiziano, Leonardo, Durero, incluso Murillo... los grandes y sólo ellos. Después de almorzar llamé a Inke. Desde Málaga le había dicho, estaré ahí, y ella, con ese español suyo, tan musical, dijo: "¿Me llamarás?" Nos conocimos en Torremolinos, poco antes de mi primer viaje, yo paseaba por La Carihuela y hacía tiempo para almorzar. Ella vivía entonces con Otto, un músico joven de pelo ensortijado y mirada lánguida. Paseaban y trataban de ver un sitio para tomar un piscolabis. Me ofrecí a guiarles y a partir de ahí comimos juntos y surgió la amistad. Ese otoño insistieron en que fuera, me hablaron de Baviera, del sur de Alemania y de lo divertida que podía ser la ciudad. Nos entendimos a la perfección, ella es una consumada hispanista que enseña español en la Universidad y está muy relacionada con el Instituto Cervantes en la muy céntrica Marstallplatz. Por lo tanto escribe y habla un español mejor que el mío. Me gustó la ciudad, lo que no me gustó fue encontrarla ojerosa y abandonada. Un día antes habían roto sus relaciones y al abrir la puerta de su piso, a dos manzanas de la elegante Maximillian Strasse, hallé a una mujer aplastada por sus cincuenta años. ¡No es un buen momento Felipe! dijo y hube de buscar un sitio barato para dormir. La segunda vez fui solo y sin planes de compañía; últimos de octubre, antes de que el invierno entrara y diese a las calles el aspecto del azúcar cande. Recuerdo sentir el tum-tum del corazón abigarrado de la ciudad, verla reflejada desde un puente con mucho tráfico mientras la tarde caía veloz desde las cúpulas verdes de la Frauenkirche. Esa noche me pateé barrios como Schwabing, bebí buena cerveza en un garito y escuché canciones bávaras a un grupo de animosos obreros. Era el lugar donde se asentó la bohemia a principios del siglo XX. En esta ocasión Inke vino a mi hotel. La encontré adaptada a su Status de intelectual solitaria y reacia a emprender aventuras emocionales capaces de hacerla sufrir. "Munich, dijo, es una ciudad vital, abierta, muy bonita", cosa que demostró con creces. Comprendí que si Viena es un delirio, Munich es un sueño constante sostenido por la razón y el equilibrio. El viernes Santo llovió todo el día y lo pasamos en su piso, quería cambiar impresiones sobre poemas que le había enviado por mail: "Una tarde lluviosa se desploma, / se cae para decirnos algo / que no está en el día o en la noche / sino en el fondo de una mirada amable". Dijo: "traduje el poema al alemán y lo mandé a una revista de la Facultad". Me retiré pronto, guardándome dentro su conversación sincera e intimista. Salí con la sensación de que su compañía fue un regalo, una visita fugaz a los remansos de una mente cien, por cien alemana; un safari por los bulevares rosa de su corazón. El sábado recobré mi soledad y deambulé sin prisa por una ciudad monumental pero de pequeño formato. A veces un sol blanco salía por entre las nubes y después lloviznaba. Para mi gusto hacía frío pero observé que el invierno periclitaba: en todos los parques florecían los magnolios.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene

3.4.05

"Yo, mi, me, conmigo" - Felipe Gámez - 4/04/05

Lo encontré en mitad del llamado “Puente de los alemanes”. Yo venía del centro, de gastar una pasta en libros, e iba a casa, él... “vengo de Canal Sur, dijo, me han hecho una entrevista... el periodista ese... que también hace radio... ni sé cómo se llama... ni me acuerdo de su nombre, uno de Sevilla, mu gordo, un impresentable haciéndome preguntas del tipo: ¿qué pensáis en Málaga sobre la trascendencia de las elecciones europedas? Qué tío, oye, ¡las europedas! Y qué preguntas. Me daban ganas de gritarle: ¡Que me dejes!" Mientras peroraba intenté hacer memoria: ¿de dónde ha salido? ¿quien es? ¿de qué le conozco? Su cara me sonaba de algo, como si nos hubiéramos dicho adiós en otro puente. “¿Tú sabes que me separé, no? Preguntaba. Bueno pues sí, la dejé. No podía más, en serio, ¡cinco años con la misma tiparraca! ¿lo imaginas? Bueno sí, tu estuviste... ¿veinte?” Treinta, dije yo. “¡La hostia, treinta años! ¿Saldrías hasta el gorro, no?” Pues no exactamente dije yo. “Bueno sí, oí lo de tu separación... ¡un palo!, ¿verdad?” No exactamente, repetí un poco harto. Él no se arredró: “De la pava de mi mujer sí te acordarás, estoy seguro; iba a nuestras reuniones en El Pimpi, una que escribía poesía heroica”. Entonces me acordé de ella, y para ser precisos, no era poesía heroica sino erótica. Él iba a lo suyo: “Ahora con la separación y eso se ha puesto fatal, ya sabes, tenía un cuelgue bestial conmigo y ha tocado fondo, se ha puesto como una morsa, con una depresión de caballo... a mí ya me conoces, ¡soy incombustible! ¡Un pura sangre! ¿qué le voy a hacer? Me las ingenio. Se me pegan como lapas, tío. Como lapas”. Comprendí que hablaba para no darme tiempo a pensar y empezó a intrigarme a dónde querría llegar o peor, a donde querría llevarme. El puente de los alemanes no es muy ancho y no daba pie a la escapatoria clásica: Bueno adiós... para evitarlo decía: “Las cosas me van bien, trabajo aquí y allá, vendo cualquier cosa y en mi campo soy implacable. Si digo que voy a por uno voy a por él y lo siento, no le permito que se vaya de rositas, lo acorralo, le corto las salidas... ¡ya me conoces!” Quise decir, pues no exactamente, pero no podía permitírmelo. De pronto se puso a hablar de su empresa: “Estamos a la cabeza del mercado, dijo, facturamos lo que no está en los escritos. Productos de primera necesidad, ¡imperecederos! Ganaríamos mucha pasta si no tuviéramos un problema: mi jefe es un guarro, un rata, un vampiro, un insaciable. Lo quiere todo para él y si sobra algo también. Son personas que se definen con los posesivos, ¡yo, mi, me, comigo! De ahí no los sacas, viven para sí mismos y para la VISA oro”. “Por eso me veo como me veo. La cara se le descolgó de golpe. Un adelanto ayer, otro la semana que viene... porque le tienes que dejar que se olvide de la última vez que te aflojó la guita... y comprende que ahora tengo dos casas, dos mujeres, dos familias. ¿Te he dicho que soy un golfo? ¡Pues lo soy! Vosotros, los poetas, estáis en otros mundos, como yo cuando el sevillano me preguntaba: ‘Málaga, dime, ¿como es Málaga?, ¿cómo la ve un malagueño?’ ¡El hijo puche! Preguntaba pero yo iba a lo mío: ¡Málaga quita el sentío! Le dije. Quita las penas, el malaje que nos traen los sevillanos... porque a golfos, a golfos no nos gana nadie. ¿A que sí?” Yo iba a decir, hombre no exactamente, pero él puso cara de pena, de rabia, puso una cara desesperada, muy desesperada para que yo tuviera una visión concreta de su desesperación. Es trágico, es patético, dijo, pero mi ex no vende su poesía heroica, es decir que de heroica nada de nada y según el juez debo mantenerla. ¡Yo, que tengo un jefe chupasangre! y para ir tirando vendo lo que no está en los escritos. ¡Nosotros somos los héroes!, amigo. Lo aguantamos todo con generosidad y buen corazón. ¿No te parece? Yo iba a decir, pues no exactamente, pero me cortó. “Por cierto tengo un apurillo financiero, ¿me prestas 50 €uros? ¡Es cosa de vida o muerte!”

Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

29.3.05

"Como una fruta de la melancolía" - Felipe - 28-3-2005

Se hace las preguntas incómodas de siempre y también me las hace a mi: ¿Por qué escribes? ¿De qué buscas redimirte? ¿Es tan necesario amar y que nos quieran? Bah, sólo por una vez, sé sincero. ¿No es otro modo de ligar? Venga Felipe, (canta todo eso que sabes y nunca llegas a decir, abre el doble fondo de tus auténticas miserias! Te leo y eres uno de esos escritores en los que la palabra está fuera de rango. No lo entiendo. ¿Cómo es posible? ¿Cómo atreverse a hollar, fuera de toda lógica, crecer en territorios que no son propios?. A veces pienso que escribes desde la ceguera más absoluta y que tus textos son las yemas de los dedos con los que acaricias cuanto sientes y amas. Se pone así cada veintiocho días y como conozco sus ciclos guardo silencio y respeto. Sabe que llevo la cuenta y que cuando me llama, en esos días, escondo una grabadora para no perder detalle. “Me inspiras, dice, yo misma siento, puedo palpar lo que hay bajo la piel de tus palabras y no es raro que me atreva a sentir que tras esa piel hay otra y otra, y aún otra”. Por lo que dice sabe mucho más de todas esas palabras que yo mismo. Quizá deba contar que tiene un CI de 140 y que se pasa las semanas trabajando para un tipo que lleva a gala dar vida a cualquier simpleza que se le ocurra. “Os parecéis, dice, tu intuyendo la palabra que va más lejos de sí, él soñando con lo intrascendente, con aquello capaz de no decir nada”. Pese a todo, le digo, es un publicista de éxito y ella lo achaca a que su cabeza está en el montón que hay más. Su capacidad de síntesis me parece prodigiosa. Dice: “La palabra trascendente alcanza pronto la textura, el relieve de lo sensible, la emoción poética; la que se encierra en un mensaje corto, concreto e inconfundible se destina a la publicidad y... ¿sabes algo misterioso? Si te entretienes en descubrirlas verás que, ¡son las mismas!”. Me pregunta si he leído una novela de Kawabata llamada Las bellas durmientes y le digo que no, que ni la oí nombrar. Ella me la cuenta: “Trata de ciertos hombres, avanzados en edad, que bien entrada la noche van a una hospedería donde pueden aproximarse a un grupo de adolescentes que, desnudas, duermen profundamente, por haber sido drogadas. Todos son hombres mayores e impotentes, que pagan un precio por lo que ven y se comprometen a no tocar a las niñas en ninguna circunstancia. Mientras lees, relata, entiendes que las palabras rompen sus moldes y te descubren que la mano imagina algo mucho más bello y poderoso que el tacto mismo. Las palabras encuentran y muestran la raíz profunda de la sensualidad. La piel está allí, perfecta e intocable, para despertar la memoria arrasadora del deseo. Entonces, continúa ella, la palabra trasciende a la poesía y alcanza la mística”. Descubro que ha llegado hasta ahí porque quiere comprobarlo personalmente y me pregunta si estaría dispuesto a vivir la experiencia. “Con una tiza, dice, se trazan dos círculos tangentes en el suelo, de un metro de diámetro aproximadamente. Los círculos no pueden traspasarse, son lugares protegidos e infranqueables. Ahí nos desnudamos y será la memoria del tacto quien ponga las palabras... la poesía”. No sé por qué digo estar dispuesto. “Somos ciegos que ven, dice ella desnuda en el interior del círculo. La mano que no puede palpar se desdobla e indaga, imagina, se enriquece, ensancha sus márgenes reales... ¡Crea!”. Renuncio a describir lo que pasa por mi cabeza y creer en lo que sucede por fuera. Ella está ahí, pero no está. La veo, puedo describir con precisión minuciosa su geografía íntima. La escucho entretejer las palabras con las que descorcha su imaginación y la mía. Se mueve con parsimonia de danzarina voluptuosa, sonríe, (es feliz! y a mi cabeza acuden unos versos deliciosos de Antonio Gamoneda que lentamente le recito con voz ensimismada: Ha venido tu lengua; está en mi boca como una fruta de la melancolía. / Ten piedad de mi boca: liba, lame, amor mío, la sombra.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

16.3.05

L x I

L x I

Felipe Gámez Posted by Hello

Como este blog se está nutriendo casi exclusivamente de las magníficas aportaciones literarias de Felipe, ahí va su foto, para que sus lectores puedan identificarlo.

"Happy Birthday" - 14/3/2005 - Felipe Gámez

Soy hombre de poco ruido y algunas nueces. Mi estado natural es el silencio. El silencio llama al silencio, dicen los miedosos y a mi me parece de fábula porque cuando el silencio llama yo respondo reconociéndome en él. Una casa espaciosa en el silencio es el mejor lugar, pienso yo, para escribir. Has de vértelas con la pantalla en blanco y el puntero que parpadea incrédulo en su esquina, ante la duda de que hayas entendido lo suficiente como para contar algo que merezca la pena. Les diré: el silencio permite que la mente amaine, focalice los temas, acalle sus propios ruidos y saque sus nueces de los armarios. Después las ideas disponibles pasan algo así como un casting: ésta no, ésta no, ésta tampoco... los dedos toman posiciones sobre el teclado... como tanteando lo que aún no sabes. Suelo escribir éstos relatos la tarde de los domingos, cuando el silencio apremia, parece más denso y también más frágil y sé que si no me pongo a ello será el silencio del que estoy hecho el que llegue hasta Onda 8. Lo que hago es poner en marcha mi vena comunicativa, dejar que la palabras se amontonen para contar una historia. La de hoy fue ¡en pleno agosto! Con el calor a tope y la costa (Torremolinos hacia abajo) empapada de dinero, quiero decir de turistas. Un 28 de agosto, ¡sábado! Por mi trabajo los fines de semana libro y, ¡cómo no!, los sábados se ofrecen al silencio. Desde que me levanto voy como cerrando puertas, aislándome lenta y progresivamente, por la mañana hago la compra semanal pero en realidad mis conexiones con el mundo son parcas, temporales, como de prestado. Tras el almuerzo paseo con mi perro y en ese tiempo sitúo mi mente en tal estado silencioso que cuando llego al gran silencio de la casa ya he franqueado todas las barreras y puedo ponerme a escribir. Es un proceso llamado: concentración. Esa tarde, el silencio y la concentración se hicieron añicos cuando sonó el móvil. Era mi jefe, que necesitaba un favor: "Hay trabajo", dijo, "te espero esta noche sobre las diez en la sala Ober-buking de Benalmádena, no te retrases". Me acordé de otro escritor, Kazantzakis, y de la frase leída hace años en su tumba, situada fuera de la muralla de su ciudad, Herákleion: "No creo en nada. No espero nada. Soy libre". Yo no soy tan libre, aún creo en las personas y en que el silencio es posterior a los compromisos, así que fui. Llegué a la hora convenida y en la sala se ultimaban los preparativos para el concierto que un magnífico grupo de soul, Suset-Cat, daría esa noche, pasado la una. Les conocía porque más de una vez habíamos coincidido por esos mundos de Dios. Suset, la vocalista, vino a saludarme y dijo: "Haremos una hora de ensayo y luego un descanso hasta la actuación. ¿Crees que vendrá el principe?" ¿Qué príncipe? Pregunté yo. "Quien va a ser, dijo ella con un mohín, sus Altezas Reales don Felipe y doña Leti". Mi jefe, que andaba por allí dijo: "Podría ser, la seguridad tiene la última palabra. ¿Ves a todos esos con gafas negras y pinta de reporteros de Caiga quien caiga...?, pues son de la pasma, cuidado con los movimientos bruscos". A las once los músicos atacaron el repertorio y Suset empezó a cantar. Una vez me contó que se había criado en los suburbios de Nueva York, que caminó descalza y que empezó su carrera en los peores garitos para los negros de Harlem. Esa noche, como siempre, su voz negra fue un regalo del cielo. Sólo por oírla mereció la pena haber dejado el silencio en casa. Nuestros técnicos, el jefe y yo nos relajamos y disfrutamos del espectáculo. Al terminar ella dijo: "Ahora, para nuestro amigo Felipe, para que nos perdone por hacerle venir en su 57 cumpleaños, cantaré Happy Birthday. ¡Va por ti!". Fue fantástico. Me sentí tan feliz como el presidente J.F. Kenendy aquella noche en el Madison Square Ganden, cuando Marilyn Monroe cantó Happy Birthday para él. Al regresar, no muy tarde, el silencio de la casa era el mismo... yo en cambio era otro.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

Algunos miembros de LxI Posted by Hello

14.3.05

"Belleza súbita" - 7/3/05

"Te admiro, dijo, porque llevas una vida intrínseca. Siempre que te encuentro eres tú y siempre eres el mismo. ¿Cómo lo haces? Vives cerrado y al mismo tiempo abierto”. Que alguien venga a tu casa a decirte estas cosas no está nada mal... aunque si lo hacen a la edad que tengo y ella es una lozana andaluza en la mejor edad, merezco más compasión que envidia. Apareció sin avisar, un domingo frío y desapacible. Sabía que no me levanto tarde y que rondando las ocho y media pongo la cafetera y preparo las tostadas. Al escuchar el din-dong de la entrada pensé: el perro que vuelve de dar su paseo matutino. No era Doc, que nunca sale solo, sino ella, la sonrisa de sus labios hechos de diminutos pétalos, los iris verdes de sus ojos tan expresivos... así podría ir describiendo una a una todas las partes de su cuerpo... Sin ser presumido lamenté aparecer en bata y zapatillas, el pelo revuelto y la barba del día anterior, es decir, hecho unos zorros. Ella dijo: “febrerillo el loco, un día peor que otro”. Pensaba dedicar la jornada a trabajar en mi novela pero me consolé con rapidez, aquella visita inesperada era lo mejor que me iba a pasar en todo el día así que pregunté: ¿tostadas? Y ella dijo: “dos, por favor y el café con una gota de leche”. Mientras desayunábamos sacó una carpeta y dijo: “vengo a trabajar, probablemente todo el domingo... lo siento”. Se mudaba a la creación literaria, quería escribir su propio teatro, dirigirlo, e interpretar. “Puedo hacerlo, dijo, tengo el guión completo, las ideas en orden. Me faltan conocer los secretos del profesional, saber qué cosa mágica hace genial la reunión de cuatro palabras”. La escuché: “Verás, la historia va de una joven adolescente que descubre su belleza de un modo súbito. Tiene quince años, se mira al espejo y se ve corriente, en cambio se asoma a los ojos de compañeros y compañera del Instituto y en ellos descubre el poder de su belleza. Deduce que no es el espejo quien nos muestra cómo somos en realidad sino la mirada radical de las personas que nos rodean. En ellos está el amor de los que nos quieren y el desprecio de los que nos aborrecen. A partir de ahí su experiencia se irá llenando de miedo y sordidez. Luego verá cómo su belleza la separa de la buena gente y la empuja contra el instinto depredador de los hombres que codician aquello que sólo para ella es invisible”. Dijo: “no es biográfico”, pero no estoy tan seguro... La belleza es un tema manido, dije, y la mirada de los otros no son el único reflejo fiable. “La belleza es un shock, dijo ella, la vida que hace footing en frío sobre los sentimientos y no le importa los desgarros que produzca”. Nos llevó todo el día componer las escenas, insertar diálogos sencillos y elocuentes, toques de humor que jugaran con la tensión y condujeran las emociones a diferenciar entre objetos y seres humanos. La discusión fue larga porque a su juicio la tensión entre sujeto y objeto era irrelevante. En los descansos Doc se tendía a sus pies. Picábamos algo y le dábamos al rioja mientras decía: “siento distraerte, deberías estar trabajando en tu novela”. Yo le recordé un verso de Benedetti: "Tengo una soledad tan concurrida". Terminamos de madrugada, muy cansados pero satisfechos. Quedó en darle la pátina teatral. Cuando se fue la casa volvió a quedar en silencio. Días después llamó para decir que los ensayos habían empezado y que buscaban una sala discreta para el estreno. Habían decidido titular la obra como, “Rosa rosae”, un juego malo entre la declinación latina y la belleza perfecta. Propuse ‘El shock de la belleza’ pero no le gustó. Estrenaron en un Instituto gaditano y no me invitaron a ir. Ayer volvió con el libreto, la noté enfadada. Lo leí y al terminar dije: lo siento pero es un bodrio. “Sí, reconoció ella, por lo visto no me enseñaste tanto. Tu magia no funciona y, ¿sabe qué pienso? Que tu vida es menos intrínseca de lo que parece”.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

"Una raya en el agua" - 27/2/05 - Felipe Gámez

Mis queridos oyentes: la inteligencia es un don escaso. Al hablar de “Homo Sapiens” no nos referimos a nadie en concreto; es un genérico que sin embargo no alude a la mayoría. Los que parecen inteligentes casi nunca lo son y los que no lo parecen quizá tampoco. Por eso cuando me topo con quienes tienen dos dedos de frente hago una raya en el agua. Conozco a dos de ellos, son amigos y estoy convencido que sapiens-sapiens. No se extrañen si les digo que son malagueños y una pareja entrañable. Con él comparto tardes de domingo de intensos precipicios filosóficos. Su sonrisa, de hondo calado enigmático, saca punta a las ideas más gastadas para que vuelen de nuevo con un pensamiento arriesgado y original. Disfruto cuando sigue de pronto los hilos de humo de una taza de té verde y acaba encontrándole sentido a términos enterrados en la semiótica donde, en un ejercicio que me recuerda a David Copperfield, encuentra enlaces radicales con la sapiencia universal. Con su compañera lo intelectual se hace materia sensible, vibración, un afecto que cala imperceptible y cuando te das cuenta sigues las alas de sus iris como si fueran las del Espíritu Santo. A su lado aprendí a sacar provecho al eslabón de oro que une unas horas con otras en las tardes desmayadas de los domingos, a saber que su desánimo suele ser engañoso, a seguir las pistas de las palabras perfectas, a entender el arabesco oculto en la filigrana andaluza, preciosista, tumultuosa, tan proclive a la lingüística como a la poesía. Ella cree que, a veces, el mejor poema se pierde por una palabra que no fue descubierta. Hacen sencillo cualquier cosa: la inteligencia es un concesionario natural para la felicidad humana. Por eso nada malo pasó cuando una tarde, llevado por mi vena amistosa, dije: estoy enamorado de tu mujer. “No espero menos de ti, dijo él. Tienes el mismo buen gusto que yo”. Deslumbrada, ella nos miró y vimos tal alegría alumbrando su rostro que soltamos una carcajada al unísono, y ella exclamó: ¡idiotas! A partir de esa tarde yo sentí que ella ponía en su amistad una nota que antes no era perceptible. A las tardes de algunos domingos se sumaron otras que tenían por objeto el análisis de sus poemas o de los míos. Él siempre andaba por allí, metido en sus cosas, enfrascado en sus libros y no mostró preocupación alguna. Por eso no me extrañó su llamada para invitarme, por San Valentín del año pasado, a una cena que llamó “íntima” en su piso de Plaza de la Constitución. Llegué sobre las nueve y él estaba en la cocina. Ella dijo: pasa se ha vuelto loco, está preparando una cena pantagruélica. Como siempre nos sentimos felices y a los postres llegaron las flores, un inmenso ramo de rosas de Interflora. Ella no daba crédito a sus ojos, no es el tipo que sucumbe a horteradas comerciales. Él dijo: “éste año es especial” “¿Especial?” preguntó ella atónita. “¿Por qué especial?” Él mostró aquella sonrisa enigmática y nos dispusimos a lo impensable. El ramo traía un sobre marfil que él abrió y dijo: yo lo leo. A continuación hizo un alarde teatral y nos rogó: “sentaos por favor”. Leyó y ahora no sabría transcribir sus palabras. En la nota nos felicitaba, creía haber asistido al nacimiento de un gran amor y aunque ello le causaba el dolor de ver concluido el suyo entendía que detener el corazón humano no conduce a nada mejor. Finalizaba con un ruego: “aceptad mi amistad, mi sincera y franca amistad”. Y nos fundió en un estremecido abrazo. Esto es absurdo, quise decir, pero no hizo falta, ella tomó la iniciativa y dijo: “quiero a Felipe igual que él me quiere. Mi amor en cambio, el hombre de mi vida, el ser que me fascina y enamora eres tú...” Les dejé camino del dormitorio, diciéndose... bueno ya saben... Un año después aún nos reímos. Fue un prodigio de la inteligencia y me sentía conmovido. Al salir era tarde, hacía frío y en una esquina de la plaza un Saxo convexo enamoraba a las palmeras.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

¡Nenazas! - 21/2/05 - Felipe Gámez

Me dieron su teléfono porque en Málaga es quien más sabe de Montserrat Roig y cuando le llamé él dijo: “soy un enamorado del idioma y la literatura catalana, venga a verme”. Lo encontré en un pequeño apartamento alquilado entorno a la malagueta. “Vivo solo, dijo al recibirme, mi mujer se dio el piro con un trompetista.” Yo pensé: bienvenido al club. Ya sabía que enseña literatura en la universidad pero no que fuera tan joven (no pasará de los cuarenta) ni tan bien parecido. Me di cuenta enseguida que lleva fatal lo del trompetista. “La casa me cae encima, dijo de pronto, demos un bardeo.” Del apartamento nos fuimos al Paseo de la Farola. “¿Por qué le interesa Montserrat Roig”, preguntó de pronto y yo dije: releo sus libros y él apuntó: “no vale gran cosa. Es lo que Marsé diría una medio pija, un subproducto de la rancia burguesía catalana. Nunca tuvo nada grande que decir. Vive de la mediocridad refugiada en el periodismo o la añoranza”. Guardó un largo silencio para decir a continuación: “Éste es un tiempo de vacíos estelares. ¡De pronto descubrimos que el dios verdadero era el demonio! Por eso los curas son los primeros en irse de putas o bendecir a dictadores, las monjas se largan con una rama de olivo entre los dientes, el amigo te dice: ¡me importas un carajo! y tu ferviente enamorada se despierta una mañana preguntándote: ¿Quien diablos eres? Todo está bocabajo, chico. Es como descubrir que tu propio padre te llevaba al infierno.” Caminaba con las manos hundidas en los bolsillos de la parca y los ojos puestos más allá de ningún sitio. “¡Despierta chico! (Insistió en lo de chico y pensé que sería deformación profesional) Alguien se ha cagado en todo e incluso tú, tan pazguato y buena persona, estás de mierda hasta el cuello.” Quería expresar furia pero no sabía cómo y siguió dándome la matraca: “Me han dicho que eres un tipo permisivo, dado a comprender al prójimo. Te irá mal en la vida chico, ¡te irá muy mal! El lenguaje del mundo es violento por naturaleza y te puedo asegurar que la hora de la auténtica escabechina ha llegado. La violencia mayor, la que no deja títere con cabeza, es femenina. El hombre destruye por ambición, la mujer lo hace por nada.” Me habían dicho: éntrale bien y saldrás lleno de buenas ideas. Debí entrarle mal porque esa tarde no quiso hablar de la escritora catalana; ni le interesaba ni quería perder el tiempo con ella. Llevaba días rumiando otros temas: “El universo feminista es lésbico chico, dijo de pronto, como si acaba de saberlo en ese instante. Sobran los hombres excepto con plumas. Quizás te salves si eres gay, comprensivo, tolerante... ¡Un nenazas! Me preocupas chico, lo digo en serio. Sobre nosotros se cierne la noche peor, la última hora violeta. La ofensiva de las mujeres está planteada en todos los frentes y como su violencia es ciega si ganan nos parirán deshuesados.” Tardará en asimilar lo que le ha pasado y cuando lo consiga descubrirá que ha perdido un tiempo precioso tratando de entender algo que su corazón ya sabe pero su cabeza discute. Mientras él hablaba y hablaba, defendía posturas, se mostraba crítico, sarcástico... incluso cínico, yo me centraba en la belleza del mar y el cielo, en la tarde que colapsaba, en los jirones de luz que reflejaban la grandiosidad de algo que termina y también es bello. Regresamos de noche, con el alumbrado público despertando las calles. Por fin se dio cuenta que no había abierto la boca. Por quedar bien preguntó: “¿y tu qué piensas? ¡Mójate el culo! ¡Vamos! Dí algo sensato o me volveré loco.” Puede que las mujeres no sean mejores ni peores que los hombres. Dije queriendo que viera sensatez en ello. No lo hizo, se fue moviendo la cabeza como si pensara: ¡nenazas! Lo dejé rumiando estrategias para abortar la ofensiva feminista. Como Bertrand Russell pienso que, "el problema que aqueja al mundo es que los necios y los fanáticos siempre están seguros de sí mismos mientras que los sabios siempre andan llenos de dudas".
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

13.3.05

"La mejor compañía" - 14/2/05

Me reprocha: “¡nunca me llamas!”, pero se refiere a que no la llamo todo lo que ella desearía. El mes pasado fue ella quien llamó: “¿Interrumpo tus soledades?”, preguntó. Somos buenos amigos así que le dije que nunca interrumpe nada. Nuestra amistad se consolidó cuando aceptó que pese a ser una mujer libre y atractiva, por esos misterios de la química no despierta mi lado romántico. Cuando me viene a la cabeza la llamo o me llama y esa tarde se llena de palabras, de inteligencia... del susurro que precede a la mejor compañía. Onda 8 pronosticó un frío polar pero aún no estaba en Málaga y yo la oí decir: “me apetece ir al cine pero no sé... ¿qué me aconsejas?” hice algo más que aconsejarla, la invité a ver una película francesa que no estaba en el primer circuito comercial y sólo era posible ver en El Alameda. “¿Los chicos del coro?, preguntó, y eso qué es lo que es”. Le hice una sinopsis apresurada: Un colegio infantil para críos problemáticos que se llama Fondo de estanque. Imagina: años cincuenta en Lyon, la rigidez y violencia de las estructuras educativas galas, el ambiente de posguerra... los niños. De repente en una atmósfera cargada de miedo aparece un profesor de música llamado Clément Mathieu y empieza el milagro. Ella dijo: “pero tú ya la has visto, ¡no vale! Además no me apetece comerme el tarro...” Aceptó por pasar la tarde juntos. Luego se alegró. Salió cantando esa dulce melodía de la película, hit Vois sur ton chemin. El frío nos sorprendió a la salida del cine, Málaga se había convertido en una cubitera y en vez de irnos a dar un paseo nos fuimos a cenar a un sitio calentito. La película, una maravilla del último cine francés nos había dejado el espíritu revuelto y con una impronta mágica. A veces en el peor momento, cuando todo parece pensado para ocultar lo que nos humaniza surge la chispa que nos devuelve a los mejores sentimientos. Estaba entusiasmada y yo me sentía feliz por la oportunidad de mostrarle el buen cine. Es una señora culta, sensible, inteligente y no paraba de comentar aspectos técnicos del film: la luz gris de los cincuenta, la inmejorable fotografía, la extraordinaria banda sonora... “Oh, amigo mío, dijo con una no disimulada emoción, ¡te agradezco tanto el detalle! ¿Cómo sabes mis gustos, lo que me estremece y es tan caro a mi corazón? Te llamé porque en temas de cine eres un crítico impagable. Una vez más tenías razón, es una película para ver con alguien muy especial. ¡Me siento feliz!, fue una gozada”. El arte tiene ese efecto, dije, alumbra las tinieblas de la realidad donde forzosamente vivimos. El sábado pasado la vi solo y quedé encantado, claro, pero comprendí que es una cinta para disfrutar en compañía. Luego pensé en llamarte pero... te adelantaste. Reconozco que este pase fue mejor que el primero. Salimos de cenar, yo no quería irme y ella no quería que me fuera e hicimos la clásica ronda de copas, que en nuestro caso son zumos, batidos, infusiones y cosas por el estilo. Sobre las tres de la madrugada llegamos a su casa, en la zona de Las Pirámides. Hablamos un rato en el coche mientras la quietud nos rodeaba con un silencio frío. “¿No te pesa la oledad?”. Preguntó de pronto. No tengo tiempo, dije yo, la soledad es lo que cada cual quiera que sea... por ahora no le hago ni puto caso. Se quedó un momento callada, luego dijo: “Sé que es una horterada pero... ¿quieres subir? La película me ha dejado... tierna y la noche es tan dura”. Yo dije: mañana te arrepentirás. “¡No! Dijo ella. Cambiar deseo por necesidad no es un mal trato” Pienso que me miró un poco asustada de oírse a sí misma. Luego añadió: “Soy un desastre, sabes. Funcionaria de carrera con un puesto ejecutivo... sé que nada de lo que hago lleva a nada. En una escala menor el trabajo parece tener sentido, en mi puesto no. Lo tolero Felipe, lo hago, pero es tan duro.” Lloró calmada y dulcemente. Lo necesitaba. Creo que era todo cuanto necesitaba.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

"Una sonrisa por un centro de mesa" - 7/2/05

Guárdenme el secreto pero una floristería no es un sitio para estar triste... ni siquiera en invierno donde pocos compran, las flores escasean y las que pueden verse, con tiesto incluido, tienen algo de esfuerzo tardío e irremediable. Yo pasaba en dirección al centro, me detenía un minuto en el escaparate y al fondo, tras un mostradorcito beige estaba ella, sentada o de pie pero con la mirada remota, los labios apretados y el ceño de quien rumia penas sin cuento. Mis gastos fijos son de tres clases: libros, cine y plantas; por eso pasaba y sin darme cuenta, tras un vistazo al expositor reparaba en la dependienta y en su rostro embebido y triste. Si alguna vez me vio varado fuera de la tienda fue de ese modo en que miramos sin ver. Vivo observando cuanto me rodea y sin darme cuenta acabé inventariando los detalles de esa mujer desolada: como no sabría señalar una edad aproximada les diré que está en ese punto en el que las mujeres dejan de usar tintes oscuros y se van al rubio platino. Al ir o al volver me detenía y apuntaba mentalmente algún detalle. Por ese procedimiento concluí en que podría ser la dueña del establecimiento. Una mujer sencilla, cierto, pero digna, cuidada y agradable. Vestía elegante, maquillada y con labios y ojos pintados sin estridencias. Una señora de muy buen ver en un contraste continuo con aquella tristeza... Ya con los fríos de enero metidos en los costados una tarde me atreví a entrar. Sonó una campanita y ella volvió del infinito, quiso sonreír pero apenas consiguió compones una mueca exótica. Aconséjeme, le dije, quiero regalar algo a una señora que conozco poco. Anda así como un poco tristecilla y quisiera poner en su entono un detalle, algo bonito que le alce el ánimo. ¿Familiar?” Preguntó ella. No, no, dije yo. “¿Sufrió una desgracia... recientemente?” Comprendí que salía la especialista que lleva dentro y traté de colaborar. No lo sé cierto... la veo poco y siempre la encuentro... ¿cómo decirle?, fuera de sitio, ausente, desganada. “Una depresiva”. Dijo ella como si supiera bien de lo que hablaba. Yo dije, podría ser. Empezó mostrando macetas de flor invernal: “una amarilis, dijo, vistosa pero delicada, hay que estar por ella”. Yo hice un gesto y ella dijo, no. de ahí pasó a las clavelinas, “le llamamos clavel chino, dijo, son bonitas pero... no me convence”. Señaló el pascuero común y yo pregunté: a usted le gusta y ella dijo: “¡para nada!, tan pronto suba la temperatura se muere”. Me enseñó la Suegra Nuera, e hizo un gesto de asco; el asturium, diversos Potos y plantas para colgar. En cada caso yo le preguntaba, ¿qué tal? y ella decía, “no, tampoco”. Acabamos en la Tradescantia, “el Amor de hombre”, dijo. Por fin se le ocurrió un centro de mesa variado, natural con una composición a su gusto y yo dije ¡perfecto, sí, a su gusto! Me entendió o creyó que me fiaba de su experiencia y ciertamente le salió un centro precioso aunque un poco caro. Después de pagarlo dije: ahora voy al centro con unos amigos... puede que regrese tarde, si me da una tarjeta y veo que no llego a tiempo la llamo y le digo que me lo guarde hasta mañana. ¿Le parece bien? Estuvo de acuerdo y yo me marché. Olvidé el tema hasta la hora de cerrar, entonces la llamé: “¡El centro, sí!, dijo ella, quedó muy bien”. Bueno pues, no podré pasar, dije, se me hizo tarde. “No se preocupe, dijo ella, se lo guardo; mañana abro todo el día”. Verá, dije yo que había tenido tiempo de urdir una estrategia, salgo de viaje y no regresaré en quince días; hizo un centro de mesa con mucho gusto, muy bonito. Lo ha hecho como si fuera para usted así que se lo regalo, lléveselo a casa, no lo venda. ¿De cuerdo? Al decir sí su voz sonó armónica con un ligero acento emocionado. Esa noche volví a casa tarde y al pasar por el escaparate, de madrugada, no vi el centro. Tampoco he vuelto a entrar en la tienda y serán imaginaciones mías pero cada vez que me detengo ante el escaparate ella sonríe.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.