4.7.05

"Años luz" - Felipe Gámez - 13 de junio de 2005

Nos amamos y luego llegó el olvido. (El suyo, naturalmente! Ella es una de esas mujeres a las que si te acercas suficiente, y yo lo hice, escuchas como un silbido de fondo que se parece al de una espoleta adquiriendo velocidad. Una vez se lo hice saber en forma de pregunta (que es menos agresivo). Le dije: ¿Sabes que eres una bomba emocional? Y ella dijo: "Lo sé. Un día de estos haré, ¡batabúm! Así que procura no estar cerca". El día en que se fue dijo: "me voy porque te quiero". Las últimas noches la espoleta silbaba del carajo y yo, consciente de que me hacía un favor dije: gracias hermosa. De todas formas amenazó con volver. Dijo: "Chico, no estamos casados, sólo es un hasta luego... debo pegar por ahí algunos petardazos para quedarme tranquila". La conozco y se lo agradecí sinceramente, de algún modo me protegía y sé que entre nosotros hay más cariño del que parece. De todas formas las separaciones siempre son odiosas para los hombres y como ella lo sabía su beso final fue más profundo. Dijo: "tranquilo, no me eches de menos y ten siempre una botella de vino lista para descorchar". Estuvimos como dos años desconectados, sin vernos, sin llamarnos, sin saber nada el uno del otro. Cuando abrí la puerta y la encontré sonriente con un traje ceñido y sus pinturas de guerra, supe que venía dispuesta a un zafarrancho de combate en toda regla. Me recordó lo del vino y yo dije: en esta casa la posibilidad de recibir la visita ¡inesperada! de una mujer hermosa, es un cartucho que siempre guardo en la recámara. Nunca me falta un buen vino y una botella de Champaña, que no de cava. Ahora con las patochadas del Carod Rovira y Maragall uno echa de menos el buen estilo europeo. Se rió en un esfuerzo extraño por parecer feliz y dijo: "Te felicito amigo. Eso se llama, estar preparado para la vida moderna". Y yo dije: para que nos vamos a engañar: se llama estar solo. Sus ojos, mas tristes y angostos de lo que yo recordaba, se me enroscaron por dentro buscando melindres y aunque supo que no era para tirar cohetes (mi situación personal) tampoco vio rastros de preocupaciones que no fueran las conocidas de siempre. "¡Estás muy bien! dijo. ¿De qué rayos te quejas?" Y yo dije como Pepa, otra amiga: ¡de nada, por supuesto! Sería un domingo sacrificado a la literatura pero la invité a comer. Los Ribera del Duero son vinos maravillosos para desamartillar cerrojos y a los postres surgieron las confidencias. ¿Cómo te va? Pregunté y ella dijo: "a veces tirando y a veces recogiendo... es decir, regularcillo. Voy para los cincuenta Felipe y si se enamoran de mí no los disfruto porque me falta lo esencial. En cambio si soy yo quien se enamora soy desdichada por no ser correspondida. Algo anda mal en mi vida y si mis sospecha son ciertas soy yo". De repente se humanizó, dejó de pensar en ella y en sus avatares personales. Dijo: "Te quiero. ¿Lo sabes verdad?" Y yo dije: ¡Claro! ¿Qué duda cabe?. "Entonces háblame, dijo. Dime qué piensas, qué escribes, qué sientes, dónde estás en éste momento...". Lo dijo como si pidiera un extracto, un currículum vitae apresurado, así que resumí: Si tomamos como punto de referencia el día en que nos separamos -dije- ahora estoy a dos años luz. Captó el mensaje, la distancia emocional. Dos años luz me situaban fuera de su alcance y un "encuentro en la tercera fase" carecía de sentido. Tranquila, dije afectuoso, no te sientas culpable: sólo hiciste el daño que yo te permití. Después de eso alegó una excusa y se fue. Lo sentí porque en su mirada vi una ternura especial. Pasé el resto de la tarde escribiendo este artículo, pensando en que la belleza tiene una doble faz, si una es un veneno deseable la otra es su antídoto. Nada significa nada para mi si los sentimientos son fingidos o hay de por medio una espoleta cargada.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

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