29.3.05

"Como una fruta de la melancolía" - Felipe - 28-3-2005

Se hace las preguntas incómodas de siempre y también me las hace a mi: ¿Por qué escribes? ¿De qué buscas redimirte? ¿Es tan necesario amar y que nos quieran? Bah, sólo por una vez, sé sincero. ¿No es otro modo de ligar? Venga Felipe, (canta todo eso que sabes y nunca llegas a decir, abre el doble fondo de tus auténticas miserias! Te leo y eres uno de esos escritores en los que la palabra está fuera de rango. No lo entiendo. ¿Cómo es posible? ¿Cómo atreverse a hollar, fuera de toda lógica, crecer en territorios que no son propios?. A veces pienso que escribes desde la ceguera más absoluta y que tus textos son las yemas de los dedos con los que acaricias cuanto sientes y amas. Se pone así cada veintiocho días y como conozco sus ciclos guardo silencio y respeto. Sabe que llevo la cuenta y que cuando me llama, en esos días, escondo una grabadora para no perder detalle. “Me inspiras, dice, yo misma siento, puedo palpar lo que hay bajo la piel de tus palabras y no es raro que me atreva a sentir que tras esa piel hay otra y otra, y aún otra”. Por lo que dice sabe mucho más de todas esas palabras que yo mismo. Quizá deba contar que tiene un CI de 140 y que se pasa las semanas trabajando para un tipo que lleva a gala dar vida a cualquier simpleza que se le ocurra. “Os parecéis, dice, tu intuyendo la palabra que va más lejos de sí, él soñando con lo intrascendente, con aquello capaz de no decir nada”. Pese a todo, le digo, es un publicista de éxito y ella lo achaca a que su cabeza está en el montón que hay más. Su capacidad de síntesis me parece prodigiosa. Dice: “La palabra trascendente alcanza pronto la textura, el relieve de lo sensible, la emoción poética; la que se encierra en un mensaje corto, concreto e inconfundible se destina a la publicidad y... ¿sabes algo misterioso? Si te entretienes en descubrirlas verás que, ¡son las mismas!”. Me pregunta si he leído una novela de Kawabata llamada Las bellas durmientes y le digo que no, que ni la oí nombrar. Ella me la cuenta: “Trata de ciertos hombres, avanzados en edad, que bien entrada la noche van a una hospedería donde pueden aproximarse a un grupo de adolescentes que, desnudas, duermen profundamente, por haber sido drogadas. Todos son hombres mayores e impotentes, que pagan un precio por lo que ven y se comprometen a no tocar a las niñas en ninguna circunstancia. Mientras lees, relata, entiendes que las palabras rompen sus moldes y te descubren que la mano imagina algo mucho más bello y poderoso que el tacto mismo. Las palabras encuentran y muestran la raíz profunda de la sensualidad. La piel está allí, perfecta e intocable, para despertar la memoria arrasadora del deseo. Entonces, continúa ella, la palabra trasciende a la poesía y alcanza la mística”. Descubro que ha llegado hasta ahí porque quiere comprobarlo personalmente y me pregunta si estaría dispuesto a vivir la experiencia. “Con una tiza, dice, se trazan dos círculos tangentes en el suelo, de un metro de diámetro aproximadamente. Los círculos no pueden traspasarse, son lugares protegidos e infranqueables. Ahí nos desnudamos y será la memoria del tacto quien ponga las palabras... la poesía”. No sé por qué digo estar dispuesto. “Somos ciegos que ven, dice ella desnuda en el interior del círculo. La mano que no puede palpar se desdobla e indaga, imagina, se enriquece, ensancha sus márgenes reales... ¡Crea!”. Renuncio a describir lo que pasa por mi cabeza y creer en lo que sucede por fuera. Ella está ahí, pero no está. La veo, puedo describir con precisión minuciosa su geografía íntima. La escucho entretejer las palabras con las que descorcha su imaginación y la mía. Se mueve con parsimonia de danzarina voluptuosa, sonríe, (es feliz! y a mi cabeza acuden unos versos deliciosos de Antonio Gamoneda que lentamente le recito con voz ensimismada: Ha venido tu lengua; está en mi boca como una fruta de la melancolía. / Ten piedad de mi boca: liba, lame, amor mío, la sombra.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

16.3.05

L x I

L x I

Felipe Gámez Posted by Hello

Como este blog se está nutriendo casi exclusivamente de las magníficas aportaciones literarias de Felipe, ahí va su foto, para que sus lectores puedan identificarlo.

"Happy Birthday" - 14/3/2005 - Felipe Gámez

Soy hombre de poco ruido y algunas nueces. Mi estado natural es el silencio. El silencio llama al silencio, dicen los miedosos y a mi me parece de fábula porque cuando el silencio llama yo respondo reconociéndome en él. Una casa espaciosa en el silencio es el mejor lugar, pienso yo, para escribir. Has de vértelas con la pantalla en blanco y el puntero que parpadea incrédulo en su esquina, ante la duda de que hayas entendido lo suficiente como para contar algo que merezca la pena. Les diré: el silencio permite que la mente amaine, focalice los temas, acalle sus propios ruidos y saque sus nueces de los armarios. Después las ideas disponibles pasan algo así como un casting: ésta no, ésta no, ésta tampoco... los dedos toman posiciones sobre el teclado... como tanteando lo que aún no sabes. Suelo escribir éstos relatos la tarde de los domingos, cuando el silencio apremia, parece más denso y también más frágil y sé que si no me pongo a ello será el silencio del que estoy hecho el que llegue hasta Onda 8. Lo que hago es poner en marcha mi vena comunicativa, dejar que la palabras se amontonen para contar una historia. La de hoy fue ¡en pleno agosto! Con el calor a tope y la costa (Torremolinos hacia abajo) empapada de dinero, quiero decir de turistas. Un 28 de agosto, ¡sábado! Por mi trabajo los fines de semana libro y, ¡cómo no!, los sábados se ofrecen al silencio. Desde que me levanto voy como cerrando puertas, aislándome lenta y progresivamente, por la mañana hago la compra semanal pero en realidad mis conexiones con el mundo son parcas, temporales, como de prestado. Tras el almuerzo paseo con mi perro y en ese tiempo sitúo mi mente en tal estado silencioso que cuando llego al gran silencio de la casa ya he franqueado todas las barreras y puedo ponerme a escribir. Es un proceso llamado: concentración. Esa tarde, el silencio y la concentración se hicieron añicos cuando sonó el móvil. Era mi jefe, que necesitaba un favor: "Hay trabajo", dijo, "te espero esta noche sobre las diez en la sala Ober-buking de Benalmádena, no te retrases". Me acordé de otro escritor, Kazantzakis, y de la frase leída hace años en su tumba, situada fuera de la muralla de su ciudad, Herákleion: "No creo en nada. No espero nada. Soy libre". Yo no soy tan libre, aún creo en las personas y en que el silencio es posterior a los compromisos, así que fui. Llegué a la hora convenida y en la sala se ultimaban los preparativos para el concierto que un magnífico grupo de soul, Suset-Cat, daría esa noche, pasado la una. Les conocía porque más de una vez habíamos coincidido por esos mundos de Dios. Suset, la vocalista, vino a saludarme y dijo: "Haremos una hora de ensayo y luego un descanso hasta la actuación. ¿Crees que vendrá el principe?" ¿Qué príncipe? Pregunté yo. "Quien va a ser, dijo ella con un mohín, sus Altezas Reales don Felipe y doña Leti". Mi jefe, que andaba por allí dijo: "Podría ser, la seguridad tiene la última palabra. ¿Ves a todos esos con gafas negras y pinta de reporteros de Caiga quien caiga...?, pues son de la pasma, cuidado con los movimientos bruscos". A las once los músicos atacaron el repertorio y Suset empezó a cantar. Una vez me contó que se había criado en los suburbios de Nueva York, que caminó descalza y que empezó su carrera en los peores garitos para los negros de Harlem. Esa noche, como siempre, su voz negra fue un regalo del cielo. Sólo por oírla mereció la pena haber dejado el silencio en casa. Nuestros técnicos, el jefe y yo nos relajamos y disfrutamos del espectáculo. Al terminar ella dijo: "Ahora, para nuestro amigo Felipe, para que nos perdone por hacerle venir en su 57 cumpleaños, cantaré Happy Birthday. ¡Va por ti!". Fue fantástico. Me sentí tan feliz como el presidente J.F. Kenendy aquella noche en el Madison Square Ganden, cuando Marilyn Monroe cantó Happy Birthday para él. Al regresar, no muy tarde, el silencio de la casa era el mismo... yo en cambio era otro.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

Algunos miembros de LxI Posted by Hello

14.3.05

"Belleza súbita" - 7/3/05

"Te admiro, dijo, porque llevas una vida intrínseca. Siempre que te encuentro eres tú y siempre eres el mismo. ¿Cómo lo haces? Vives cerrado y al mismo tiempo abierto”. Que alguien venga a tu casa a decirte estas cosas no está nada mal... aunque si lo hacen a la edad que tengo y ella es una lozana andaluza en la mejor edad, merezco más compasión que envidia. Apareció sin avisar, un domingo frío y desapacible. Sabía que no me levanto tarde y que rondando las ocho y media pongo la cafetera y preparo las tostadas. Al escuchar el din-dong de la entrada pensé: el perro que vuelve de dar su paseo matutino. No era Doc, que nunca sale solo, sino ella, la sonrisa de sus labios hechos de diminutos pétalos, los iris verdes de sus ojos tan expresivos... así podría ir describiendo una a una todas las partes de su cuerpo... Sin ser presumido lamenté aparecer en bata y zapatillas, el pelo revuelto y la barba del día anterior, es decir, hecho unos zorros. Ella dijo: “febrerillo el loco, un día peor que otro”. Pensaba dedicar la jornada a trabajar en mi novela pero me consolé con rapidez, aquella visita inesperada era lo mejor que me iba a pasar en todo el día así que pregunté: ¿tostadas? Y ella dijo: “dos, por favor y el café con una gota de leche”. Mientras desayunábamos sacó una carpeta y dijo: “vengo a trabajar, probablemente todo el domingo... lo siento”. Se mudaba a la creación literaria, quería escribir su propio teatro, dirigirlo, e interpretar. “Puedo hacerlo, dijo, tengo el guión completo, las ideas en orden. Me faltan conocer los secretos del profesional, saber qué cosa mágica hace genial la reunión de cuatro palabras”. La escuché: “Verás, la historia va de una joven adolescente que descubre su belleza de un modo súbito. Tiene quince años, se mira al espejo y se ve corriente, en cambio se asoma a los ojos de compañeros y compañera del Instituto y en ellos descubre el poder de su belleza. Deduce que no es el espejo quien nos muestra cómo somos en realidad sino la mirada radical de las personas que nos rodean. En ellos está el amor de los que nos quieren y el desprecio de los que nos aborrecen. A partir de ahí su experiencia se irá llenando de miedo y sordidez. Luego verá cómo su belleza la separa de la buena gente y la empuja contra el instinto depredador de los hombres que codician aquello que sólo para ella es invisible”. Dijo: “no es biográfico”, pero no estoy tan seguro... La belleza es un tema manido, dije, y la mirada de los otros no son el único reflejo fiable. “La belleza es un shock, dijo ella, la vida que hace footing en frío sobre los sentimientos y no le importa los desgarros que produzca”. Nos llevó todo el día componer las escenas, insertar diálogos sencillos y elocuentes, toques de humor que jugaran con la tensión y condujeran las emociones a diferenciar entre objetos y seres humanos. La discusión fue larga porque a su juicio la tensión entre sujeto y objeto era irrelevante. En los descansos Doc se tendía a sus pies. Picábamos algo y le dábamos al rioja mientras decía: “siento distraerte, deberías estar trabajando en tu novela”. Yo le recordé un verso de Benedetti: "Tengo una soledad tan concurrida". Terminamos de madrugada, muy cansados pero satisfechos. Quedó en darle la pátina teatral. Cuando se fue la casa volvió a quedar en silencio. Días después llamó para decir que los ensayos habían empezado y que buscaban una sala discreta para el estreno. Habían decidido titular la obra como, “Rosa rosae”, un juego malo entre la declinación latina y la belleza perfecta. Propuse ‘El shock de la belleza’ pero no le gustó. Estrenaron en un Instituto gaditano y no me invitaron a ir. Ayer volvió con el libreto, la noté enfadada. Lo leí y al terminar dije: lo siento pero es un bodrio. “Sí, reconoció ella, por lo visto no me enseñaste tanto. Tu magia no funciona y, ¿sabe qué pienso? Que tu vida es menos intrínseca de lo que parece”.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

"Una raya en el agua" - 27/2/05 - Felipe Gámez

Mis queridos oyentes: la inteligencia es un don escaso. Al hablar de “Homo Sapiens” no nos referimos a nadie en concreto; es un genérico que sin embargo no alude a la mayoría. Los que parecen inteligentes casi nunca lo son y los que no lo parecen quizá tampoco. Por eso cuando me topo con quienes tienen dos dedos de frente hago una raya en el agua. Conozco a dos de ellos, son amigos y estoy convencido que sapiens-sapiens. No se extrañen si les digo que son malagueños y una pareja entrañable. Con él comparto tardes de domingo de intensos precipicios filosóficos. Su sonrisa, de hondo calado enigmático, saca punta a las ideas más gastadas para que vuelen de nuevo con un pensamiento arriesgado y original. Disfruto cuando sigue de pronto los hilos de humo de una taza de té verde y acaba encontrándole sentido a términos enterrados en la semiótica donde, en un ejercicio que me recuerda a David Copperfield, encuentra enlaces radicales con la sapiencia universal. Con su compañera lo intelectual se hace materia sensible, vibración, un afecto que cala imperceptible y cuando te das cuenta sigues las alas de sus iris como si fueran las del Espíritu Santo. A su lado aprendí a sacar provecho al eslabón de oro que une unas horas con otras en las tardes desmayadas de los domingos, a saber que su desánimo suele ser engañoso, a seguir las pistas de las palabras perfectas, a entender el arabesco oculto en la filigrana andaluza, preciosista, tumultuosa, tan proclive a la lingüística como a la poesía. Ella cree que, a veces, el mejor poema se pierde por una palabra que no fue descubierta. Hacen sencillo cualquier cosa: la inteligencia es un concesionario natural para la felicidad humana. Por eso nada malo pasó cuando una tarde, llevado por mi vena amistosa, dije: estoy enamorado de tu mujer. “No espero menos de ti, dijo él. Tienes el mismo buen gusto que yo”. Deslumbrada, ella nos miró y vimos tal alegría alumbrando su rostro que soltamos una carcajada al unísono, y ella exclamó: ¡idiotas! A partir de esa tarde yo sentí que ella ponía en su amistad una nota que antes no era perceptible. A las tardes de algunos domingos se sumaron otras que tenían por objeto el análisis de sus poemas o de los míos. Él siempre andaba por allí, metido en sus cosas, enfrascado en sus libros y no mostró preocupación alguna. Por eso no me extrañó su llamada para invitarme, por San Valentín del año pasado, a una cena que llamó “íntima” en su piso de Plaza de la Constitución. Llegué sobre las nueve y él estaba en la cocina. Ella dijo: pasa se ha vuelto loco, está preparando una cena pantagruélica. Como siempre nos sentimos felices y a los postres llegaron las flores, un inmenso ramo de rosas de Interflora. Ella no daba crédito a sus ojos, no es el tipo que sucumbe a horteradas comerciales. Él dijo: “éste año es especial” “¿Especial?” preguntó ella atónita. “¿Por qué especial?” Él mostró aquella sonrisa enigmática y nos dispusimos a lo impensable. El ramo traía un sobre marfil que él abrió y dijo: yo lo leo. A continuación hizo un alarde teatral y nos rogó: “sentaos por favor”. Leyó y ahora no sabría transcribir sus palabras. En la nota nos felicitaba, creía haber asistido al nacimiento de un gran amor y aunque ello le causaba el dolor de ver concluido el suyo entendía que detener el corazón humano no conduce a nada mejor. Finalizaba con un ruego: “aceptad mi amistad, mi sincera y franca amistad”. Y nos fundió en un estremecido abrazo. Esto es absurdo, quise decir, pero no hizo falta, ella tomó la iniciativa y dijo: “quiero a Felipe igual que él me quiere. Mi amor en cambio, el hombre de mi vida, el ser que me fascina y enamora eres tú...” Les dejé camino del dormitorio, diciéndose... bueno ya saben... Un año después aún nos reímos. Fue un prodigio de la inteligencia y me sentía conmovido. Al salir era tarde, hacía frío y en una esquina de la plaza un Saxo convexo enamoraba a las palmeras.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

¡Nenazas! - 21/2/05 - Felipe Gámez

Me dieron su teléfono porque en Málaga es quien más sabe de Montserrat Roig y cuando le llamé él dijo: “soy un enamorado del idioma y la literatura catalana, venga a verme”. Lo encontré en un pequeño apartamento alquilado entorno a la malagueta. “Vivo solo, dijo al recibirme, mi mujer se dio el piro con un trompetista.” Yo pensé: bienvenido al club. Ya sabía que enseña literatura en la universidad pero no que fuera tan joven (no pasará de los cuarenta) ni tan bien parecido. Me di cuenta enseguida que lleva fatal lo del trompetista. “La casa me cae encima, dijo de pronto, demos un bardeo.” Del apartamento nos fuimos al Paseo de la Farola. “¿Por qué le interesa Montserrat Roig”, preguntó de pronto y yo dije: releo sus libros y él apuntó: “no vale gran cosa. Es lo que Marsé diría una medio pija, un subproducto de la rancia burguesía catalana. Nunca tuvo nada grande que decir. Vive de la mediocridad refugiada en el periodismo o la añoranza”. Guardó un largo silencio para decir a continuación: “Éste es un tiempo de vacíos estelares. ¡De pronto descubrimos que el dios verdadero era el demonio! Por eso los curas son los primeros en irse de putas o bendecir a dictadores, las monjas se largan con una rama de olivo entre los dientes, el amigo te dice: ¡me importas un carajo! y tu ferviente enamorada se despierta una mañana preguntándote: ¿Quien diablos eres? Todo está bocabajo, chico. Es como descubrir que tu propio padre te llevaba al infierno.” Caminaba con las manos hundidas en los bolsillos de la parca y los ojos puestos más allá de ningún sitio. “¡Despierta chico! (Insistió en lo de chico y pensé que sería deformación profesional) Alguien se ha cagado en todo e incluso tú, tan pazguato y buena persona, estás de mierda hasta el cuello.” Quería expresar furia pero no sabía cómo y siguió dándome la matraca: “Me han dicho que eres un tipo permisivo, dado a comprender al prójimo. Te irá mal en la vida chico, ¡te irá muy mal! El lenguaje del mundo es violento por naturaleza y te puedo asegurar que la hora de la auténtica escabechina ha llegado. La violencia mayor, la que no deja títere con cabeza, es femenina. El hombre destruye por ambición, la mujer lo hace por nada.” Me habían dicho: éntrale bien y saldrás lleno de buenas ideas. Debí entrarle mal porque esa tarde no quiso hablar de la escritora catalana; ni le interesaba ni quería perder el tiempo con ella. Llevaba días rumiando otros temas: “El universo feminista es lésbico chico, dijo de pronto, como si acaba de saberlo en ese instante. Sobran los hombres excepto con plumas. Quizás te salves si eres gay, comprensivo, tolerante... ¡Un nenazas! Me preocupas chico, lo digo en serio. Sobre nosotros se cierne la noche peor, la última hora violeta. La ofensiva de las mujeres está planteada en todos los frentes y como su violencia es ciega si ganan nos parirán deshuesados.” Tardará en asimilar lo que le ha pasado y cuando lo consiga descubrirá que ha perdido un tiempo precioso tratando de entender algo que su corazón ya sabe pero su cabeza discute. Mientras él hablaba y hablaba, defendía posturas, se mostraba crítico, sarcástico... incluso cínico, yo me centraba en la belleza del mar y el cielo, en la tarde que colapsaba, en los jirones de luz que reflejaban la grandiosidad de algo que termina y también es bello. Regresamos de noche, con el alumbrado público despertando las calles. Por fin se dio cuenta que no había abierto la boca. Por quedar bien preguntó: “¿y tu qué piensas? ¡Mójate el culo! ¡Vamos! Dí algo sensato o me volveré loco.” Puede que las mujeres no sean mejores ni peores que los hombres. Dije queriendo que viera sensatez en ello. No lo hizo, se fue moviendo la cabeza como si pensara: ¡nenazas! Lo dejé rumiando estrategias para abortar la ofensiva feminista. Como Bertrand Russell pienso que, "el problema que aqueja al mundo es que los necios y los fanáticos siempre están seguros de sí mismos mientras que los sabios siempre andan llenos de dudas".
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

13.3.05

"La mejor compañía" - 14/2/05

Me reprocha: “¡nunca me llamas!”, pero se refiere a que no la llamo todo lo que ella desearía. El mes pasado fue ella quien llamó: “¿Interrumpo tus soledades?”, preguntó. Somos buenos amigos así que le dije que nunca interrumpe nada. Nuestra amistad se consolidó cuando aceptó que pese a ser una mujer libre y atractiva, por esos misterios de la química no despierta mi lado romántico. Cuando me viene a la cabeza la llamo o me llama y esa tarde se llena de palabras, de inteligencia... del susurro que precede a la mejor compañía. Onda 8 pronosticó un frío polar pero aún no estaba en Málaga y yo la oí decir: “me apetece ir al cine pero no sé... ¿qué me aconsejas?” hice algo más que aconsejarla, la invité a ver una película francesa que no estaba en el primer circuito comercial y sólo era posible ver en El Alameda. “¿Los chicos del coro?, preguntó, y eso qué es lo que es”. Le hice una sinopsis apresurada: Un colegio infantil para críos problemáticos que se llama Fondo de estanque. Imagina: años cincuenta en Lyon, la rigidez y violencia de las estructuras educativas galas, el ambiente de posguerra... los niños. De repente en una atmósfera cargada de miedo aparece un profesor de música llamado Clément Mathieu y empieza el milagro. Ella dijo: “pero tú ya la has visto, ¡no vale! Además no me apetece comerme el tarro...” Aceptó por pasar la tarde juntos. Luego se alegró. Salió cantando esa dulce melodía de la película, hit Vois sur ton chemin. El frío nos sorprendió a la salida del cine, Málaga se había convertido en una cubitera y en vez de irnos a dar un paseo nos fuimos a cenar a un sitio calentito. La película, una maravilla del último cine francés nos había dejado el espíritu revuelto y con una impronta mágica. A veces en el peor momento, cuando todo parece pensado para ocultar lo que nos humaniza surge la chispa que nos devuelve a los mejores sentimientos. Estaba entusiasmada y yo me sentía feliz por la oportunidad de mostrarle el buen cine. Es una señora culta, sensible, inteligente y no paraba de comentar aspectos técnicos del film: la luz gris de los cincuenta, la inmejorable fotografía, la extraordinaria banda sonora... “Oh, amigo mío, dijo con una no disimulada emoción, ¡te agradezco tanto el detalle! ¿Cómo sabes mis gustos, lo que me estremece y es tan caro a mi corazón? Te llamé porque en temas de cine eres un crítico impagable. Una vez más tenías razón, es una película para ver con alguien muy especial. ¡Me siento feliz!, fue una gozada”. El arte tiene ese efecto, dije, alumbra las tinieblas de la realidad donde forzosamente vivimos. El sábado pasado la vi solo y quedé encantado, claro, pero comprendí que es una cinta para disfrutar en compañía. Luego pensé en llamarte pero... te adelantaste. Reconozco que este pase fue mejor que el primero. Salimos de cenar, yo no quería irme y ella no quería que me fuera e hicimos la clásica ronda de copas, que en nuestro caso son zumos, batidos, infusiones y cosas por el estilo. Sobre las tres de la madrugada llegamos a su casa, en la zona de Las Pirámides. Hablamos un rato en el coche mientras la quietud nos rodeaba con un silencio frío. “¿No te pesa la oledad?”. Preguntó de pronto. No tengo tiempo, dije yo, la soledad es lo que cada cual quiera que sea... por ahora no le hago ni puto caso. Se quedó un momento callada, luego dijo: “Sé que es una horterada pero... ¿quieres subir? La película me ha dejado... tierna y la noche es tan dura”. Yo dije: mañana te arrepentirás. “¡No! Dijo ella. Cambiar deseo por necesidad no es un mal trato” Pienso que me miró un poco asustada de oírse a sí misma. Luego añadió: “Soy un desastre, sabes. Funcionaria de carrera con un puesto ejecutivo... sé que nada de lo que hago lleva a nada. En una escala menor el trabajo parece tener sentido, en mi puesto no. Lo tolero Felipe, lo hago, pero es tan duro.” Lloró calmada y dulcemente. Lo necesitaba. Creo que era todo cuanto necesitaba.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

"Una sonrisa por un centro de mesa" - 7/2/05

Guárdenme el secreto pero una floristería no es un sitio para estar triste... ni siquiera en invierno donde pocos compran, las flores escasean y las que pueden verse, con tiesto incluido, tienen algo de esfuerzo tardío e irremediable. Yo pasaba en dirección al centro, me detenía un minuto en el escaparate y al fondo, tras un mostradorcito beige estaba ella, sentada o de pie pero con la mirada remota, los labios apretados y el ceño de quien rumia penas sin cuento. Mis gastos fijos son de tres clases: libros, cine y plantas; por eso pasaba y sin darme cuenta, tras un vistazo al expositor reparaba en la dependienta y en su rostro embebido y triste. Si alguna vez me vio varado fuera de la tienda fue de ese modo en que miramos sin ver. Vivo observando cuanto me rodea y sin darme cuenta acabé inventariando los detalles de esa mujer desolada: como no sabría señalar una edad aproximada les diré que está en ese punto en el que las mujeres dejan de usar tintes oscuros y se van al rubio platino. Al ir o al volver me detenía y apuntaba mentalmente algún detalle. Por ese procedimiento concluí en que podría ser la dueña del establecimiento. Una mujer sencilla, cierto, pero digna, cuidada y agradable. Vestía elegante, maquillada y con labios y ojos pintados sin estridencias. Una señora de muy buen ver en un contraste continuo con aquella tristeza... Ya con los fríos de enero metidos en los costados una tarde me atreví a entrar. Sonó una campanita y ella volvió del infinito, quiso sonreír pero apenas consiguió compones una mueca exótica. Aconséjeme, le dije, quiero regalar algo a una señora que conozco poco. Anda así como un poco tristecilla y quisiera poner en su entono un detalle, algo bonito que le alce el ánimo. ¿Familiar?” Preguntó ella. No, no, dije yo. “¿Sufrió una desgracia... recientemente?” Comprendí que salía la especialista que lleva dentro y traté de colaborar. No lo sé cierto... la veo poco y siempre la encuentro... ¿cómo decirle?, fuera de sitio, ausente, desganada. “Una depresiva”. Dijo ella como si supiera bien de lo que hablaba. Yo dije, podría ser. Empezó mostrando macetas de flor invernal: “una amarilis, dijo, vistosa pero delicada, hay que estar por ella”. Yo hice un gesto y ella dijo, no. de ahí pasó a las clavelinas, “le llamamos clavel chino, dijo, son bonitas pero... no me convence”. Señaló el pascuero común y yo pregunté: a usted le gusta y ella dijo: “¡para nada!, tan pronto suba la temperatura se muere”. Me enseñó la Suegra Nuera, e hizo un gesto de asco; el asturium, diversos Potos y plantas para colgar. En cada caso yo le preguntaba, ¿qué tal? y ella decía, “no, tampoco”. Acabamos en la Tradescantia, “el Amor de hombre”, dijo. Por fin se le ocurrió un centro de mesa variado, natural con una composición a su gusto y yo dije ¡perfecto, sí, a su gusto! Me entendió o creyó que me fiaba de su experiencia y ciertamente le salió un centro precioso aunque un poco caro. Después de pagarlo dije: ahora voy al centro con unos amigos... puede que regrese tarde, si me da una tarjeta y veo que no llego a tiempo la llamo y le digo que me lo guarde hasta mañana. ¿Le parece bien? Estuvo de acuerdo y yo me marché. Olvidé el tema hasta la hora de cerrar, entonces la llamé: “¡El centro, sí!, dijo ella, quedó muy bien”. Bueno pues, no podré pasar, dije, se me hizo tarde. “No se preocupe, dijo ella, se lo guardo; mañana abro todo el día”. Verá, dije yo que había tenido tiempo de urdir una estrategia, salgo de viaje y no regresaré en quince días; hizo un centro de mesa con mucho gusto, muy bonito. Lo ha hecho como si fuera para usted así que se lo regalo, lléveselo a casa, no lo venda. ¿De cuerdo? Al decir sí su voz sonó armónica con un ligero acento emocionado. Esa noche volví a casa tarde y al pasar por el escaparate, de madrugada, no vi el centro. Tampoco he vuelto a entrar en la tienda y serán imaginaciones mías pero cada vez que me detengo ante el escaparate ella sonríe.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

"La noche más hermosa" - 31/01/05 - Felipe

Acepté porque previamente me había montado mi propia película y no sin haber tratado en vano de dale esquinazo. ¡Olvídalo chica, no me debes nada! Le dije. Era yo quien tenía una deuda contigo, la saldé escribiendo un relato en el que estabas incluida. Como oyente de Onda8 eres impagable y me siento afortunado por... No sirvió de nada darle coba, ni inquirir: ¿qué haremos en Lisboa? Tú, una mujer joven y hermosa y yo un cincuentón solitario... “¿Qué pasa?, dijo ella. ¿Qué temes? No quiero pensar que en ti todo sea literatura; sé que no es así. ¿Qué hay del aventurero que se entrevé en todo lo que escribes? El que vive y sueña a la vez, el que se entrega sin reservas, el que ama... tierna y ferozmente.” Aseguró conocer al tipo, incluso saber
que no dejaría plantada a una dama. Yo argüí: te equivocas bonita, cuando escribo, aunque lo parezca, nunca hablo de mi. Pero ella dijo burlona: “¡Mientes como un bellaco!” No me cupo otra opción que aceptar el reto y decir que haríamos juntos aquel viaje romántico a Lisboa que, recuerdo, ofreció gustosa, si escribía una historia con ella dentro. Para aceptar conocernos en aquel restaurante chiquito yo puse algunas condiciones, para el viaje ella puso una sola: “prométeme que de esta historia nadie saldrá herido.” No sé por que esas palabras me tranquilizaron. Tardamos algunas semanas en coincidir, mientras tanto puse a punto el guión de mi propia película: Su propuesta de viaje romántico no incluiría sexo, ¿cómo iba a ser? ¡Por Dios!, una treintañera y yo... no tenía sentido. Mi papel sería paternal; plan cicerone o algo así. Conozco bien la capital portuguesa, voy con frecuencia y puedo moverme por allí con cierta soltura. Me alojo siempre en un hotel chiquito, barato y medio escondido pero muy limpio y con un servicio cuya familiaridad linda con lo auténtico. La llevaría a degustar el mejor bacalao del mundo, en el sitio más inverosímil, luego oiríamos un fado genuino y pasearíamos después a la orilla del venturoso Tajo, mientras la conversación se haría interminable y la tarde declinaría sola hacia los precipicios de Sintra, como si se tratara de un sueño. Monté un guión perfecto para que pasara de todo y no pasara nada... Fue justo al contrario. Cuando nos vimos en Málaga, muy temprano, con ganas de llegar pronto a Lisboa, estaba hermosísima. Comprendí que no tenía que hacer nada para derrochar belleza. Hicimos el camino hablando de la pasta con la que están hechos los actores. Reconoció que no son gente corriente, capaces de asumir vidas simples o complejas con total naturalidad. Yo dije: quizá ahora interpretas un papel. “¿Cual?” Preguntó divertida. Yo expresé en voz alta lo que pensaba: Tú eres la Amantis Religiosa... yo el macho incauto. Se rió un buen rato, amargamente. Luego dijo: “En aquel relato fui el diablo, ¿recuerdas?, ¡ni te imaginas lo que me dolió! Hoy me conviertes en la Amantis... ¿Por qué eres tan duro conmigo?” Me desarmó. Quizá para cambiar mi actitud hizo lo posible por hacerme sentir bien a todo lo largo del día. La sentí tan feliz, tan segura, tan infantil a veces. Me cogía del brazo o me tomaba de la mano, conversaba y hacía mil confidencias mientras Lisboa se dejaba transitar con una dulzura muy propia de los lusitanos. De pronto empezó a llover y corrimos a comprar un paraguas que insistió fuera chiquito para ir bien amarraditos. Por unas largas escaleras de piedra subimos a la Rocha de Conde Óbidos, una elevación coronada por un cuidado jardín desde donde se ve el río y los muelles. Caía un agua menuilla, dulce. Bajo el paraguas, me miró a los ojos y dijo: “felicidades, lo haces todo tan sencillo”. No sé a que se refería, si en aquel encantamiento había algún mérito era suyo. Anocheciendo visitábamos el Monasterio de los Gerónimos, inolvidable como siempre. Lo increíble de los milagros es que ocurren (Chesterton). Te das cuenta que te han cambiado la vida después, cuando son un recuerdo y compruebas, agradecido, que eres mejor persona.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

11.3.05

"Algo para contar" - 24/1/2005 - Felipe

Salgo poco de mi mismo. Como el poeta, voy de mi corazón a mis asuntos (Miguel Hernández). A veces esos asuntos están en las librerías donde paso algunas tardes de sábado rebuscando en la montaña de papel impreso, esos libros difíciles de encontrar. En ocasiones me siento... ¿cómo decirlo?, como un folio en blanco, estoy bien, no busco nada y sencillamente paseo por Málaga como matando el tiempo. Nunca es del todo así: voy con los ojos bien abiertos, poroso, codiciando que sea la ciudad quien me descubra o que sean las calles, los barrios solitarios o populosos quienes traigan hasta mi alguno de sus secretos. Otras veces, por lo general los domingos, madrugo, arranco el coche y me alargo sin más a unos de esos pueblos de la provincia que no están lejos. Voy deseoso de refrescar mi propio instinto pueblerino (también soy de pueblo), dispuesto a traerme llenos de belleza los cántaros del iris o en su defecto el maletero del coche en forma de sustancias elementales: agua serrana, pan de leña, aceite, vino, miel, laurel... Nunca me había pasado que en vez de ir a traer algo hiciera el viaje para dejarlo todo. Es algo para contar. Una experiencia nueva y también misteriosa. Llegué pronto así que el pueblo aún despertaba. Dejé el coche a las afueras y aquel aire de leña quemada, que tantos inviernos trae e mi memoria, avivó aquel entusiasmo ido a menos. En los pueblos andaluces lo primero que te encuentras con ganas de madrugar y darte la bienvenida son los bares. Dentro había más sueño que gente: un par de parroquianos acodados en la barra y una señora, con pinta de guiri, que sentada en una mesa junto a unas tragaperras tomaba sola un café con leche. Desde que entré aquella mujer no dejó de mirarme. Pensaba andar mucho y desayuné bien: mollete de jamón ibérico a la catalana. La mujer vino un par de veces a la barra a pedir algo y a mirarme con descaro. No me sentí molesto sino un poco aturdido. Al salir me siguió por una calle empinada y no bien doblamos una esquina me abordó: “Perdone, dijo decidida, soy inglesa y tengo un estudio de pintura muy cerca de aquí”. Su pronunciación era correcta aunque mantenía ese acento guiri característico. Larguirucha, un tanto huesuda los ojos hondos y analíticos, con toda probabilidad más allá de los cincuenta. Soy lento de reflejos y en ese momento con el mollete empezando a girar en el estómago no sabía muy bien qué significaba tener un estudio de pintura cerca de allí. Su rostro mostraba un conjunto armónico y en los labios, junto a la seguridad se enjugaba un no disimulado deseo. “Soy pintora, dijo ofreciendome una mano que yo estreché, su cara me interesa... tiene algo... me gusta y tengo mucho interés, si me lo permite, en hacer un estudio... rápido, sólo unos bocetos, no le entretendré mucho, ¿media hora? ¡Por favor! ¿Sí?” Soy sensible arte y el que un artista vea en mi rostro algo que ni yo mismo he visto nunca me llenaba de curiosidad. No sean morbosos, no tuve que desnudarme. ¡Afortunadamente! Pero la media hora se hizo un poco larga. Primero trabajó sobre papel y carboncillo. Sus trazos eran rápidos con fuerza. Luego empleó otras materias, cartulina, acuarela, pastel, témpera. Fuimos a comer al mismo bar de la mañana y por la tarde continuó. La vi tan entusiasmada, tan entregada a lo que hubiera visto en mi que la dejé hacer. En realidad apenas hablamos. Cuando nos despedimos era de noche y yo regresé a Málaga. Por el camino recordé una experiencia similar en Barcelona, hacía mucho tiempo. Paseaba por las Ramblas donde a esa hora de la noche pintores ambulantes montaban la parada y te hacían un dibujo por trescientas pelas. Quise probar y elegí a un tipo
extranjero que exhibía un modelo de Robert Redford, y éste sí estuvo trabajando como media hora. Cuando terminó guardó la cartulina en una carpeta y no quiso vendérmela, ni siquiera me la enseñó.” No, dijo, no la vendo”. Pero por qué, dije yo, es mía y el dijo: “No. Es arte, no está a su alcance”.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que vien

"Málaga cristalina" - 17/1/2005 - Felipe Gámez

Ayer, como todos los sábados después de almorzar, bajé con Doc, mi perro, a pasear por la playa de Huelin. El sol del invierno es el que más se agradece, máxime cuando el aire de cristal deja ver esa Málaga que sólo es verídica durante los sueños. Ella estaba sola, absorta en la infinitud del horizonte, sin saber que contemplaba una ficción. Nos cruzamos durante un segundo, me miró, la miré y por un instante creí que me recordaría. No fue así. Ella continuó perdida en el cristal de la tarde, recorriendo sola las costas de una tristeza... personal. Mientras me alejaba recordé aquel viaje en tren de Barcelona a Málaga, hace ahora unos seis meses. Asuntos familiares me llevan allí con frecuencia y de regreso me enfrascaba en mis libros. Leía a Fernando Pessoa, un librito sobre la mejor Lisboa para turistas: "...por la Rua Eugenio dos Santos, veremos de frente hacia la Rua do Jardim do Regedor, el Monumental Club y un poco más adelante..." aunque de tanto en tanto saltaba a su obra poética: "Murcharam na haste morta da ilusao. / Sonhar é nada e nao saber é vao. / Dorme na sombra, incerto coraçao. (Mustiaron en el asta muerta de la ilusión. / Soñar es nada y no saber es vano. / Duerme en la sombra, incierto corazón)". Ella subió al tren en Vilanova y la Geltrú, con todos los periódicos que había podido arramblar y como no había otro asiento libre se sentó a mi lado. Estuvimos cada cual a lo nuestro hasta Valencia. Allí ella dijo: “Pessoa fue un amargado, un triste, un cenizo, un muermo, un sieso, un tipo sin suerte. Un prisionero de sí mismo que no entendía nada de la realidad cotidiana ni ésta le entendía a él.” La parrafada me dejó frío. Yo admiro a Pessoa, es uno de mis poetas favoritos. “Yo también, dijo ella, la poesía portuguesa es algo gracias a él. Eso sí, como hombre era un desdichas.” Se puso a recitar de memoria y se tiró como diez minutos recordándome poemas muy poco conocidos. Sin duda sabía más de Pessoa que yo mismo. Después de eso el viaje Valencia- Málaga fue un suspiro. Anduvimos en un paseo estremecido por otros paisajes humanos, quizá un poco más nuestros como Javier Egea, Granada 1952, por su libro, “Paseo de los tristes” «Quizá me confundí de calle y de aventura/ pero ya me conocen sus faroles y el alba,/ ya conocen mi sombra, mi canción, mi tristeza/ y esta costumbre vieja de andar erguido y solo». De pronto ella se puso a recitar a Safo traducida por la granaína Aurora Luque: «Se ha ocultado la luna, / mediada está la noche, / la hora propicia escapa, / y yo duermo sola». Me sentí tan en mi salsa que me dio por sacar un poema mío: Que el amor / llega despacio, / con un silencio / que truena. / Viene de pasito / a paso, va / de verbena / en verbena / y a veces suena / a fracaso. “¿De quien es?, preguntó. No lo conozco y suena bien.” Enrojecí como un crío y ella dijo: “¡No!” Tomamos café en el vagón restaurante y mientras la tarde corría aquella mujer desconocida me llenaba por dentro. Sus ojos, las ondas caprichosas del pelo, el óvalo del rostro, el color de su piel, los labios que sonreían y argumentaban sin cesar. Sin conocernos de nada nos hacía íntimos el amor rotundo por la poesía. Mientras iba al lavabo observé su buen tipo, los armónicos de su cuerpo al desplazarse. Me gustaba y calculé su edad... cuarenta y pocos. Al entrar en la nueva Estación de Málaga ella se puso tensa. Miró por la ventanilla he hizo señas a alguien que la esperaba en el andén. La vi al apearnos cuando ambas mujeres se fundieron en un larguísimo beso con lengua. Su enamorada parecía una mujer mayor, espigada, famélica, con una cara caballuna que me recordó al primer Tarzán (Johnny
Weissmuller). Mi presencia la incomodó y no ocultó su disgusto. Una vez presentados dijo: Bueno, vale, nos vamos, adiós. Y se perdieron entre la multitud. ¡Lástima! Pensé y me fui caminando hasta casa. No la volví a ver hasta ayer al cruzarnos en la playa. Ella y Málaga como el cristal... yo, como la mona Chita.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

"Ultimas tardes con Vicente" - 10/1/2005 - Felipe

Hay tanta gente buena por el mundo que si hubiera que contarlos saldrían demasiados. Algunos rasgos son comunes a todos ellos... por ejemplo que son anónimos. A veces los tenemos al lado o vivimos con ellos y no es fácil descubrirlos. De tanto en tanto yo colaboro con gente así. Estoy en una lista y me llaman cuando les hago falta. Si no lo hacen más a menudo es porque ¡hay tantos! Hará unos meses fui, se trataba de pasar la tarde en una residencia de ancianos de la Axarquía, en el “ala de terminales”, por usar su misma nomenclatura. Un trabajo sencillo: darles compañía, conversar... Yo voy por egoísmo, porque recibo mucho más de lo que doy. Un sábado, sobre las cuatro de la tarde, y en la cabeza una frase de Goethe: "Envejecer es retirarse gradualmente de la apariencia". Me dijeron: tiene 86 años, se muere, está solo y se llama Vicente. Octubre da pocos días luminosos y en su habitación hacía rato que se había puesto el sol. Al verme dijo: ¿Qué quieres? No recuerdo cómo salté esa pared, el caso es que gritaba: “¡No quiero uno nuevo, que no conozco ni me conoce! ¡Quiero a Luisa! ¿Por qué no ha venido Luisa? Lamento mentir pero la situación era desesperada y dije: Luisa estará ahora en el quirófano, la están operando... ayer se puso mala y... ya sabe como son esas cosas. Sus facciones se relejaron. "¡Ah, vaya, lo siento! Dijo él. De todas formas morir no es fácil, sabe. Llevo tres años diñándola y no hay modo, tengo mal carácter y ni allá arriba me quieren". Pasado el pánico (el suyo y el mío) nos acoplamos bien y fue una tarde fructuosa. Lo dejé después de la cena, las visitas lo excitan y luego no duerme. En realidad no duerme en ningún caso. Al salir pregunté, ¿por qué no vino Luisa?, y la responsable dijo: no volverá. El marido ya no quiere que venga... Conociendo su genio regresé al sábado siguiente y él empezó hablándome de Luisa: “Es joven, menos de cincuenta, guapa, no ha tenido hijos, el marido trabaja en un banco ¡y tiene una mala leche! Creo que lleva años sin acostarse con ella. No es un cabrón porque le ponga los cuernos es un cabrón porque lo es.” Ella está bien, le dije, pero tardará en recuperarse. Tú eres un hombre de mundo y tu vida debió ser tan rica e interesante que daría para una novela. “¡Seguro! Dijo él ¿La escribirás?” Me había llevado un bloc para tomar notas y se lo enseñé. Dije: venga Vicente, cuéntame algo guapo. Lo hizo y yo escribí sin cesar más de dos horas, con esa letra rabiosa, como de médico, que tanto molestaba a mi padre. Pero lo que él quería, lo que de veras le importaba era hablame de Luisa. “Si tuviera una foto suya, dijo, te la enseñaría.¡Qué corazón el suyo! No le cabe en el pecho y eso que ella es generosa en todo. Hace seis meses me puse ¡mu malico, malico! de verdad, mucho. Los médicos de la residencia dijeron: ¡por fin! Ella empezó a venir por las tardes, todas las tardes. Cuando el cabrón salía de casa ella aparecía por esa puerta. ¡Me salvó! ¿Quieres creerlo? Yo quería tirar la toalla y ella: no Vicente, tu tienes que ponerte bueno. Me salvé porque me enamoré. ¿No le parece acojonante? ¡Ochenta y seis años! ¡Muriendome! Porque me estoy muriendo. Me enamoré como un chaval”. Vicente es un pillo redomado y las últimas tardes con ella se la cameló para que, antes de morir le mostrara el pecho. Ella había dicho: de acuerdo, mañana. “Debió pedirle permiso al cabrón, pensaba él, aunque de todos modos no lo habría hecho, daba tiempo para que la muerte me sorprendiera con esa ilusión.” Esa noche me fui pensando que esas ilusiones no son tan difíciles de obtener y pasé por un sitio especializado. La chica me miró raro y preguntó, ¿seguro que es eso? Nos pusimos de acuerdo en el precio y la hora del sábado siguiente. Cuando la recogí dijo: por adelantado, por favor. Soy una profesional. A las cinco llegamos a la residencia y Goethe se había convertido en una idea global: ¡Vicente no iba a morir sin satisfacer su deseo! Pero lo reconozco, era un cabrón sin suerte.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

10.3.05

"Mecánica de matrices infinitas" - 3/1/2005 - Felipe

Los veranos son a veces probetas felices donde ensayamos esa sonrisa, esa palabra, ese gesto que llevamos aguantando desde que el frío cristalizó los labios, en una mueca, que si llegara al espejo, probablemente nos asustaría. Como ya lo he probado (y tampoco funciona) no voy a decir que un amor surgido en el otoño se inyecta directamente en vena y va del ojo implacable al corazón eterno. Pues no. Todos los románticos soñamos con eso: el atardecer, la niebla que llega del mar y ella que aparece viniendo despacio por una calle solitaria. La realidad, mucho más prosaica, ofrece otros modelos y como me apunto a todos la última vez me enamoré en primavera y reconozco que tuvo su mérito. Fue muy excitante porque se trató de una cita a ciegas y como es propio tuvo aquel punto inicial tan misterioso: mitad literario, mitad novelesco. No mentiría si dijera que produjo en mi el conocido efecto Red bull (que da alas, en este caso a la imaginación) ¡lo que me faltaba! La primavera, la sangre por las nubes y aquel abril tan húmedo y pegadizo como una canción de Sabina. Decidimos encontrarnos delante del Málaga Plaza. A ella porque le traía recuerdos laborales y a mi porque podía bajar dando un paseo desde casa. Su voz por teléfono me sonó agradable, el acento malagueño hasta las cachas, algunos giros verbales con ese punto irónico que nunca sabes si es inteligencia o pasotismo. Me agradó su risa, la franqueza nerviosa con la que uno ríe cuando no conoces de nada a la persona con la que hablas. Una semana después la llamé desde el hotel Kempinski, en Hamburgo, donde pasé unos días de trabajo. Tan sólo quería decirle que, esa tarde, dando un paseo por la bella ciudad alemana, me acordé de ella y, gracias a eso me dio el punto y le compré un foulard de seda en el tenderete de un joven iraní, especializado en sedas orientales. A ver Felipe, tío, ¿sabes qué hora es? Preguntó somnolienta. ¡Obviamente no! Ni sabía la hora ni me había preocupado del reloj desde que sobre la media tarde saliera del hotel. Me asombré: ¡eran pasadas las dos y media de la madrugada! Sí, dijo ella, éstas no son horas... ¿comprendes? Comprendía, sin embargo hay cosas que se deben decir en el momento de sentirlas, porque más tarde ya no están, han desaparecido, alguien se las ha fumado o sencillamente se las llevó el servicio municipal de recogida de basuras. En cambio si las cuentas, si las escribes las conquistas, permanecen, se quedan ahí y el hecho confirma luego que no fue una lucubración u otra empachera de letras. Éste, como todos los inviernos propician la nostalgia. Entre otras cosas porque la mueca ha salido del espejo y ya tuve tiempo de volver al principio. Lo explicaré una sola vez: cuando alguien llama a las dos de la madrugada (desde Hamburgo o desde la cabina de teléfono de la esquina) tan sólo quiere hablar de amor. ¿Vale? Los pañuelos de seda, los usos horarios, la oscuridad de la noche o el postre que tomamos para cenar no significan nada... o todo significa lo mismo. Para bien o para mal existe la añoranza, el deseo, el corazón que empuja la inquietud y la ilusión que lo tiñe todo con una iridiscencia inexplicable. De repente, algo tan simple como comprar un pañuelo de seda a la orilla de un lago alemán, a un muchacho con las manos amoratadas y los ojos universales, sólo se puede explicar haciendo esa llamada intempestiva o desarrollando cuanto sabemos sobre mecánica de matrices infinitas. Les pasa aciertas partículas cuyo fulgor cuántico dura una fracción inasible y al momento lineal de un electrón en el interior del átomo. Visto así quizá deba decir que se trata de algo habitual. Aquella llamada desde Hamburgo, en la inhóspita madrugada, se convirtió en un símbolo de la incomprensión, la primera piedra del edificio que no construiríamos. Cinco meses de relación apenas dieron para perder la magia y decirnos adiós correctamente.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

"Mephisto estuvo allí" - 27/12/2004

Mephisto estuvo allí
27 de diciembre de 2004
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Ni puedo ni quiero dejar de ser quien soy, ¿para qué? Aunque como a todo el mundo me surgen ocasiones de marcarme el pegote. Ésta puede ser una de ellas, por eso les daré libertad absoluta para manejar, si quieren, aquello del refrán: dime de qué presumes y te diré de qué careces. Entenderé si deciden no creer una sola palabra y tomar lo que he venido a contarles como una simple leyenda urbana. Ella dijo: “He venido a ver si me quieres”. No es un restaurante bullicioso y aún no estoy tocado del oído pero la frase de la joven requería una exclamación por mi parte: ¡Cómo! Ella insistió: “Ya te lo he dicho, he venido a ver si me quieres”. La vi seria, tranquila, resuelta, así que opté por no soliviantarme y tomar aquello con su mismo aplomo. Para que lo entiendan: estábamos terminando el almuerzo, hace de esto ahora un año (quizá el tiempo que necesité para asimilar lo que pasó y estar listo para escribirlo). Un ambiente precioso en uno de esos restaurantes malagueños chiquitos y familiares que te hacen pasar tan buenos ratos. Nos miramos largamente, en silencio y ella, con unos ojos verdes preciosos, sostuvo los míos con la veracidad del que ha decidido pasar por aquello después de consultarlo largamente con la almohada. “No es una orden”, dijo ella como si necesitara dar un respiro a la tensión suscitada. Sí ya sé, dije yo, has venido a ver si me enamoro de ti. Y perdona si cambio el querer por el amar. Como romántico tengo mis predilecciones lingüísticas. “¡Oh sí, lo sé! —dijo ella con una sonrisa deslumbrante— Pensarás que estoy loca pero no es eso. Ya sabes, te escucho por la radio desde que tenía veintiséis años... aún no he cumplido los treinta y si quisieras enamórate de mi sería una mujer muy, muy feliz. Cuando abriste aquel correo, málagadesdeelcorazón@telefonica.net vi mi oportunidad y te escribí, primero muy cortada, ya lo sé, pero todo lo que he sido capaz de escribir desde entonces salió de mi corazón... enamorado. Ya sé que para éste almuerzo pusiste dos condiciones: la primera desengancharme, no eres un galán sino un hombre mayor que no pretende causar mal alguno. Me lo has dicho muchas veces: no eres alto, ni fuerte, ni guapo, ni un escritor famoso. La segunda es aceptar tu decisión de cortar esto e irme con un beso en la frente. Hemos hablado mucho y si tienes razón lo mío no tiene sentido... ¡bien! Cuanto quiero saber ahora es: me has conocido, hemos comido juntos, nos hemos reído y hablado como buenos amigos... dime la verdad. ¿Sigues pensando lo mismo?” Este tipo de cosas no deben pasar. La miraba y yo sabía que no debía estar allí, que no debí aceptar nunca su insistente propuesta de vernos. Su voz era corriente y por teléfono me había hecho concebir una imagen... mucho más sencilla de rechazar. Me sentía molesto conmigo mismo. ¿Por que no podía tener veinte años menos? ¿Dónde rayos estaría Mephisto para hacer un trato con él? ¡Estaba dispuesto a engañar al mismísimo diablo vendiéndole un alma que no tengo! Pero el demonio sabe más por viejo que por demonio y no se dejó ver. Sin embargo el diablo estuvo allí: ¡Era ella! Me había llevado a aquella mesa tranquila en un restaurante bonito e íntimo y mostrándome el poder su belleza dijo: “todo esto te daré si postrándote ante mi me adoras.” Ellas saben cuando crean esa fascinación y dijo: “No quiero presionarte, ¿vale? Te lo piensas.” Me dio un beso levísimo en los labios y se fue. Esa misma noche, por e-mail me aclaró todo: es estudiante de arte dramático, me había escuchado decir en Onda 8 que este año pensaba escribir leyendas urbanas y se le ocurrió montar la farsa con la idea de dar un motivo para llevarme a escribir ésta misma historia. “No te enfades conmigo, por favor, dijo cuando la llamé. Sólo deseo entrar en uno de tus relatos.” Cuando lo escriba, dije yo: me deberás una. “De acuerdo, dijo ella, ¿qué tal un viaje romántico a Lisboa?”

Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

"La buena conciencia" - 20/12/2004 - Felipe

La buena conciencia
20 de diciembre de 2004
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Dicen que “la buena conciencia sirve de almohada” (John Ray). Me lo recuerda alguien del que he aprendido lecciones vitales impagables. No obstante se trata del ateo más lúcido y convencido que conozco, que no son pocos, en esta Málaga donde la apariencia oculta un fondo muy duro de nihilismo falaz. Le conocí hace tiempo regresando de Úbeda, en la provincia de Jaén. Estaba en la misma gasolinera donde yo repostaba y preguntó si podría traerle a Málaga. En aquel viaje se inició una leve amistad, cual pluma, y desde entonces acepta veme ¡una vez al año!, y siempre por Navidad. Lo hace porque no me considera un ateo consecuente (lo soy a mi manera) y piensa que de tarde en tarde necesito un baño de convicción. Hacia la mitad de diciembre me llama o lo llamo y quedamos en su casa o en la mía. Se considera un descreído, un heterodoxo y tiene asumido que la fe en los dioses o en la humanidad, para él son lo mismo, no es más que un modo de enmascarar un carácter débil y variable. No le sirve de mucho que proteste porque dice: ¡Ya vale, pareces una vieja que ha perdido sus dientes! La primera Navidad en que nos vimos yo estaba recién divorciado y él se mostró especialmente alegre. ¡Bienvenido a la libertad! Dijo. Tienes por delante un reto: descubrirte a ti mismo. No busques ni quieras hacer otra cosa: eso es lo primero. Entérate de quién es el tipo al que dan tu nombre. Como persona y sobre todo como escritor, necesitas ese conocimiento, saber que puedes afrontar la vida sin ayuda. Ya me entiendes (y me guiñó un ojo): sin Dios, sin hogar, sin amigos, sin mujer... en resumen, sin estorbos. Reconozco haberle hecho poco caso. Ese año le llamé varias veces pero no contestó ni me devolvió la llamada, cuando nos vimos, por las navidades del 2002, fue él quien vino a verme. Tenía buen aspecto, parecía jovial y mostró curiosidad por saber de mis progresos íntimos y esenciales. Hablamos sin cesar durante cuatro, quizá cinco horas, luego anocheció. Su alegría, su interés, el apoyo incondicional que mostró por mi experiencia vital me produjeron un sentimiento bienhechor que aún le agradezco. Al despedirse me dejó dos regalos. Uno moral: te encuentro muy bien, dijo estrechando mi mano tan fuerte que casi me hizo daño. El otro fue un obsequio intelectual. Estas navidades, dijo, relee a los sufíes y reflexiona sobre éste proverbio: “Sólo el ojo de agua puede ver el agua.” El año pasado superé las ganas de llamarlo y quedamos en Puerto de la Torre, en su casa, un domingo a las doce de la mañana. Apareció en bata, despeinado, con barba de semanas. Por el contrario, el orden y la pulcritud de la vivienda eran extremos. Sólo los libros se amontonaban por todas partes formando rimeros interminables o columnas asombrosas. Tras el examen escrutador de sus ojos, finalizado con la cucamona de una amplia sonrisa, dijo mientras nos estrechábamos las manos con fuerza: Te leo. ¡Un día tendrás el Premio Nobel de Literatura! Me reí por la sorna implícita en el recibimiento, y como vio que se me iban los ojos por los rincones llenos de volúmenes dijo: ya sabes, nuestras alas son las hojas de los libros. Pasó la mañana y comimos allí mismo. La tarde fue larga... corta, fructífera. Hablamos de un autor alemán, el Maestro Eckahart y él tomando la frase de un libro abierto leyó en alemán: “el ojo con el que veo a Dios es el mismo ojo con el que Dios me ve.” Por último
preguntó: ¿Qué aprendiste de la hermosa libertad? Y yo dije: que es otra cárcel. Me miró sorprendido, casi admirado. ¡Muy bien!, dijo, es una buena conciencia, fuiste un alumno aventajado... sólo que, no sé, algo no concuerda. Te veo a punto de caer en la dulce maraña femenina. Y yo dije: Puede ser. ¿Quieres adelantarte? A lo que él respondió: ¡No! Yo soy de los que no se casan con nadie.
Un saludo y hasta el lunes de la semana que viene.

9.3.05

"Siempre enamorados" - 13/12/2004 - Felipe

Siempre enamorados
13 de diciembre de 2004
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Nos vemos cuando él quiere. Me llama y quedamos normalmente para cenar. Es una de esas pocas personas que, viviendo en Málaga, se hace preguntas sin cesar. Recientemente me decía: “¿Sabes?, podemos resumir la vida en una sola pregunta, por qué estamos aquí”. Miraba con ese interrogante dibujado en la frente despejada y yo me lo tomé a guasa: en principio, —dije— si no me equivoco, vinimos a cenar. No hizo caso a la ironía ni cambió de tema sino que aprovechó mi propio impulso para decir: “En el principio o si quieres, en el principio del principio está sólo el amor. Sin amor está todo perdido. En realidad, si lo piensas con detenimiento verás que no hay vida, sólo hay amor”. Sí, ya sé; me van a decir que un tipo así o te da la cena o se la das tú a él. Pero no puede evitarlo, es un hombre interesante, uno de los pocos que quedan y esa noche sus ojos iban y venían como dos campanas al vuelo. ¿Va todo bien? Pregunté, ya en serio. Es un hombre que ha pasado de los cincuenta y empareja y desempareja con dolor y con relativa frecuencia. Su última chica tiene veinte años menos y aunque no viven juntos experimentan uno de esos enamoramientos tan arrasadores como los de antes. Iba a su bola y ni me escuchó. Mientras encontraba la próxima pregunta pedimos la cena. “En el fondo lo que de veras me inquieta —dijo de pronto— no es por qué estamos aquí sino por qué nos enamoramos. Ésta noche ella está en Sevilla y la cuestión es: ¿lo soportaré? ”. Por teléfono, desde Sevilla, ella le había preguntado esa misma tarde: ¿Querrás casarte conmigo? Y el había respondido a la gallega: ¿En qué circunstancias? La cena estaba muy rica pero él se preguntaba: “¿Por qué he respondido de ese modo? ¿Por qué me ha tenido que hacer ella esa pregunta? Yo pienso como Óscar Wilde: Uno debería estar siempre enamorado. Por eso jamás deberíamos casarnos. Parece que hubiera olvidado que el amor conserva la belleza y que la piel de las mujeres se nutre de caricias, como las abejas de la miel.” Es un hombre al que le he escuchado decir las más bellas palabras para referirse a su exmujer: “Llevo aquel amor dentro de una lágrima de ámbar, lo miro al trasluz y sigue siendo hermoso aunque esté muerto”. Cuando regrese —decía mientras cenábamos— le diré que me casaré con ella en cualquier circunstancia. Ella aprovechará esa vulnerabilidad para llevarme a su terreno y yo usaré esa nueva confianza para ganar tiempo. Si mientras tanto madura, ¡solo tiene treinta y dos años! verá que quiero pasar con ella el resto de mi vida y tal vez, entonces, sepa que los males de amor se curan con más amor.” Cumplió sus promesas. En aquella cena él aún no sabía que la chica estaba embarazada y pasaba de las preguntar a contar esas ternuras que me ponen los dientes largos: “Es tan dulce —decía con ojos de cordero degollado— , esta mañana, sin ir más lejos, mientras despertábamos va y dice: ¿sabes que es lo mejor de acostarme contigo? ¿Lo mejor de lo mejor?. Aún estábamos en la cama y yo tenía la mente espesa para los acertijos. Gruñí y ella dijo: "lo mejor de todo es despertarnos juntos". ¿Crees que se dio cuenta de la cosa tan linda que acababa de pronunciar? Sin saber cómo, amigo mío, la vida tiene esas maravillosas esquinas...” Bueno, escribo esta pequeña crónica a las tantas de la madrugada, después de celebrar con ellos esa boda feliz. También yo pasé por esas esquinas placenteras y aunque ahora duermo solo, pienso que nada hay más fuerte que el amor. Igual que mi amigo, ignoro por qué estamos aquí. No hay vida sino esperanza... ¿recuerdan? Me pregunto qué validez tendrá el amor a cómodos plazos. He oído que ahora, cuando los jóvenes se casan él dice: “te quiero por que te debo la vida, el día en que pague el último recibo o estoy muerto o felizmente divorciado.”
Un saludo y hasta el lunes de la semana que viene.

La poesía que nos queda - 29/11/2004 - Felipe

La poesía que nos queda.
29 de noviembre de 2004
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"Sucedió un miércoles 24 de marzo de 2004 en el Centro Cultural Provincial de la calle Ollerías, Allí, bajo el auspicio de otra institución malagueña, el Centro Cultural de la Generación del 27, tuvo lugar la presentación de la antología poética completa del poeta jerezano, José Manuel Caballero Bonal, titulada, “Somos el tiempo que nos queda”. Vi el anuncio en la prensa de la mañana y como el acto sería a partir de las 20,30 me propuse asistir. Bajé caminando. Desde mi casa al centro, media hora a buen paso; y me fue bien porque por el camino desconecté del trabajo y dejé la mente en blanco... o lo más blanca posible para recibir una buena lección poética. Quienes aprecian ese arte hablan del placer por el placer. Aunque otros digan que “Los vuelos naturales del espíritu humano no van de placer a placer, sino de una esperanza a otra” (1). “Digamos que existen dos tipos de mentes poéticas: una apta para inventar fábulas y otra dispuesta a creerlas” (2) y que esa tarde yo tenía la mía especialmente apta. Sentía el deseo interior de que el poeta tuviera que esforzarse lo menos posible para alcanzarme. Sin embargo el gusto por la poesía es minoritario y la sala designada para el acto se adaptaba a un aforo con esas previsiones. Llegué pronto y al entrar, lo desangelado del recinto y las cuatro personas que esperaban me produjo un leve sentimiento de aprensión. Tomé asiento y me puse a leer el cuadernillo que el Centro edita para agasajar al poeta y a quienes vienen a escucharlo. Un momento después una voz tras de mi dijo: «Neruda o León Felipe habrían podido llenar estadios y las multitudes salir de sus recitales llenas de vida.» Giré la cabeza y me encontré con unos ojos donde la inteligencia irradiaba una belleza noble y misteriosa. Tras ellos vi el rostro, la figura de una dama que me hizo recordar a esas mujeres que se definen como mitad sueño mitad ficción. Me habría encantado iniciar una conversación pero el poeta ya se aproximaba a la mesa y el acto estaba apunto de empezar. Ella puso el dedo índice en los labios y prometió: «luego.» Don José Manuel Caballero Bonal habló del tiempo poético: “El presente desdeña lo que el recuerdo elige: esa palabra con la que ya no voy a encontrarme nunca, que se parece cada día más a alguna sobrehumana carencia del pasado”. Al terminar yo pensaba: el tiempo que nos queda será quien hable de esa leve infinitud que fuimos. Coincidimos en la salida. Ella decía: «Qué pena, un derroche tal de sensibilidad para el disfrute de unos pocos. La poesía se extingue y me asusta pensar que poetas insignificantes hablen de nosotros cuando nuestro tiempo haya concluido.» Me sorprendí siguiendo el hilo de su conversación mientras nos dirigíamos a Plaza Uncibay. Una vez allí propuse tomar algo en un bareto popular llamado La Reja, donde por entonces, algunos jueves nos reuníamos una panda de nostálgicos de as nuevas tecnologías, la amistad y la buena conversación, autodenominados, lxi (locos por internet). «Usted ama la poesía, -dijo siguiéndome al interior de la peña- la lleva dentro como llevamos a los hijos. Yo me aventuré con un pronóstico cogido con alfileres y dije: usted también, por lo tanto no todos los poetas que hablen de nosotros habrán de ser tan insignificantes. «No esté tan seguro,» dijo ella. Tomamos unas cañas y hablamos de poesía, es decir, de la vida. Ella dijo: “una vida bien escrita es casi tan raro como una vida bien vivida”. Una cita de Thomas Carlyle que yo apunte corriendo en una servilleta. Luego preguntó: ¿qué escribe? ¿Le cuento la versión larga o la corta? Me pregunté a mí mismo. Al final quise hablar del trabajo en mi cuarta novela pero ella se adelantó: «Bah, no sea tímido -dijo- y hable de la poesía que le consume.» Me di cuenta que podía leer dentro de mi y dije: me ha descubierto; se llama "La horas de los labios" y será un poemario romántico. Le recité unos versos: Que yo florezco en invierno, / doy el fruto en primavera / y siempre, siempre soy tierno. Me gustó que sonriera, luego dijo: «¿siempre...?, ¡ah, hombres!.» Nos despedimos apuntándonos los móviles pero cuando unos días después quise llamarla un ente inflexible repetía: el número marcado no existe. Perdí su pista hasta descubrirla en la prensa a primeros de octubre. Le acaban de conceder el Premio Nacional de Poesía de 2004. Se llama Chantal Maillard, española de origen belga, y puede decirse que ha vivido y trabajado en Málaga durante muchos años. He leído con pesar que no anda bien de salud y que se mueve entre Málaga y Barcelona. De ella guardo un recuerdo emocionado y una frase hermosa: Nosotros, somos la poesía que nos queda.
Un saludo y hasta el lunes de la semana que viene.

¡Se acabó la inactividad!

Después de varios meses de inactividad (debido a circunstancias muy concretas y específicas -¿se puede ser más críptico?-), reanudo la actividad del blog y, como venía siendo habitual, el contenido del mismo va a seguir nutriéndose por ahora de las magníficas creaciones de mi amigo Felipe Gámez, como atinada y maliciosamente :-) señala mi otro buen amigo Peter en su blog, "Desestructurado", que curiosamente está tan paradillo como el mío.
Por tanto, creo que nos tenemos que "meter en faena" e intentar utilizar este recurso que tan de moda está actualmente para al menos animar algo al grupito de "Locos por Internet" y motivarlos para que intervengan con comentarios, sugerencias, escritos, noticias, etc...

En fin.......... ¡¡¡¡ reemprendemos la marchaaaaaaaa !!!!!!!!