9.3.05

"Siempre enamorados" - 13/12/2004 - Felipe

Siempre enamorados
13 de diciembre de 2004
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Nos vemos cuando él quiere. Me llama y quedamos normalmente para cenar. Es una de esas pocas personas que, viviendo en Málaga, se hace preguntas sin cesar. Recientemente me decía: “¿Sabes?, podemos resumir la vida en una sola pregunta, por qué estamos aquí”. Miraba con ese interrogante dibujado en la frente despejada y yo me lo tomé a guasa: en principio, —dije— si no me equivoco, vinimos a cenar. No hizo caso a la ironía ni cambió de tema sino que aprovechó mi propio impulso para decir: “En el principio o si quieres, en el principio del principio está sólo el amor. Sin amor está todo perdido. En realidad, si lo piensas con detenimiento verás que no hay vida, sólo hay amor”. Sí, ya sé; me van a decir que un tipo así o te da la cena o se la das tú a él. Pero no puede evitarlo, es un hombre interesante, uno de los pocos que quedan y esa noche sus ojos iban y venían como dos campanas al vuelo. ¿Va todo bien? Pregunté, ya en serio. Es un hombre que ha pasado de los cincuenta y empareja y desempareja con dolor y con relativa frecuencia. Su última chica tiene veinte años menos y aunque no viven juntos experimentan uno de esos enamoramientos tan arrasadores como los de antes. Iba a su bola y ni me escuchó. Mientras encontraba la próxima pregunta pedimos la cena. “En el fondo lo que de veras me inquieta —dijo de pronto— no es por qué estamos aquí sino por qué nos enamoramos. Ésta noche ella está en Sevilla y la cuestión es: ¿lo soportaré? ”. Por teléfono, desde Sevilla, ella le había preguntado esa misma tarde: ¿Querrás casarte conmigo? Y el había respondido a la gallega: ¿En qué circunstancias? La cena estaba muy rica pero él se preguntaba: “¿Por qué he respondido de ese modo? ¿Por qué me ha tenido que hacer ella esa pregunta? Yo pienso como Óscar Wilde: Uno debería estar siempre enamorado. Por eso jamás deberíamos casarnos. Parece que hubiera olvidado que el amor conserva la belleza y que la piel de las mujeres se nutre de caricias, como las abejas de la miel.” Es un hombre al que le he escuchado decir las más bellas palabras para referirse a su exmujer: “Llevo aquel amor dentro de una lágrima de ámbar, lo miro al trasluz y sigue siendo hermoso aunque esté muerto”. Cuando regrese —decía mientras cenábamos— le diré que me casaré con ella en cualquier circunstancia. Ella aprovechará esa vulnerabilidad para llevarme a su terreno y yo usaré esa nueva confianza para ganar tiempo. Si mientras tanto madura, ¡solo tiene treinta y dos años! verá que quiero pasar con ella el resto de mi vida y tal vez, entonces, sepa que los males de amor se curan con más amor.” Cumplió sus promesas. En aquella cena él aún no sabía que la chica estaba embarazada y pasaba de las preguntar a contar esas ternuras que me ponen los dientes largos: “Es tan dulce —decía con ojos de cordero degollado— , esta mañana, sin ir más lejos, mientras despertábamos va y dice: ¿sabes que es lo mejor de acostarme contigo? ¿Lo mejor de lo mejor?. Aún estábamos en la cama y yo tenía la mente espesa para los acertijos. Gruñí y ella dijo: "lo mejor de todo es despertarnos juntos". ¿Crees que se dio cuenta de la cosa tan linda que acababa de pronunciar? Sin saber cómo, amigo mío, la vida tiene esas maravillosas esquinas...” Bueno, escribo esta pequeña crónica a las tantas de la madrugada, después de celebrar con ellos esa boda feliz. También yo pasé por esas esquinas placenteras y aunque ahora duermo solo, pienso que nada hay más fuerte que el amor. Igual que mi amigo, ignoro por qué estamos aquí. No hay vida sino esperanza... ¿recuerdan? Me pregunto qué validez tendrá el amor a cómodos plazos. He oído que ahora, cuando los jóvenes se casan él dice: “te quiero por que te debo la vida, el día en que pague el último recibo o estoy muerto o felizmente divorciado.”
Un saludo y hasta el lunes de la semana que viene.

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