11.3.05

"Ultimas tardes con Vicente" - 10/1/2005 - Felipe

Hay tanta gente buena por el mundo que si hubiera que contarlos saldrían demasiados. Algunos rasgos son comunes a todos ellos... por ejemplo que son anónimos. A veces los tenemos al lado o vivimos con ellos y no es fácil descubrirlos. De tanto en tanto yo colaboro con gente así. Estoy en una lista y me llaman cuando les hago falta. Si no lo hacen más a menudo es porque ¡hay tantos! Hará unos meses fui, se trataba de pasar la tarde en una residencia de ancianos de la Axarquía, en el “ala de terminales”, por usar su misma nomenclatura. Un trabajo sencillo: darles compañía, conversar... Yo voy por egoísmo, porque recibo mucho más de lo que doy. Un sábado, sobre las cuatro de la tarde, y en la cabeza una frase de Goethe: "Envejecer es retirarse gradualmente de la apariencia". Me dijeron: tiene 86 años, se muere, está solo y se llama Vicente. Octubre da pocos días luminosos y en su habitación hacía rato que se había puesto el sol. Al verme dijo: ¿Qué quieres? No recuerdo cómo salté esa pared, el caso es que gritaba: “¡No quiero uno nuevo, que no conozco ni me conoce! ¡Quiero a Luisa! ¿Por qué no ha venido Luisa? Lamento mentir pero la situación era desesperada y dije: Luisa estará ahora en el quirófano, la están operando... ayer se puso mala y... ya sabe como son esas cosas. Sus facciones se relejaron. "¡Ah, vaya, lo siento! Dijo él. De todas formas morir no es fácil, sabe. Llevo tres años diñándola y no hay modo, tengo mal carácter y ni allá arriba me quieren". Pasado el pánico (el suyo y el mío) nos acoplamos bien y fue una tarde fructuosa. Lo dejé después de la cena, las visitas lo excitan y luego no duerme. En realidad no duerme en ningún caso. Al salir pregunté, ¿por qué no vino Luisa?, y la responsable dijo: no volverá. El marido ya no quiere que venga... Conociendo su genio regresé al sábado siguiente y él empezó hablándome de Luisa: “Es joven, menos de cincuenta, guapa, no ha tenido hijos, el marido trabaja en un banco ¡y tiene una mala leche! Creo que lleva años sin acostarse con ella. No es un cabrón porque le ponga los cuernos es un cabrón porque lo es.” Ella está bien, le dije, pero tardará en recuperarse. Tú eres un hombre de mundo y tu vida debió ser tan rica e interesante que daría para una novela. “¡Seguro! Dijo él ¿La escribirás?” Me había llevado un bloc para tomar notas y se lo enseñé. Dije: venga Vicente, cuéntame algo guapo. Lo hizo y yo escribí sin cesar más de dos horas, con esa letra rabiosa, como de médico, que tanto molestaba a mi padre. Pero lo que él quería, lo que de veras le importaba era hablame de Luisa. “Si tuviera una foto suya, dijo, te la enseñaría.¡Qué corazón el suyo! No le cabe en el pecho y eso que ella es generosa en todo. Hace seis meses me puse ¡mu malico, malico! de verdad, mucho. Los médicos de la residencia dijeron: ¡por fin! Ella empezó a venir por las tardes, todas las tardes. Cuando el cabrón salía de casa ella aparecía por esa puerta. ¡Me salvó! ¿Quieres creerlo? Yo quería tirar la toalla y ella: no Vicente, tu tienes que ponerte bueno. Me salvé porque me enamoré. ¿No le parece acojonante? ¡Ochenta y seis años! ¡Muriendome! Porque me estoy muriendo. Me enamoré como un chaval”. Vicente es un pillo redomado y las últimas tardes con ella se la cameló para que, antes de morir le mostrara el pecho. Ella había dicho: de acuerdo, mañana. “Debió pedirle permiso al cabrón, pensaba él, aunque de todos modos no lo habría hecho, daba tiempo para que la muerte me sorprendiera con esa ilusión.” Esa noche me fui pensando que esas ilusiones no son tan difíciles de obtener y pasé por un sitio especializado. La chica me miró raro y preguntó, ¿seguro que es eso? Nos pusimos de acuerdo en el precio y la hora del sábado siguiente. Cuando la recogí dijo: por adelantado, por favor. Soy una profesional. A las cinco llegamos a la residencia y Goethe se había convertido en una idea global: ¡Vicente no iba a morir sin satisfacer su deseo! Pero lo reconozco, era un cabrón sin suerte.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

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