10.3.05

"Mephisto estuvo allí" - 27/12/2004

Mephisto estuvo allí
27 de diciembre de 2004
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Ni puedo ni quiero dejar de ser quien soy, ¿para qué? Aunque como a todo el mundo me surgen ocasiones de marcarme el pegote. Ésta puede ser una de ellas, por eso les daré libertad absoluta para manejar, si quieren, aquello del refrán: dime de qué presumes y te diré de qué careces. Entenderé si deciden no creer una sola palabra y tomar lo que he venido a contarles como una simple leyenda urbana. Ella dijo: “He venido a ver si me quieres”. No es un restaurante bullicioso y aún no estoy tocado del oído pero la frase de la joven requería una exclamación por mi parte: ¡Cómo! Ella insistió: “Ya te lo he dicho, he venido a ver si me quieres”. La vi seria, tranquila, resuelta, así que opté por no soliviantarme y tomar aquello con su mismo aplomo. Para que lo entiendan: estábamos terminando el almuerzo, hace de esto ahora un año (quizá el tiempo que necesité para asimilar lo que pasó y estar listo para escribirlo). Un ambiente precioso en uno de esos restaurantes malagueños chiquitos y familiares que te hacen pasar tan buenos ratos. Nos miramos largamente, en silencio y ella, con unos ojos verdes preciosos, sostuvo los míos con la veracidad del que ha decidido pasar por aquello después de consultarlo largamente con la almohada. “No es una orden”, dijo ella como si necesitara dar un respiro a la tensión suscitada. Sí ya sé, dije yo, has venido a ver si me enamoro de ti. Y perdona si cambio el querer por el amar. Como romántico tengo mis predilecciones lingüísticas. “¡Oh sí, lo sé! —dijo ella con una sonrisa deslumbrante— Pensarás que estoy loca pero no es eso. Ya sabes, te escucho por la radio desde que tenía veintiséis años... aún no he cumplido los treinta y si quisieras enamórate de mi sería una mujer muy, muy feliz. Cuando abriste aquel correo, málagadesdeelcorazón@telefonica.net vi mi oportunidad y te escribí, primero muy cortada, ya lo sé, pero todo lo que he sido capaz de escribir desde entonces salió de mi corazón... enamorado. Ya sé que para éste almuerzo pusiste dos condiciones: la primera desengancharme, no eres un galán sino un hombre mayor que no pretende causar mal alguno. Me lo has dicho muchas veces: no eres alto, ni fuerte, ni guapo, ni un escritor famoso. La segunda es aceptar tu decisión de cortar esto e irme con un beso en la frente. Hemos hablado mucho y si tienes razón lo mío no tiene sentido... ¡bien! Cuanto quiero saber ahora es: me has conocido, hemos comido juntos, nos hemos reído y hablado como buenos amigos... dime la verdad. ¿Sigues pensando lo mismo?” Este tipo de cosas no deben pasar. La miraba y yo sabía que no debía estar allí, que no debí aceptar nunca su insistente propuesta de vernos. Su voz era corriente y por teléfono me había hecho concebir una imagen... mucho más sencilla de rechazar. Me sentía molesto conmigo mismo. ¿Por que no podía tener veinte años menos? ¿Dónde rayos estaría Mephisto para hacer un trato con él? ¡Estaba dispuesto a engañar al mismísimo diablo vendiéndole un alma que no tengo! Pero el demonio sabe más por viejo que por demonio y no se dejó ver. Sin embargo el diablo estuvo allí: ¡Era ella! Me había llevado a aquella mesa tranquila en un restaurante bonito e íntimo y mostrándome el poder su belleza dijo: “todo esto te daré si postrándote ante mi me adoras.” Ellas saben cuando crean esa fascinación y dijo: “No quiero presionarte, ¿vale? Te lo piensas.” Me dio un beso levísimo en los labios y se fue. Esa misma noche, por e-mail me aclaró todo: es estudiante de arte dramático, me había escuchado decir en Onda 8 que este año pensaba escribir leyendas urbanas y se le ocurrió montar la farsa con la idea de dar un motivo para llevarme a escribir ésta misma historia. “No te enfades conmigo, por favor, dijo cuando la llamé. Sólo deseo entrar en uno de tus relatos.” Cuando lo escriba, dije yo: me deberás una. “De acuerdo, dijo ella, ¿qué tal un viaje romántico a Lisboa?”

Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

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