13.3.05

"La mejor compañía" - 14/2/05

Me reprocha: “¡nunca me llamas!”, pero se refiere a que no la llamo todo lo que ella desearía. El mes pasado fue ella quien llamó: “¿Interrumpo tus soledades?”, preguntó. Somos buenos amigos así que le dije que nunca interrumpe nada. Nuestra amistad se consolidó cuando aceptó que pese a ser una mujer libre y atractiva, por esos misterios de la química no despierta mi lado romántico. Cuando me viene a la cabeza la llamo o me llama y esa tarde se llena de palabras, de inteligencia... del susurro que precede a la mejor compañía. Onda 8 pronosticó un frío polar pero aún no estaba en Málaga y yo la oí decir: “me apetece ir al cine pero no sé... ¿qué me aconsejas?” hice algo más que aconsejarla, la invité a ver una película francesa que no estaba en el primer circuito comercial y sólo era posible ver en El Alameda. “¿Los chicos del coro?, preguntó, y eso qué es lo que es”. Le hice una sinopsis apresurada: Un colegio infantil para críos problemáticos que se llama Fondo de estanque. Imagina: años cincuenta en Lyon, la rigidez y violencia de las estructuras educativas galas, el ambiente de posguerra... los niños. De repente en una atmósfera cargada de miedo aparece un profesor de música llamado Clément Mathieu y empieza el milagro. Ella dijo: “pero tú ya la has visto, ¡no vale! Además no me apetece comerme el tarro...” Aceptó por pasar la tarde juntos. Luego se alegró. Salió cantando esa dulce melodía de la película, hit Vois sur ton chemin. El frío nos sorprendió a la salida del cine, Málaga se había convertido en una cubitera y en vez de irnos a dar un paseo nos fuimos a cenar a un sitio calentito. La película, una maravilla del último cine francés nos había dejado el espíritu revuelto y con una impronta mágica. A veces en el peor momento, cuando todo parece pensado para ocultar lo que nos humaniza surge la chispa que nos devuelve a los mejores sentimientos. Estaba entusiasmada y yo me sentía feliz por la oportunidad de mostrarle el buen cine. Es una señora culta, sensible, inteligente y no paraba de comentar aspectos técnicos del film: la luz gris de los cincuenta, la inmejorable fotografía, la extraordinaria banda sonora... “Oh, amigo mío, dijo con una no disimulada emoción, ¡te agradezco tanto el detalle! ¿Cómo sabes mis gustos, lo que me estremece y es tan caro a mi corazón? Te llamé porque en temas de cine eres un crítico impagable. Una vez más tenías razón, es una película para ver con alguien muy especial. ¡Me siento feliz!, fue una gozada”. El arte tiene ese efecto, dije, alumbra las tinieblas de la realidad donde forzosamente vivimos. El sábado pasado la vi solo y quedé encantado, claro, pero comprendí que es una cinta para disfrutar en compañía. Luego pensé en llamarte pero... te adelantaste. Reconozco que este pase fue mejor que el primero. Salimos de cenar, yo no quería irme y ella no quería que me fuera e hicimos la clásica ronda de copas, que en nuestro caso son zumos, batidos, infusiones y cosas por el estilo. Sobre las tres de la madrugada llegamos a su casa, en la zona de Las Pirámides. Hablamos un rato en el coche mientras la quietud nos rodeaba con un silencio frío. “¿No te pesa la oledad?”. Preguntó de pronto. No tengo tiempo, dije yo, la soledad es lo que cada cual quiera que sea... por ahora no le hago ni puto caso. Se quedó un momento callada, luego dijo: “Sé que es una horterada pero... ¿quieres subir? La película me ha dejado... tierna y la noche es tan dura”. Yo dije: mañana te arrepentirás. “¡No! Dijo ella. Cambiar deseo por necesidad no es un mal trato” Pienso que me miró un poco asustada de oírse a sí misma. Luego añadió: “Soy un desastre, sabes. Funcionaria de carrera con un puesto ejecutivo... sé que nada de lo que hago lleva a nada. En una escala menor el trabajo parece tener sentido, en mi puesto no. Lo tolero Felipe, lo hago, pero es tan duro.” Lloró calmada y dulcemente. Lo necesitaba. Creo que era todo cuanto necesitaba.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

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