9.3.05

La poesía que nos queda - 29/11/2004 - Felipe

La poesía que nos queda.
29 de noviembre de 2004
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"Sucedió un miércoles 24 de marzo de 2004 en el Centro Cultural Provincial de la calle Ollerías, Allí, bajo el auspicio de otra institución malagueña, el Centro Cultural de la Generación del 27, tuvo lugar la presentación de la antología poética completa del poeta jerezano, José Manuel Caballero Bonal, titulada, “Somos el tiempo que nos queda”. Vi el anuncio en la prensa de la mañana y como el acto sería a partir de las 20,30 me propuse asistir. Bajé caminando. Desde mi casa al centro, media hora a buen paso; y me fue bien porque por el camino desconecté del trabajo y dejé la mente en blanco... o lo más blanca posible para recibir una buena lección poética. Quienes aprecian ese arte hablan del placer por el placer. Aunque otros digan que “Los vuelos naturales del espíritu humano no van de placer a placer, sino de una esperanza a otra” (1). “Digamos que existen dos tipos de mentes poéticas: una apta para inventar fábulas y otra dispuesta a creerlas” (2) y que esa tarde yo tenía la mía especialmente apta. Sentía el deseo interior de que el poeta tuviera que esforzarse lo menos posible para alcanzarme. Sin embargo el gusto por la poesía es minoritario y la sala designada para el acto se adaptaba a un aforo con esas previsiones. Llegué pronto y al entrar, lo desangelado del recinto y las cuatro personas que esperaban me produjo un leve sentimiento de aprensión. Tomé asiento y me puse a leer el cuadernillo que el Centro edita para agasajar al poeta y a quienes vienen a escucharlo. Un momento después una voz tras de mi dijo: «Neruda o León Felipe habrían podido llenar estadios y las multitudes salir de sus recitales llenas de vida.» Giré la cabeza y me encontré con unos ojos donde la inteligencia irradiaba una belleza noble y misteriosa. Tras ellos vi el rostro, la figura de una dama que me hizo recordar a esas mujeres que se definen como mitad sueño mitad ficción. Me habría encantado iniciar una conversación pero el poeta ya se aproximaba a la mesa y el acto estaba apunto de empezar. Ella puso el dedo índice en los labios y prometió: «luego.» Don José Manuel Caballero Bonal habló del tiempo poético: “El presente desdeña lo que el recuerdo elige: esa palabra con la que ya no voy a encontrarme nunca, que se parece cada día más a alguna sobrehumana carencia del pasado”. Al terminar yo pensaba: el tiempo que nos queda será quien hable de esa leve infinitud que fuimos. Coincidimos en la salida. Ella decía: «Qué pena, un derroche tal de sensibilidad para el disfrute de unos pocos. La poesía se extingue y me asusta pensar que poetas insignificantes hablen de nosotros cuando nuestro tiempo haya concluido.» Me sorprendí siguiendo el hilo de su conversación mientras nos dirigíamos a Plaza Uncibay. Una vez allí propuse tomar algo en un bareto popular llamado La Reja, donde por entonces, algunos jueves nos reuníamos una panda de nostálgicos de as nuevas tecnologías, la amistad y la buena conversación, autodenominados, lxi (locos por internet). «Usted ama la poesía, -dijo siguiéndome al interior de la peña- la lleva dentro como llevamos a los hijos. Yo me aventuré con un pronóstico cogido con alfileres y dije: usted también, por lo tanto no todos los poetas que hablen de nosotros habrán de ser tan insignificantes. «No esté tan seguro,» dijo ella. Tomamos unas cañas y hablamos de poesía, es decir, de la vida. Ella dijo: “una vida bien escrita es casi tan raro como una vida bien vivida”. Una cita de Thomas Carlyle que yo apunte corriendo en una servilleta. Luego preguntó: ¿qué escribe? ¿Le cuento la versión larga o la corta? Me pregunté a mí mismo. Al final quise hablar del trabajo en mi cuarta novela pero ella se adelantó: «Bah, no sea tímido -dijo- y hable de la poesía que le consume.» Me di cuenta que podía leer dentro de mi y dije: me ha descubierto; se llama "La horas de los labios" y será un poemario romántico. Le recité unos versos: Que yo florezco en invierno, / doy el fruto en primavera / y siempre, siempre soy tierno. Me gustó que sonriera, luego dijo: «¿siempre...?, ¡ah, hombres!.» Nos despedimos apuntándonos los móviles pero cuando unos días después quise llamarla un ente inflexible repetía: el número marcado no existe. Perdí su pista hasta descubrirla en la prensa a primeros de octubre. Le acaban de conceder el Premio Nacional de Poesía de 2004. Se llama Chantal Maillard, española de origen belga, y puede decirse que ha vivido y trabajado en Málaga durante muchos años. He leído con pesar que no anda bien de salud y que se mueve entre Málaga y Barcelona. De ella guardo un recuerdo emocionado y una frase hermosa: Nosotros, somos la poesía que nos queda.
Un saludo y hasta el lunes de la semana que viene.

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