16.3.05

"Happy Birthday" - 14/3/2005 - Felipe Gámez

Soy hombre de poco ruido y algunas nueces. Mi estado natural es el silencio. El silencio llama al silencio, dicen los miedosos y a mi me parece de fábula porque cuando el silencio llama yo respondo reconociéndome en él. Una casa espaciosa en el silencio es el mejor lugar, pienso yo, para escribir. Has de vértelas con la pantalla en blanco y el puntero que parpadea incrédulo en su esquina, ante la duda de que hayas entendido lo suficiente como para contar algo que merezca la pena. Les diré: el silencio permite que la mente amaine, focalice los temas, acalle sus propios ruidos y saque sus nueces de los armarios. Después las ideas disponibles pasan algo así como un casting: ésta no, ésta no, ésta tampoco... los dedos toman posiciones sobre el teclado... como tanteando lo que aún no sabes. Suelo escribir éstos relatos la tarde de los domingos, cuando el silencio apremia, parece más denso y también más frágil y sé que si no me pongo a ello será el silencio del que estoy hecho el que llegue hasta Onda 8. Lo que hago es poner en marcha mi vena comunicativa, dejar que la palabras se amontonen para contar una historia. La de hoy fue ¡en pleno agosto! Con el calor a tope y la costa (Torremolinos hacia abajo) empapada de dinero, quiero decir de turistas. Un 28 de agosto, ¡sábado! Por mi trabajo los fines de semana libro y, ¡cómo no!, los sábados se ofrecen al silencio. Desde que me levanto voy como cerrando puertas, aislándome lenta y progresivamente, por la mañana hago la compra semanal pero en realidad mis conexiones con el mundo son parcas, temporales, como de prestado. Tras el almuerzo paseo con mi perro y en ese tiempo sitúo mi mente en tal estado silencioso que cuando llego al gran silencio de la casa ya he franqueado todas las barreras y puedo ponerme a escribir. Es un proceso llamado: concentración. Esa tarde, el silencio y la concentración se hicieron añicos cuando sonó el móvil. Era mi jefe, que necesitaba un favor: "Hay trabajo", dijo, "te espero esta noche sobre las diez en la sala Ober-buking de Benalmádena, no te retrases". Me acordé de otro escritor, Kazantzakis, y de la frase leída hace años en su tumba, situada fuera de la muralla de su ciudad, Herákleion: "No creo en nada. No espero nada. Soy libre". Yo no soy tan libre, aún creo en las personas y en que el silencio es posterior a los compromisos, así que fui. Llegué a la hora convenida y en la sala se ultimaban los preparativos para el concierto que un magnífico grupo de soul, Suset-Cat, daría esa noche, pasado la una. Les conocía porque más de una vez habíamos coincidido por esos mundos de Dios. Suset, la vocalista, vino a saludarme y dijo: "Haremos una hora de ensayo y luego un descanso hasta la actuación. ¿Crees que vendrá el principe?" ¿Qué príncipe? Pregunté yo. "Quien va a ser, dijo ella con un mohín, sus Altezas Reales don Felipe y doña Leti". Mi jefe, que andaba por allí dijo: "Podría ser, la seguridad tiene la última palabra. ¿Ves a todos esos con gafas negras y pinta de reporteros de Caiga quien caiga...?, pues son de la pasma, cuidado con los movimientos bruscos". A las once los músicos atacaron el repertorio y Suset empezó a cantar. Una vez me contó que se había criado en los suburbios de Nueva York, que caminó descalza y que empezó su carrera en los peores garitos para los negros de Harlem. Esa noche, como siempre, su voz negra fue un regalo del cielo. Sólo por oírla mereció la pena haber dejado el silencio en casa. Nuestros técnicos, el jefe y yo nos relajamos y disfrutamos del espectáculo. Al terminar ella dijo: "Ahora, para nuestro amigo Felipe, para que nos perdone por hacerle venir en su 57 cumpleaños, cantaré Happy Birthday. ¡Va por ti!". Fue fantástico. Me sentí tan feliz como el presidente J.F. Kenendy aquella noche en el Madison Square Ganden, cuando Marilyn Monroe cantó Happy Birthday para él. Al regresar, no muy tarde, el silencio de la casa era el mismo... yo en cambio era otro.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

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