11.3.05

"Málaga cristalina" - 17/1/2005 - Felipe Gámez

Ayer, como todos los sábados después de almorzar, bajé con Doc, mi perro, a pasear por la playa de Huelin. El sol del invierno es el que más se agradece, máxime cuando el aire de cristal deja ver esa Málaga que sólo es verídica durante los sueños. Ella estaba sola, absorta en la infinitud del horizonte, sin saber que contemplaba una ficción. Nos cruzamos durante un segundo, me miró, la miré y por un instante creí que me recordaría. No fue así. Ella continuó perdida en el cristal de la tarde, recorriendo sola las costas de una tristeza... personal. Mientras me alejaba recordé aquel viaje en tren de Barcelona a Málaga, hace ahora unos seis meses. Asuntos familiares me llevan allí con frecuencia y de regreso me enfrascaba en mis libros. Leía a Fernando Pessoa, un librito sobre la mejor Lisboa para turistas: "...por la Rua Eugenio dos Santos, veremos de frente hacia la Rua do Jardim do Regedor, el Monumental Club y un poco más adelante..." aunque de tanto en tanto saltaba a su obra poética: "Murcharam na haste morta da ilusao. / Sonhar é nada e nao saber é vao. / Dorme na sombra, incerto coraçao. (Mustiaron en el asta muerta de la ilusión. / Soñar es nada y no saber es vano. / Duerme en la sombra, incierto corazón)". Ella subió al tren en Vilanova y la Geltrú, con todos los periódicos que había podido arramblar y como no había otro asiento libre se sentó a mi lado. Estuvimos cada cual a lo nuestro hasta Valencia. Allí ella dijo: “Pessoa fue un amargado, un triste, un cenizo, un muermo, un sieso, un tipo sin suerte. Un prisionero de sí mismo que no entendía nada de la realidad cotidiana ni ésta le entendía a él.” La parrafada me dejó frío. Yo admiro a Pessoa, es uno de mis poetas favoritos. “Yo también, dijo ella, la poesía portuguesa es algo gracias a él. Eso sí, como hombre era un desdichas.” Se puso a recitar de memoria y se tiró como diez minutos recordándome poemas muy poco conocidos. Sin duda sabía más de Pessoa que yo mismo. Después de eso el viaje Valencia- Málaga fue un suspiro. Anduvimos en un paseo estremecido por otros paisajes humanos, quizá un poco más nuestros como Javier Egea, Granada 1952, por su libro, “Paseo de los tristes” «Quizá me confundí de calle y de aventura/ pero ya me conocen sus faroles y el alba,/ ya conocen mi sombra, mi canción, mi tristeza/ y esta costumbre vieja de andar erguido y solo». De pronto ella se puso a recitar a Safo traducida por la granaína Aurora Luque: «Se ha ocultado la luna, / mediada está la noche, / la hora propicia escapa, / y yo duermo sola». Me sentí tan en mi salsa que me dio por sacar un poema mío: Que el amor / llega despacio, / con un silencio / que truena. / Viene de pasito / a paso, va / de verbena / en verbena / y a veces suena / a fracaso. “¿De quien es?, preguntó. No lo conozco y suena bien.” Enrojecí como un crío y ella dijo: “¡No!” Tomamos café en el vagón restaurante y mientras la tarde corría aquella mujer desconocida me llenaba por dentro. Sus ojos, las ondas caprichosas del pelo, el óvalo del rostro, el color de su piel, los labios que sonreían y argumentaban sin cesar. Sin conocernos de nada nos hacía íntimos el amor rotundo por la poesía. Mientras iba al lavabo observé su buen tipo, los armónicos de su cuerpo al desplazarse. Me gustaba y calculé su edad... cuarenta y pocos. Al entrar en la nueva Estación de Málaga ella se puso tensa. Miró por la ventanilla he hizo señas a alguien que la esperaba en el andén. La vi al apearnos cuando ambas mujeres se fundieron en un larguísimo beso con lengua. Su enamorada parecía una mujer mayor, espigada, famélica, con una cara caballuna que me recordó al primer Tarzán (Johnny
Weissmuller). Mi presencia la incomodó y no ocultó su disgusto. Una vez presentados dijo: Bueno, vale, nos vamos, adiós. Y se perdieron entre la multitud. ¡Lástima! Pensé y me fui caminando hasta casa. No la volví a ver hasta ayer al cruzarnos en la playa. Ella y Málaga como el cristal... yo, como la mona Chita.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

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