22.12.06

"Table for one" - El Felipe - 21-12-2006

Las fechas obligan. Uno trata de evadirse, de no echar cuentas (una frase muy malagueña), en suma, defenderse; pero la presión está ahí, insistente, cansina ...hacia Belén va una burra, rin-rin. Una melodía de publicidad machacona llega desde todos los ángulos: ¡Vamos sé feliz cazurro! Compra; compra para que sobre, para que sean felices tus seres queridos; compra para que no falte ni gloria; compra para que te tengan en cuenta, para que piensen en ti; compra sobre todo para que te envidien. ¡Eso de que te envidien queda de bien..! En fin, son fiestas en las que me auto medico una dosis extra de apatía y donde la cena tranquila y solitaria de todas las noches se convierte en una terapia. Incubo unas ganas tan locas de estar solo que hasta yo mismo me extraño, pues no soy de natural solitario. Eso sí, tiendo al encantamiento, al silencio monacal, a relacionarme poco y a llamar a los indispensables. ¿Qué harás en la noche fatídica? Preguntan y yo digo: nada, comer solo. ¿Pero estás bien? Insisten en un exceso de celo, y yo digo: ¡Por supuesto que estaré bien! Siempre lo estoy, ¿por qué no he de estarlo esa noche? Pues... por que es una noche especial... ya sabes, nace el Niño.

De jovencillo aprendí un villancico que me llamó la atención. Decía: Esta nochee nace el niñoo y yo digoo que no nacee, que eso es una ceremoniaa que en todo el muundo se hacee. Luego venía lo de la burra rin-rin o cualquier otro soniquete, ya no recuerdo. De lo que sí estoy seguro es de que mi corazón, por lo común sensible, esa noche se ponía duro como un canto y yo sabía que lo de fuera y lo de dentro no coincidían en nada. Y es que podría ser que cada cual tenga su noche especial... porque nace un niño. La mía fue la noche en que vi nacer a mi hijo... hace la tira... ¡resuenen con alegría los cánticos de mi tierra y viva el niño Javier que ha nacido en noche buena! El ginecólogo sacó la cabeza de entre las piernas de ella, me miró un poco raro y dijo: si se va a desmayar avise, ¡hombre de Dios, que para lo de ese Niño faltan seis meses! Fue una noche buena verdadera, especial, irrepetible, y celebrarla cada año es como pasar del chocolate al sucedáneo. Y no es que no me alegren sus cumpleaños, me alegro cada vez que le veo; es que la felicidad sólo es un destello fugaz que se apaga y nos devuelve a lo de la burra rin-rin.

Tengo la sensación de que cada cual responde a la soledad de modo distinto. Lo aprendí en un par de amigos que viven a su albur. Ella acabó su Licenciatura en Bellas Artes y se fue a París... de cuando París era el Centro del mundo y los artistas buscaba allí la inspiración y el éxito. Él está en Nueva York buscando algo en las tripas del monstruo. Ambos viven solos y parecen bien adaptados. Ella me escribe: “...en fechas normales no soporto cenar sola y salgo por ahí. La presencia de la gente me conforta y aunque cene sola me siento parte del mudo. Aprovecho y como no tengo que llevar el hilo de ninguna conversación me convierto en una voyeur amateur. Es divertido: observo a todo el mundo, no pierdo un detalle y aprendo. En Noche Buena eso no es posible. No soporto a la gente, no acepto su impostura ni tanta felicidad fingida. Me recluyo en casa, leo un poco, y cuando me pica la morra... cierro los ojos”.

Él, menos literario me llama por teléfono. Dice: “la vida aquí es dura amigo. Paso todo el día fuera, sufro la comida basura de rigor y amo cenar en el apartamento viendo la televisión. Nos hemos convertido en una plaga -dice convencido- y se soporta porque no hay más remedio; pero uno sólo es feliz cuando no estorbas a nadie y nadie te estorba. ¿Comprendes?” Es un modo simple y elegante de decir: “más vale solo que mal acompañado”. Una vez me contó que sus costumbres en Nueva York son fijas, con pocas excepciones. Una de ellas es la cena de Navidad. “Esa noche salgo -dijo-. Nueva York es despiadada y la gente insensible, excepto esa noche. Llamo al restaurante del barrio y pido: table for one, please y me voy hacia el local. Lo paso de fábula porque las camareras me ven cenar solo y se vuelcan. Veo su lástima en los ojos, su gran humanidad; el corazón dulce, compasivo y sobre todo amable. Me aprovecho con descaro porque incluso me dejan poner en un CD aquel villancico que dice: hacia Belén va una burra rin-rin..”

19.11.06

"La noche diurna", Felipe, 19-11-2006

FELIPE GÁMEZ(Pequeños matices políticos)
19/11/2006

Hay caminos que no van a ninguna parte, aunque se diga que todos los caminos llevan a Roma. Si quiero ir a Roma tomo una dirección cualquiera y antes o después pasearé sus calles; pero si no quiero ir sobran los caminos y esté en la dirección que esté no voy a llegar. Esto me recuerda la cantidad de formas, lugares y medios disponibles para perderse, por ejemplo: el de la ignorancia (no querer saber); la incoherencia, del tipo que sea: política, lingüística, moral, de cualquier clase; también la irracionalidad que lleva a la violencia: a pensar en la destrucción del contrario. Frente a los caminos para perdernos están los caminos para encontrarnos. En ese sentido y si no ando desorientado, la izquierda fue siempre un camino para reunirnos a todos en dirección hacia mundos mejores (soy consciente del plural). El peor de los mundos posibles, desde un punto de vista humano, es el de la esclavitud. Ese mundo en el que el sometimiento generalizado se convierte en una cultura global aceptada por la mayoría. Véase el modelo occidental imperante, derivado del sistema político, económico, jurídico y social norteamericano, extendido sobre una Europa ¡en shock! como una plaga. ¿Qué estamos copiando? ¿Soy yo el único que se lo pregunta? Lo diré alto y claro: copiamos una democracia sucia y enferma, enfangada en aberraciones de todo género, degradada por los cánceres de la violencia y la corrupción desde la base social hasta la cima del poder supremo, que necesita exportar sus miserias como una tormenta necesita descargar el peso destructivo del granizo. El comunismo reventó hacia dentro, en una ola de miseria cuyos dioses menores son el fatalismo, la desesperanza y las mafias; a su vez el capitalismo explota hacia fuera, en un tsunami de consumo en el que el amo y el esclavo están en individuo de tal modo que pensar en la liberación es inconcebible porque uno es responsable y culpable a la vez. ¡Además, como la estupidez es infinita de ahí no se sale! No es casual que ambas potencias se degraden una tras otra pues representan los mundos de la esclavitud insostenible. Rusia se lleva por delante a los suyos, y Estados Unidos al resto de occidente. Puestos en esa tesitura caben pocas opciones, o superamos el horizonte de la esclavitud interminable o el futuro de la humanidad (el de nuestros hijos) está muy seriamente comprometido. Otra cosa es que la estupidez infinita sea tan grande. Frente a ella aún podemos oponer una razonable y razonadora `previsión del mundo futuro´; un sueño que siempre fue de la izquierda liberadora. Este último adjetivo viene como anillo al dedo al nombre, y no esos otros que la derecha tiende a darle con objeto de corromper su esencia. Pero vayamos por partes y aclaremos conceptos: la "derecha política" está ahí, tan omnipresente que no hay otra cosa. Ella y sus promesas de "esclavitud responsable", por primera vez frente a la humanidad en su conjunto. Ya llevan algún tiempo haciendo planes para meternos a todos en el mismo saco. En el otro platillo de la balanza y por mucho que me pese decirlo la "izquierda política" no es un ente concreto, ni siquiera un hecho real. No existe por mucho que haya por ahí gente que digan responder a esas siglas; son otras formas de la derecha o simples conjuntos vacíos y desmembrados que no responden a nada. Hoy la "izquierda política" sólo es eso que antes llamé una `previsión del mundo futuro´. ¿Sería más preciso si dijera que responde a una fantasía romántica derrotada? Vale, pues lo digo y lo sostengo: Fantasía porque continúa siendo aquel sueño que nos permite creer que aún podemos superar la esclavitud. Romántica porque siempre despierta como reacción frente a algo: en Rusia lo hizo contra las estructuras absolutista feudales del Imperio Ruso; en Europa contra la ferocidad del Fascismo, en la que debemos incluir a España y en la actualidad la reacción debe serlo frente al Capitalismo violento, exportado desde los EE.UU. Y derrotada porque hemos de asumir y ser conscientes, de que cada vez que intentamos traducir el sueño a la realidad perdimos la batalla. Es así de simple. ¿Estamos hoy en otra tesitura? No. Estamos como al principio, como siempre, creyendo, o si me apuran imaginando que lo irracional del capitalismo como mega estructura de poder puede ser vencido. El sueño de la izquierda está intacto (no fue destruido) y podemos unir las experiencias de nuestras muchas derrotas con el objeto de sentar mejor los pies en la tierra. Un ejemplo: para Wikipedia (la enciclopedia libre): El término abertzale en euskera significa “amante de la patria” o “partidario de la patria”. Aunque la traducción literal al español sería “patriota”, (lo que aquí se entendería por un fachilla cualquiera, en Euskadi por un "nacionalista vasco" y en USA por un neocon gilipollas). Nacionalismo es un término "capsula" donde la derecha encierra sus ideas (más o menos atroces) sobre los mundos hacia los que quiere llevarnos. Una palabra cerrada sobre sí misma y opuesta radicalmente a la noción de izquierda, cuyas miras fueron siempre universalizantes. Quiero decir que la izquierda pone sus ideas en "Mundos" mejores (más justos, más equilibrados, más inteligentes, ¡más amplios!, mientras la derecha, consciente de que no puede engañar a todo el mundo todo el tiempo, sabe que gana terreno cada vez que infecta un país de nacionalismo. ¿No se acuerdan? Es aquello del divide y vencerás. Lo mejor de las lenguas es que sirvan para entenderse y la rancia chulería no encaja. El que estos gudaris de la religión vasca mezclen churras con merinas autocoronándose como izquierda abertzale o "izquierda nacionalista" me devuelve a la vieja contradictio in termini de los latinos, tan gráfica en la frase "inteligencia militar". Ya saben el dicho: "la inteligencia militar es a la inteligencia lo que la música militar es a la música". En mi opinión, si "inteligencia militar" es una solemne majadería eso de la izquierda abertzale es una falacia, un embuste burdo para gente con mucha testosterona y menos seso. Lo peor de las lenguas es que sirvan para no entenderse y lo digo por esta página: http://www.abertzale.org/ donde en su enunciado dice: ¡TENEMOS LA SANGRE PREPARADA PARA MORIR POR EUSKAL HERRIA! Jope. De ahí al ¡viva la muerte!, de aquel necio insondable, Pepe Millán-Atray, sólo hay un paso. ¡Pasen y vean cómo asoma la derechona sus orejillas lobeznas! Analicen la copiosa verborrea nacionalista, tan cacofónica, y verán como la palabra supura irracionalidad, violencia y muerte. No hay sueño de mundos mejores en el nacionalismo, hay Patria o muerte, objetos ambos de la peor derecha, es decir de la ultraderecha. Por otro lado no es nuevo que la derecha suspire por el sentido de resistencia y de lucha de la izquierda y trate de apropiárselo (las teorías del egoísmo universal ni sirven ni venden). La diferencia es que la izquierda lo usa por necesidad y la derecha codicia el instrumento como forma eficaz de control mental. Leyendo en abertzale.org uno entresaca los métodos criminales de la peor alienación política. Mundos mejores existen pero hay que soñarlos y luego ganarlos. En realidad hay que ganárselos a los grupos y sistemas que velan por que todo siga como está. Para empezar hay que decir que con los métodos y lenguajes de la derecha no se sale de donde estamos. Lo resumo en frases sencillas: cuando la izquierda usa los métodos de la derecha ¡es la derecha! Cuando la derecha acepta jugar a la democracia ¡ya no hay democracia!, y si la izquierda entra en el juego es otro bastión de la derecha. Si la izquierda se corrompe es que se decantó por ser derecha. Por último, si la izquierda abraza el lenguaje de la violencia (un señorío indiscutible de la derecha), no es que entonteció sin remedio (porque ahí son los amos y nos llevan una ventaja de milenios) es que se vendió a la derecha y ya sabemos que facciones de la derecha pelean unas contra otras para mantenerse en forma. Los métodos y lenguajes de la izquierda nada tienen que ver con todo eso. Si la derecha es bárbara (no han necesitado cambiar, siempre les fue bien por ahí) la izquierda es inteligente. Por ahí ganamos nosotros. Aunque aceptemos que la inteligencia es finita, ese es un campo donde ganamos todos y como la derecha revienta por ganar los ponemos en un brete y de pronto la izquierda empieza a jugar en campo propio, un partido amistoso con reglas honestas, sin trampas y donde al final cuenta un reparto inteligente de los puntos, lo aprendido y lo divertido que fue. ¡Ya sé que es otro de los mundos posibles! De nuevo soy consciente del plural. ¡Ya se que no será fácil! Ya sé que la inteligencia ralea, pero es nuestra y promete los frutos de mundos tan verdaderos como este. Fuera de eso hay tan poco y tan gastado. Véanse algunos ejemplos cutres: el consumo interminable, la inteligencia militar, la izquierda abertzale, el crecimiento sostenible. Todo ello en una realidad que, ya puestos, daremos un título chorra: ¡La noche diurna!.

31.10.06

"Sindicalismo vertical", Flipe - 29-10-2006

"Deberíamos usar el pasado como trampolín y no como sofá". Cuando el político, economista y editor británico Harold MacMillan dijo esta frase pensaba en cómo un pasado esplendoroso puede convertirse en un lastre. La idea me viene al pelo para hablar del sindicalismo en España y de cómo un pasado heroico, de lucha, sacrificio e inteligencia devino en aquel sofá de vergüenza que algunos conocimos como Sindicato vertical o amarillo. Alegres pancistas de ayer, de hoy y de siempre abrevan en él sus morritos de niños buenos, comprensivos con la patronal y ajenos al continuo deterioro de las condiciones laborales de los trabajadores en España, reconvertida en el paraíso del peor capitalismo posible. Quizá Mircea Elíade lo explicaría como "El mito del eterno retorno". Hemos descrito un pequeño círculo de 70 años (más o menos) y nos encontramos al principio, cuando la dictadura fundaba los tres pilares de su Democracia Orgánica: familia, municipio y sindicato. Hasta Franco sabía que el sindicato es una pieza esencial de una convivencia productiva. Claro que el dictador se refería a una cosa llamada "Sindicalismo vertical". ¿Recuerdan? Entrabas a preguntar algo y si no hacías el pino te zurraban la badana. Si te ponías un poco pesado los aburridos empleados del sindicato sacaban el mamotreto de las Leyes Orgánicas del Movimiento y recitaban aquello de los militronchos: artículo 11: el jefe siempre tiene razón. Art. 21: cuando el jefe no tiene razón se aplica el artículo primero... Hoy es mucho más sencillo, el mamotreto se ha reducido a un estribillo soso: la persona empleada te mira con ojos tristes, donde si estás atento verás hermandad y comprensión, y te dice lacónica: ¡Democracia!, ¿usted vota, no? Tenemos lo que el pueblo quiere. Y en vez de obligarte a hacer el pino te reprende dulcemente: ¡ande, ande! y no sea tan quejicoso, ¡que lo va a castigar Dios! Así uno vuelve cabizbajo, a la empresa donde el jefe, que tiene amigos hasta en el infierno, te muestra un carnet más a la izquierda que el tuyo y mucho más antiguo. Lo único que le delata es que lo tiene al final de un chorro de tarjetas oro de Visa, MasterCar, American Espress... y uno piensa: ¡hay que joderse, como se modernizó la izquierda! No, no. Ya está bien de comulgar con ruedas de molino. Aunque sea sotovoce, sin hacer ruido, escuche: la izquierda está missing, desaparecida, comprada con un saco de arroz, un plato de lentejas, un empleo público, un cargo político, liberado, jerarquizado... ¡Sí hombre! Haga memoria: fue después de unas Elecciones Generales (no sé cual), la izquierda se fue a las islas Caimán y los del sindicato al sofá de la vergüenza. ¡Un desastre, sí, mire usted qué pena! A ver, tormenta de ideas: ¿como nos sacamos a todos esos pancistas de encima? Mientras no hagamos algo al respecto no se extrañe de que la derecha nos adelante por la izquierda. O que la izquierda -que no está- nos adelante por la derecha que si está. O que unos y otros sean los mismos, los de siempre... ahora un poco peores, más fríos y despiadados que nunca. Una derecha que está en todo, lo saben todo y si me apura le diré, lo son todo: Ya sabe, ¡los bancos! ¿Quien no es siervo de un banco? El sindicato vertical con todas sus mamonadas de los "cocos" sólo es una pantalla, una tapadera de los bancos y lo sé porque ahora entras en un banco, en cualquiera, y antes de que preguntes nada te dicen: ¡haga el pino! Vamos de mal en peor así que hay que hacer algo y pronto. Una propuesta, fina, irónica, sarcástica, nos la ofrece José Saramago en su "Ensayo sobre la lucidez". Nos propone lo que más duele a los políticos (las derechas, recuerde que sólo están ellos, los pancistas y los bancos): el derecho a abstenerse, yo afinaría a la española y diría: a partir de ahora voten en blanco (sobre vacío). Voten pacífica y tranquilamente, con solemnidad, en blanco. Aullemos en silencio, sin violencia, un sobre vacío y ¡todos a la calle! Los del sindicato no que ya son funcionarios, partes básicas del Órgano. Reconozco que a esos aún les queda una salida acorde con sus cualidades actuales: el Sindicato del crimen.

8.10.06

"Nada", por Flipe, 07/10/2006

La nada siempre se disfraza de algo para acercarse a nosotros pero tome el disfraz que tome, diga lo que diga, haga lo que haga, la nada no puede ser sino nada. De joven me enamoré y ella tenía quince años plenos, abundantes de aquella nada tan densa y cristalina. Desde entonces pienso que la nada, en su fórmula más dura y eficaz, compone un triángulo fatal con la juventud y la belleza como base. José Hierro nos lo recuerda en "Vida", un soneto deslumbrante: después de nada, o después de todo / supe que todo no era más que nada. Les parecerá de Perogrullo pero no lo es: descubrir que la nada es nada puede llevar toda la vida y un esfuerzo infinito, titánico, pues una cualidad básica de la nada es parecer todo y desentrañar eso implica saber plantear la ecuación en la que se cumple `que todo es igual a nada´. Y ya sabemos que la ecuación es verdadera (exacta) cuando nada es sólo apariencia de todo. Simplificar en esto, ¡tengan cuidado!, nos expone a errores de bulto. No es lo mismo llenar la nada con todo, (un trabajo ímprobo e inútil pues la nada ya está llena de nada!, que vaciar todo para demostrar que dentro había nada. Los fascismos no son más que eso: teorías para llevarnos del todo a la nada... sin complejos. Parten de una obviedad intelectual: todo es en realidad nada si vaciamos a la persona de su humanidad; ir del todo a la nada es un paso, sólo con que alguien venga y te descerraje un tiro en la sesera. Por eso dicen que la forma más barata de enviarte a la nada es pagar unos céntimos por una simple bala. Por supuesto ahí no se incluye el precio del sicario, al que mataremos también con el fin de abaratar costos. Vivimos en un mundo de sombras y hay que ser precavidos: a veces enamorarse es ir derecho a nada creyendo ir en dirección a todo. También sucede al ejercer el derecho político del sufragio: a veces votar es elegir nada entre grupos de nadas diferentes, porque la democracia (una ilusión de todo) fue previamente vaciada y ahora es "una grande y libre" sostenida por la falsa apariencia de parecer todo. Uno descubre tarde (si es que lo descubre) que compramos y vendemos nada todos los días y no sentimos vergüenza ni culpabilidad porque es un mal endémico, generalizado, y el que más vende o el que más compra, para el caso es lo mismo, es el que más parece que lo tiene todo. Descubrir que el resultado de un proyecto vital será nada cuando pusimos algo más que ilusión, es decir: los mejores sentimientos, la fe en el otro/a, la confianza, la lealtad... el esfuerzo de toda una vida, puede llevarnos a pensar, que nada y todo son lo mismo, tal vez las caras de una misma moneda. Como el poeta propongo distinguir la nada invadida por el todo, de tal manera que a él le da igual llamarle todo o nada: Ahora sé que la nada lo era todo, de esa nada cuya oquedad es la ausencia, los restos del fuego consumido, un espacio donde el verso remueve el vacío ...y todo era cenizas de la nada. La nada sin nada se desploma, desconoce las palabras y petardea silenciosa; confunde el ayer con el mañana y empata fuerzas consigo misma, es decir se auto elimina. No queda nada de lo que fue nada. / (Era ilusión lo que creía todo / y que, en definitiva, era la nada.) ¿Lucidez extrema?, ¿depresión? ¿humanidad del poeta perdido en la vastedad del todo cuya profundidad llega hasta los brazos de la nada? No lo sé. Los disfraces de la nada (su multi apariencia) son reincidentes en todos los sentidos, están por todas partes asomados incluso a profesiones prestigiosas como empresarios, médicos, abogados, arquitectos... anodinos. No hay cosa mejor vista que la nada con título universitario. Se les distingue porque saben casi todo de casi nada y porque hacer, lo que se dice hacer, sólo hacen para destruir a continuación. El caso es que la nada adquiere carta de naturaleza cuando entra en política o cuando se pone a dirigir un programa de radio o televisión. La nada se adapta a todo aunque parece más televisiva que radiofónica de ahí que esté poniendo el listón altísimo en todos los medios. Él o ella se pone a profundizar ante un micrófono y algunos alucinamos en colores. El poeta no, el poeta se asusta o como mucho se resigna: Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada.

12.9.06

"La sonrisa del esclavo" - F. Gámez - 11/09/2006

Ya no recuerdo su nombre. Sus apellidos catalanes sí: Bosch... Si creyera que su nombre tiene alguna relevancia llamaría a un amigo próximo y él, con mejor memoria que yo, probablemente lo recordaría. Era ingeniero... (intento recordar) ...de Caminos, Canales y Puertos: mi jefe. Franco acababa de morir y la empresa donde trabajábamos en Barcelona iba viento en popa. Aquella mañana entró en el departamento y en vez de llamar al culichichi de turno (con funciones de "pelota"), como era lo habitual, llegó ante mi mesa, dio un golpe con los nudillos en el tablero, como si llamara a una puerta, y dijo: "a mi despacho". Su mujer tenía una rara enfermedad de la sangre que aún creo recordar: pancitopenia y en el departamento todos sabíamos que usaba el trabajo como válvula de escape. Su despacho era una garita acristalada que se podía cerrar con una puerta de vidrio pero que no hurtaría su visión al resto de compañeros. De todas formas cuando entré me rogó cerrar antes de tomar asiento y dijo como si hubiera pasado la noche rumiando aquellas palabras: "No hemos vivido el mejor de los mundos, tan sólo uno de los mundos posibles. Viste ayer a don Carlos Árias Navarro en la televisión... la dictadura termina y ahora puedo decir, ¡con orgullo!, que siempre tuve un corazón socialista". Casi me da esa convulsión explosiva llamada risa floja, y creo que él lo notó, pero compuse el rictus grave de las circunstancias y mantuve el tipo. Ignoro si luego entró en política aunque no lo creo. Sí diré que su impulso de esa mañana fue el mismo que, desgraciadamente, hizo creer a la por entonces savia joven de la burguesía catalana, de que había margen para meter a la vigorosa izquierda del momento entre el puño y la rosa. “¡Todos somos esclavos! -Dijo arrogándose una novedosa pátina intelectual-. Tener que trabajar para vivir implica que sabemos y aceptamos nuestra condición esclavizada. Con la democracia verás que entre tu esclavitud y la mía no hay más que una simple diferencia de sueldo. Tú estás mal pagado, lo se, yo no tanto... pero te diré algo: las democracias están pensadas para nivelar diferencias, acortar distancias, soslayar injusticias... porque en el fondo y en la forma la democracia no busca otra cosa que la sonrisa del esclavo. Es decir: su felicidad”. Pasó un rato pontificando, dándome aquella papilla inmunda de la dictadura edulcorada con una dosis de sacarina democrática. "La muerte del dictador –decía- nos abre hacia una visión del mundo mejorada. Ya no somos jefe y subordinado ni la sociedad se divide en ricos y pobres. Yo lo veo así: estamos juntos para llevar acabo una empresa común, ¡somos colegas!, componentes necesarios de una misma tripulación". No era mala persona, tal vez un poco simple haciéndose pajas mentales, por eso mis palabras le sonaron a viejos y letales empecinamientos. Se le agrió la cara y cortó la entrevista con rapidez nada mas oírme: "No me jodas, ¿vale? -Dije serio-. El discurso de la esclavitud necesaria es otra vez el canto alegre del Frente de Juventudes. Si piensas un poco verás que el esclavo sonreirá y parecerá feliz porque está alienado". Sabemos el tiempo que ha pasado, que las condiciones de la esclavitud se endurecieron hasta extremos inauditos, que las diferencias entre ricos y pobres crece exponencialmente, que la justicia como última esperanza del infeliz es una caricatura grotesca y desvergonzada de sí misma, (si es que alguna vez fue algo digno de tal nombre), que la brutalidad y arrogancia del poderoso aparecen sin cortapisas y en toda su crudeza. Y sabemos también que la democracia, como fórmula para hacer sonreír al esclavo es insostenible. Las ciencias, las artes, la comunicación, ¡todo está estrangulado! Y es tal el grado de alienación que hasta me hago pajas mentales. Me ha dado por pensar que si mi jefe de noviembre del 75 hubiera sido menos simple... es decir: si la burguesía catalana hubiera enviado a sus vástagos ineptos a Saint Tropez, ¡como habían hecho siempre!, si la política "como Arte de lo posible" hubiera caído en manos de verdaderos artistas... tal vez ahora nosotros, los esclavos, seríamos dueños de nuestra propia sonrisa.

29.8.06

Mujeres - Felipe Gámez - 25/08/2006

Mujeres
A mi madre, in memoriam
25/08/2006
FELIPE GÁMEZ MARTÍNEZ (DNI 26.420.064X)

El pulso de la realidad tiene diferentes ritmos según las edades por la que un hombre pasa y las mujeres siempre están en esos pulsos por diversos motivos. Para Fellini “L’amore é nutrimento”. ¡Claro! Para mi el amor a las mujeres empieza con la primera que se acerca: un cuerpo blando que llega tibio en la madrugada y ofrece las dulces lunas de sus pezones, quizá lo único suyo que tiene. Desde entonces "La città delle donne" (de nuevo Fellini) es el mundo, el mundo que no puede concebirse sin ujeres... pues son ellas quienes al enamorarse lo crean todo. Con esto quiero decir que la primera mujer de mi vida tiene una categoría y un valor. Si no fuera porque ha muerto hace poco incluso yo pensaría que exagero al decir que su categoría es el de una diosa y su valor infinito. Uno descubre esas cosas demasiado tarde. Para el Fellini carnal la infancia es el punto del espacio y del tiempo donde las mujeres abren los surcos donde él sembrará sus mundos... que luego serán los balcones por donde ellas nos abrirán los iris embobados. Salvando las distancias (que son muchas, naturalmente) yo siento parecido. De mi madre, y como herencia suya, me viene el dar a las mujeres el máximo valor, incluso la categoría heroica de ser madres (diosas), cuando no todas quieren serlo y no todas valen lo que valía ella. Recuerden la frase bíblica: La mujer sabia edifica su casa, la necia, con sus manos la derriba. García Márquez trata de reunirlas a todas en su último libro: "Memorias de mis putas tristes"; y es que en su memoria de escritor caben todas las mujeres que pasaron por su corazón, incluso las que no tuvieron esa oportunidad. En un libro anterior, "Vivir para contarla", busca atrapar su infancia y para eso empieza contándonos: Mi madre me pidió que la acompañara a vender la casa. Más adelante, añadirá: El aspecto de mi madre me impresionó. La infancia es el universo de la madre y si queremos alcanzarla debemos saber que siempre estará ahí completando la realidad, al fondo de todas las circunstancias, de todos los sucesos. Por desgracia hay madres sin amor y sus hijos/as serán luego personas sin afecto, es decir sin infancia. Con el amor romántico nos llega a los hombres la oportunidad de ir a las mujeres, alcanzarlas tal y como se alcanza una estrella, rozar el misterio con las yemas de los dedos, aprender. Muchas mujeres son universos y rodearlas, entenderlas abarcarlas es absoluta y totalmente imposible porque apenas vivimos una fracción del tiempo que necesitaríamos. Pasé 25 años al lado de mi madre, la tuve pegada a mis nalgas sin perder un sólo detalle de lo que me pasaba por dentro y por fuera y si tuviera que contar quien fue tendría que empezar preguntándome quien soy yo. La vida me llevó luego a mujeres que son auténticos agujeros negros, ¡insaciables! Bellas mujeres que se agotaban antes de empezar; mujeres tiernas, sensibles, vacías, generosas, volubles, complaciente, arpías... Carmen Posadas, con un conocimiento preciso, dice en un artículo reciente: ...las guapas, al hacerse viejas, conservan todos los tics, posturitas y cucamonas que tan deliciosos parecían en un cuerpo bello... y que son tan patéticos cuando la belleza se ha esfumado. No hay nada tan demoledor como una mujer hablando de otra. Freud apenas destapaba el melón cuando se preguntaba, ¿qué quiere una mujer? Es mucho peor preguntarse, ¿qué piensa una mujer? Un sabio poeta, Mario Benedetti, nos aconseja: no vayas a creer lo que te cuentan de las mujeres (ni siquiera esto que te estoy contando) ya te dije que la mujer es incontable. Otras frases célebres dicen: las mujeres fueron hechas para ser amadas... Como Pitágoras de Samos, me aplico el cuento y digo: Elige una mujer de la cual puedas decir: hubiera podido buscarla más bella pero no mejor. La madre, la infancia, el valor de lo infinito. Los hombres pasamos por las mujeres como pasamos por los océanos... ignorantes de lo que sucede debajo e inquietos por las tormentas.

26.7.06

¡Dislocá!, "Matices con empatía" (4), Felipe, 16-7-2006

Ya lo dije alguna vez: mi club de fans es ciertamente exiguo y no me quejo, es más lo considero el mejor club de fans posible porque son pocas personas pero muy especiales. A tal punto lo son que la pregunta sería: ¿las merezco? Una vez alguien me dijo: “tú no te das cuenta pero me tienes dislocá”. Lo dijo en un arrebato de sincera y ardiente vehemencia malagueña. Lo cierto es que aquello que tuviera fuera de sitio (fuera lo que fuere) volvió a su lugar en poco tiempo y aquella buena mujer no tardó en salir de su error. Se lo agradecí porque si algo debe asustarnos es que nos tomen por lo que no somos.

Uno es lo que es y cuando alguien nos sobrevalora llama a una puerta donde no estamos. Al final esos confunden ausencia con desprecio y terminamos escuchando aquel dicho antiguo: “de desagradecidos está el infierno lleno. Con todo lo que hice por ti”. De ahí a que te pongan en el contenedor hay un paso y, ¡hombre!, o ¡mujer! Tampoco es eso, ¿no?

La capacidad para dislocar a otros no abunda en nuestra especie, por fortuna para todos. Gozan de ella algunos líderes carismáticos (con todo el peligro que ello entraña) pues uno es lo que es, con independencia de lo que al líder político de turno le interese hacer con nuestra adhesión. Me acuerdo de los otrora líderes, Felipe González y José María Aznar, y no saben lo que me alegra de que al final se pusieran con los “humos” sobresaltados y acabaran... ¿en el contenedor de la Historia? Creo que el éxito es una herramienta delicada en manos del primero que pasa. Obligación nuestra es dar un voto confianza al líder político y pensar que se mueve con soltura entre esos límites: y que lo hace procurando nuestro beneficio. Pero como no es lo habitual (el poder corrompe) hay que mantener alerta la vigilancia y al primer síntoma de flaqueza (la carne es débil) se le corta el pienso y en paz.

Mi pareja, MariaJosé, dice: “a mi, Luz Casal, me tiene dislocá” y lo entiendo. Luz es una artista consagrada por una trayectoria de alta calidad y tanto en sus letras como en su música interpreta vivencias y sentimientos donde entramos todos. Pero si nos fijamos en esa morralla salida de Operación Triunfo, por ejemplo, el disloque de la juventud no da como para tirar cohetes, pues no sale de la letra insulsa o el embrutecedor “¡chumba-chumba!”. Como todo montaje hecho de bolos rápidos y cartelería sólo mueve dinero, no valores, y el/la artista que hoy aturde a los nenes del botellón viernícola, termina maltrecho/a después del “pelotazo”. No me hagan mucho caso pero la médula de esos ritmillos pegadizos sólo es humo para llenar el globo de la canción de un único verano y como apenas son tinta industrial, tan pronto el otoño deja caer las lluvias tempraneras, se deslíen raudos hacia el vertedero.

Otra cosa es ser valiente, aceptar correr riesgos y dislocarse por amor. Lanzarse a las calles tumultuosas de la vida, doblar las esquinas con una sola pierna y sin que importe el futuro. Una vez más iré a contra corriente de aquel romanticismo falsete e insostenible al decir que el amor y el futuro casan mal porque uno se hace de sueños y el otro de despertares. Amar, todo el mundo lo sabe, es estar dispuesto a dislocarse: es decir a soñar a tumba abierta, sabiendo que será preciso despertar a toda leche. Amar es en sí mismo un disloque conectado con la vida en estado puro, la savia que nos previene contra la modorra y la planificación burguesa, perfecta para los cobradores del banco pero malísima para quien tiene poco tiempo... y todos estamos a las menos cuarto por las bajeras.

Mi experiencia no sirve a nadie, lo sé y lo asumo, y El miedo a volar es un ancla que nos lastra al contenedor de una realidad donde no pasa nada y se resume en un estribillo idiota: “opá viasé un corrá”. La vida no es más que un verano tonto donde al final ni hacemos el corral, ni llueve pues antes de que el otoño se disloque... nos dislocamos nosotros.

16.7.06

Tánger, 2ª parte: la llegada - Felipe Gámez

Segunda parte, la llegada

Tánger empieza donde Marruecos termina así que cuando salimos a pasear, dispuestos a llenar de pasos perdidos las dos horas que nos faltaban para el almuerzo, nos encontramos asomados al balcón mediterráneo de una ciudad puente. Quiero decir, a medio camino entre lo que fue y lo que es, o también cabría reconocer que se trata de una ciudad árabe que mira en su interior y en ella ve la Europa universal.
Frente al hotel SolAzul se extendían las playas kilométricas de la bahía de Tánger, poco concurridas aún y de arena fina, algo compactada por las últimas lluvias y batida por el viento del mare nostrum. Aunque parecidas no las confundiríamos con las playas de Tarifa porque en España no se ve en ellas nada parecido a camellos o pacientes borriquillos, explotados (o mejor decir, jorobados) en el negocio del paseo y la foto turística. (Bueno, si, los burro-taxis de Mijas son algo por el estilo) Salimos de negociar con Jamal nuestras excursiones y fuera del hotel la mañana era azul, cálida y sensible de un abril como el nuestro. Unos cuantos escalones bajaban desde la puerta del hotel a la calzada de una vía rápida con toda la pinta de ser el Paseo Marítimo de la ciudad. Ya en la acera, un morillo aseado y bien vestido, de unos nueve años, nos ofrecía cajetillas de chiclet con sabores a frutas por 50 céntimos, sonreía y nos llamaba “¡amigos!” en un español sin acento. Amistoso, incluso cariñoso, el niño consiguió ganarse unas monedas, incluso nuestro afecto, en los pocos días que estuvimos alojados.
El tráfico era endiablado, como en Málaga, sólo que la veda al turista, salvo despiste u omisión parecía estar algo más abierta. Traspusimos la calzada escabulléndonos por entre el tráfico abundante y enseguida supimos que, en efecto, aquel era más o menos el centro del Paseo Marítimo. En la playa, como he dicho antes, jumentos lanudos y temblones, que habrían hecho las delicias de Juan Ramón Jiménez, enjaezados para entretener al personal, hacían lindos viajes hasta la Alcazaba. Por el contrario, sus colegas mamíferos artiodáctilos, porteadores mucho más potentes, prestaban sus incómodas monturas a quienes, atreviéndose a encaramarse a la cruz de sus jorobas, pedían ir hacia el Cabo Espartel y el Faro.
Como en todas partes la publicidad se valía de los motivos más fáciles y simples. MariJose, arropada en un fino chal verdoso hizo sus primeras poses dispuesta rondar con ellas a la esquiva posteridad. Otra constante es que todo estaba un poco en obras y en algunos sitios para llegar a la arena había que salvar un desnivel de cuatro o cinco metros bajando por unas escaleras empinadas y sin baranda. Prendidos de la mano caminamos un rato en dirección al centro, con la penosa impresión de llevar en la cara, serigrafiado, el sello inconfundible de los turistas pardillos con los que se ceban los pillastres de siempre. Aunque debo decir, y con razón, que nadie vino a molestarnos abordándonos en esa primera incursión en terreno desconocido. Bien pertrechados para el ojeo libre e indiscriminado no desaprovechamos la ocasión para fijarnos en cuanto de novedoso, original u extraño halláramos a nuestro paso, que no fue nada en absoluto. Alguna fuente pública, el monumento a un prócer, las vallas publicitarias ... todo bastante familiar.
La mañana invitaba y junto a nosotros, otros turistas: españoles y franceses sobre todo, pasaban empujando al sol con el rostro pálido y ojeroso de los que invertimos muchas horas al día bajo la luz blanca de las oficinas. La diferencia en el matiz de la piel era obvia respecto a las familias marroquíes, europeizadas o no que hacían lo propio junto a sus niños. Mujeres de edad media, cara redonda y pelo oculto tras el rígido velo negro, lucían un moreno específico (sociológicamente de aluvión) y supongo que aquel sol aún “clarete” no impresionaba lo más mínimo a la textura de la piel aclimatada a la zona. Los niños son niños en todas partes y aquellos, (MariJose les llama pequeños tiburones) daban la vara como es natural riendo y correteando por doquier en juegos propios o inventados sobre la marcha. Antes de llegar a la playa de la Alcazaba, delante de la Medina, nos volvimos, desandamos los pasos y deambulamos tranquilos por los alrededores del hotel haciendo tiempo para llegar a la hora del almuerzo. Sentados en un banco intentamos sentirnos en ¡África! Y al no lograrlo del todo llamamos por teléfono a los hijos para dar novedades del viaje: nos encontramos bien, ¡que no cunda el pánico!
Sabía ya, por otros viajes, que MariJose es una compañera solícita, cordial, dispuesta a interesarse en todo y por todo. No en vano sumamos a esta salida algunos miles de kilómetros juntos y decir que nos encontrábamos “agustito” quizá sea decir poco... o decirlo todo. Puedo añadir que nos compenetramos con facilidad, que se nos hace sencillo ir del uno al otro; disfrutadores de la fugacidad inevitable del momento. Corredores de fondo de la vida, caminantes del paso seguro y del sentir sereno, anduvimos esas horas entre la Tánger que se reconoce y la que se sueña. Tal y como fuimos descubriendo en los días sucesivos, la ciudad entiende todos los lenguajes en los que los hombres y mujeres insistimos en ser felices o desgraciados.
Marruecos es un país dentro del cual se desarrollan diferentes proyectos vitales, en unos aparece o se perfila una sociedad moderna que respeta los derechos humanos y en otros pervive un proyecto social donde inercias de corte medieval continúan pesando mucho. No se nos oculta que la religión, tal y como se proyecta desde el punto de vista islámico, juega en el mundo marroquí un papel preponderante. Aconsejados por Jamal, el vendedor de Flandria, comimos en el Sea Rainbow un restaurante próximo al hotel. No teníamos ganas de correr riesgos sanitarios y el lugar nos pareció agradable. Almorzamos por diez €uros (unos 100 dirhans, caro) y recuerdo el servicio esmerado de unos jóvenes camareros muy profesionales y competentes.
Sobre las cuatro de la tarde se presentó el Flandria Bus y dio comienzo la primera excursión. El guía que iba a conducir la expedición se presentó: me llamo Hamed y haremos un trayecto por la ciudad de Tánger, sus alrededores y su historia. Finalmente veremos La Medina, en el casco antiguo, entraremos en los bazares y podrán hacer compras, siempre, siempre, negociando los precios finales con el vendedor. En Marruecos el comercio y la negociación son columnas fundamentales en nuestra manera de ver el mundo. Arrancamos y el guía, como es natural, fue pródigo en unas cosas y parco en las que podían ser delicadas. Hablar de Marruecos –dijo mientras subíamos por la avenida de Mohamed V– es asomarse a una sociedad compleja en la cual conviven muchas culturas que pertenecen a diferentes épocas históricas, como la "Edad Media", en coexistencia con estructuras de fin del siglo XX. Costumbres idolátricas se solapan con creencias musulmanas en un difícil equilibrio con los últimos descubrimientos de la ciencia contemporánea.
Hamed hablaba por un microfonillo mientras el autobús circunnavegaba la ciudad. Empezamos por los bulevares principales, que también son la zona más moderna y occidental. Hamed partía de la idea de que estábamos allí para comprender su mundo y decía: Para entender a Marruecos debemos considerar su sociedad según lo hace Paul Pascon, un conocido sociólogo de origen franco-marroquí, que llamó a nuestro modelo de convivencia,"Societe Composite". Algo así como un entramado social caracterizado sobre todo por la convivencia de todas las tradiciones y contradicciones imaginables, a menudo en armonía. Escuchándolo y en contradicción con sus palabras recordé algunas ideas de Leila Chafai, una voz africana clara e indiscutible, líder por los movimientos de mujeres marroquíes, estudiosa y doctora en Sociología.
Era un guía profesional, algo así como federado y lucía en la chilaba terrosa la acreditación legal correspondiente. Quiero decir que tenía bien aprendida la lección y que se notaba bastante que no hablaría de su pensamiento, como hombre políticamente libre, sino del rollo ideado y autorizado por la autoridad competente del Ministerio de Turismo. Desde un punto de vista profesional nada que objetar pues él se limitó a contar lo que podía con puntos y comas; es decir, a darnos la versión oficial de la realidad. Todo tan hapy que podía resultar soporífero a la hora de la siesta. Pese a todo no me picó la modorra y creo que en el autobús, ocupado en su totalidad por españoles, nadie lo hizo pese a la voz automática y a lo monótono del tono empleado:
Tánger se extiende desde Alcázar Seguer, hasta las playas atlánticas. –Decía Hamed– La costa del estrecho es irregular por la llegada de la cadena interior del Rif, hasta el mar, con salientes y puntas en Alcázar, Ferdiua, Alboasa, Altares ,Malabata. Allí podrían visitar el faro, el Castillo y las playas de los judíos, Pichones , Agujas y Espartel, lugar donde la costa cambia de dirección hacia el sur convirtiéndose en atlántica.
La zona que rodea la ciudad hacia el interior agrícola, llamada Fahs, muestra pequeños núcleos poblacionales como Auama y Regaia, bastante más llana y solo jalonada por algunas sierras de bajo nivel como el Yebel Zairo, famoso por sus fuentes al sur y los montes de Tánger al oeste.
En la prehistoria este territorio estaba poblado por un hombre, semejante al del Neardental, descubierto en el Fash (Mugaret el Aliya) 50.000 a.c., desarrollándose una civilización mauritana, semejante a la de la península ibérica , entre 20.000 y 9000 a.c. Los fenicios fundan una colonia en el Marshan 1450 a.c. Cartago funda un campamento en Tingis entre 475 al 450 a.c. Destruido el imperio Cartaginés la ciudad se convierte en capital de un principado mauritano independiente, pasando a ser colonia romana con Augusto en 38 a.c. instalando, como reyes a Juba I y Juba II los más célebres reyes norteafricanos. En el año 42 d.c tras una revuelta contra el imperio el emperador Claudio la conquista declarándola capital de la provincia Mauritano-tingitana. Desde entonces tiene dos calles principales una que sale del zoco grande, coincidiendo con la actual calle Siagin y terminaba en Bab el Marsa. Su forum coincide con el zoco chico. En los alrededores había varias haciendas agrícolas y una factoría de salazón en Cotta. De esta ciudad salía la calzada hacia Sala y Volúbilis.
El autobús bordeaba la ciudad y había dejado atrás los barrios residenciales donde su discurso bajó aún más de tono: colinas erosionadas rodean la ciudad por el oeste, con una altura máxima de 327metros, bonito arbolado y magnificas mansiones. Sobre el estrecho se encuentra la playa de los judíos y en su extremo occidental, el faro, con su playa y más hacia el sur las prehistóricas cuevas de Hércules, hacia las que nos dirigimos y las ruinas romanas de Cotta, junto a el centro turístico del Mirage y la amplia playa de Jeremías que por la hora no tendremos tiempo de ver.
Mientras nos acercábamos a las cuevas de Hércules yo recordaba la mitología y él los alrededores tangerinos: no lejos de aquí se encuentra Melusa con Sidi Alí patrón de los dementes, muy venerado en toda la región, fue sede de una intervención local, contando con un orfanato y centro psiquiátrico. En la comuna de Azzinate se encuentra Regaia, que junto a Cuesta colorada, en la antigua carretera de Rabat fueron sedes de un destacamento militar durante el protectorado para la vigilancia de la frontera con Tánger.
Sobre las seis de la tarde el bus de Flandria nos dejaba a la puerta de la gruta de Hércules y allá fuimos todos en tromba hacia el interior de la cueva, en ese momento visitada por otros turistas. Todo el mundo sabe que las grutas de Hércules fueron las del cíclope Polifemo, hijo de Poseidón, al que Ulises, cantado por Homero en el bello poema La Odisea, deja ciego clavándole una estaca en su único ojo.
Nosotros, que somos crédulos por naturaleza, admiramos y remiramos la gruta esperando que a Polifemo se le hubiera pasado el cabreo y salido de caza. Es de suponer que Poseidón, como buen padre le habría devuelto la vista una vez que Ulises salió zumbando para Ítaca. La naturaleza de nuestros orígenes despierta ecos y voces profundas así que todos sentimos que en aquella sima se conservaba rastros humanos inolvidables y nos dio hacer una buena tanda de fotos (Detrás de MariJose, aparece Hamed). Al salir nos dedicamos a ojear la abundante y variopinta artesanía que algunos vendedores exponía aprovechando cualquier oquedad disponible. No compramos nada no porque no nos interesara el genero sino porque nuestra disponibilidad económica aconsejaba ser prudentes.
De nuevo en el autobús, Hamed tomó la palabra y informándonos que pasaríamos, de vuelta a Tánger, por donde el Mediterráneo y el Atlántico se unen creando un paisaje de indudable e inusual belleza, y reconozco que fue tal y como dijo. Cuando el viento sopla de España –decía Hamed– las playas Atlánticas están resguardadas y los tangerinos vienen aquí. Por el contrario, cuando el viento procede del océano, las playas mediterráneas son tranquilas y seguras, por eso los tangerinos se refugian allá. Eso significa que en verano Tánger es un sitio perfecto para solazarse.
Según el guía llegaríamos al Zoco atardeciendo y mientras el bus cubría el trayecto amenizó la media hora larga con historias, unas más y otras menos conocidas:
La tradición oral tangerina nos dice que, después del diluvio, yendo a la deriva el Arca de Noé a la esperar de tocar tierra firme, sucedió que una paloma con las patas manchadas de barro se posó en el puente del Arca. Sus ocupantes exclamaron entonces "Tin jâa", o sea ¡tierra! Bueno, tranquilos, es poco probable que la lengua de Noé fuera el árabe ... Tanja, en lengua bereber, significa humedal, lo que tendería a probar la existencia de un asentamiento humano amazigh bastante anterior a la llegada de los fenicios.
Por lo que sabemos, las leyendas sobre los orígenes de la ciudad o sobre los hechos acaecidos en su región de influencia tienen dos orígenes: la fuente bereber, basada esencialmente en la lingüística y la fuente griega mucho más abundante y documentada.
Puse atención porque cuando escucho de pronto que se nombra a los griegos, me despepito sin querer y me pongo a contrastar conocimientos que provienen de cuando era joven. El guía decía: Son los relatos griegos los que nos han hecho llegar las más bellas leyendas acerca de Tánger. Según Platón, la región de Tánger, así como el resto de Libia, era del dominio del gigante Anteo, hijo de Poseidón y de Gea (La Tierra). Al parecer era costumbre de Anteo retar en duelo a todo aquel que, gozando de una cierta corpulencia se atreviera a pasar por sus tierras a las que había dado el nombre de su esposa, Tinga. El gigante, tras liquidar a sus víctimas, adornaba con sus despojos el templo dedicado a su padre.
Así fue hasta la llegada de un semidiós, Heracles, (para los romanos Hércules) hijo de Zeus y de la bella Alcmena, que no solo aceptó de buen grado la batalla sino que consiguió deshacerse de su contrincante ahogándolo mientras lo mantenía en el aire para que Gea, su madre, no el devolviera las fuerzas perdidas. Cuentan que en el curso del combate un golpe de sable de Heracles abrió de un tajo el Estrecho de Gibraltar y que para celebrar la victoria Heracles mandó construir sendas columna a un lado y al otro del estrecho que durante milenios serían las fronteras del mundo conocido.
Tal y como era costumbre Hércules tomó por esposa a la viuda de Anteo y esta diole un hijo llamado Sófax, que a la larga fundaría una ciudad a la que llamó Tingis. Y ahí es donde Hamed quería llegar para terminar su perorata pues el bus estaba aparcando en una glorieta próxima a las murallas desde donde partía la visita a los bazares y al zoco de La Medina.
Anochecía, se hacía tarde, refrescaba y yo creo que Hamed quería concluir su jornada lo antes posible. Tenemos la idea, no se si será verdad, de que los moros aman la dulce conversación y el beber distendido con los colegas, tanto como les disgusta el arduo trabajo. El caso es que empezamos La Medina por arriba para concluir en el Puerto donde el autobús esperaba para llevarnos al hotel. Todo en una hora, quizá menos. ¡Visto y no visto! ¿Se entra a ver un museo a uña de caballo?, ¿a que no? ¡pues eso! Hamed quería irse a su casa... con sus chiquillos, o con los amigachos, a pegar la hebra, y nos despeñó a todo meter por aquellas cuestas. Nos llevó arrastrando los ojos por las fachadas coloreadas, por los viejecillos vendedores con caras de rabinillos (el hambre, digo yo) los puestos de venta, por lo general bien surtidos, ahondados por callejas estrechas y recovecos atestados de moros. Entonces no me di cuenta porque anduvimos atareados en no perder la chilaba del guía que trotaba y se nos escapó una de las mejores, pues el zoco y La Medina de Tánger bien merecían, cuando menos, gastar un día entero curioseando por allí, tanteando los géneros, empapándonos del ambiente, de los olores de las especias, y del tacto del algodón con el que fabrican las prendas...
Una cosa no descuidó Hamed, la visita a la tienda donde, como es natural tiene su comisión por las ventas. “Vean todo con tranquilidad –decía– no hay prisa. Y cuando tengan lo que quieren negocien con el vendedor, sobre todo negocien”. Allí hicimos las primeras compras, mientras el guía hablaba con el propietario en su lengua de trapo.

10.7.06

"Tóxico", Felipe Gámez, 10 de julio de 2006

“Aunque no los veamos ni los percibamos, una extensa gama de contaminantes están en nuestra casa, en la oficina o en las calles, en nuestros alimentos y en las prendas de vestir. Algunos de ellos afectan nuestro organismo en forma lenta, poco visible pero con graves consecuencias a medio y largo plazo”. La cita es de Greenpeace y la saco a colación para diferenciarla de los venenos que me ocuparán en este trabajo. Me centraré en los “vampiros emocionales” y trataré de establecer aproximaciones al catálogo de personas venenosas, capaces de contaminarnos la existencia y llevarnos a relaciones tóxicas, dañinas o cuando menos extravagantes. Mi pareja hace un juicio certero al decir que son “el prototipo de personas odiosas”. Ya lo creo que lo son y hay que empezar diciendo que la sana prudencia aconseja mantenerse alejado de criaturas tales. Aunque si nos sale la vena de voluntarios del Teléfono de la Esperanza, como así es, diré que por lo general son personas infelices, con una autoestima bajo mínimos, a los que nadie ama y que reparten su infelicidad envenenando cuanto tocan, como reacción-respuesta al dolor, al gran vacío de sus vidas y a su imponente soledad. Dicho lo cual hay que añadir que, (mucho cuidadito con ellos!, pues son gente peligrosa. Un ejemplo: Tengo una amiga en espera de juicio por mobbing en un centro de trabajo de Málaga, (una ciudad que parece abonada para esa y otras maldades pues los empresarios, tóxicos o no pero muy incultos, se creen con derecho a todo). La pobre tiene una jefa tóxica y la relación vejatoria sufrida durante años le produjo una enfermedad invalidante. “Un jefe así puede reducir en diez años nuestras esperanza de vida”, dice Iñaki Piñuel (profesor e investigador especializado en mobbing) en su libro Neomanagement. Jefes tóxicos y sus víctimas. A eso me refería al decir que hablamos de gente peligrosa y que debemos contemplar el tema con seriedad y el respeto merecido. La cuestión clave es cómo identificar a estos infelices malvados/as. Ya dije que son unos desgraciados de los que, dada su peligrosidad es mejor apartarse, el tema es que si no les sacas la foto, como son muchos (algunas corrientes psicológicas dicen que todos podemos ser tóxicos según las condiciones; incluso que podemos ser veneno para alguien y no serlo para los demás) estaremos poco menos que vendidos pues en apariencia son modélicos y encantadores. Si dijera que a su lado nunca sale el sol estaría afinando mucho aunque se trate de una metáfora. Quiero decir que nadie luce a su lado, pues evitan o si pueden destruyen a quien juzguen inteligente, culto, valioso. El contacto con alguien bien formado les devuelve la imagen de su falta de valía y ello les resulta insufrible. Así las cosas el catálogo inicial podría ser éste: es tóxico el que mira por encima del hombro, el que a todo el mundo desprecia, los del Club del Lamento Eterno (llamados también “Parches porosos”), el mosquita muerta, el chismoso (del círculo de los chivatos-pelotas), machistas o feministas fanatizados, el sabelotodo, el que se cree mejor que el resto, el mentiroso, el ultracontrolador, el inepto chupasangres (bien oculto bajo la piel de cordero), el arrogante (que disfruta hiriendo, ofendiendo, vigilando, devaluando a otros), el sarcástico mal intencionado, el mal pensado, el que hace sentir culpable a la víctima, el que pone “enfermo” al personal nada más aparecer por la puerta... En serio, la lista sería muy larga. Añada cada cual la suya según experiencias. El caso es que los tóxicos, los vampiros pululan por ahí y para verlos no hay que ir a Transilvania. Conozco a uno bien localizado; este pasado invierno lo vi preparando un cartel que pensaba poner a la entrada de su empresa. Un texto en inglés WELCOME TO HELL. ¿Qué te parece? Preguntó y yo traduje “Bienvenido al infierno”. Sí dijo él satisfecho, cada vez que mis currantes entren en la nave sabrán a dónde vienen. Yo dije: tiras piedras contra tu tejado; si esta empresa es el infierno tú eres el diablo y, veras, en nuestra cultura es un tipo con mala prensa. Cuando voy a desayunar y paso por la puerta me acuerdo. Será un tóxico pero no tan estúpido.

2.7.06

Tánger en Semana Santa, 1ª parte - Felipe - 2/7/06

Tánger en Semana Santa

Primera parte, la salida

Huir de Málaga en Semana Santa es para mi una sana costumbre. Todos los años por estas fechas me invento algo y escapo o también podría decir me pierdo. Como si necesitara facilitar materiales a la imaginación desgastada por la rutina o realidades a tantos sueños que se mueren por vivirse. El año pasado fui a Munich, en un vuelo directo, de madrugada, solo, aunque llegué para encontrarme con Inkel en el Aeropuerto Internacional F.J. Strauss de Munich y pasar unos días con ella en su casa de Maximilian Strasse. Este año al terminarse la Navidad pensé ir a Tánger y, junto a MaríaJosé hicimos planes para el que sería el tercer viaje de placer desde que, hace casi un año iniciamos nuestra relación. ¿Por qué Tánger?, preguntó ella una vez allí, mientras cenábamos en un restaurante próximo al hotel. Era viernes, 14 de abril, fuera llovía (no en exceso pero llovía) y yo pensé: buena pregunta. No hallé una respuesta convincente, quizá sólo fuera una ocurrencia, un intento de pulsar mi propio gusto por la aventura, la necesidad de ponernos a prueba, de echar un pulso a esa personalidad amante de los riesgos que, en principio ninguno de los dos tenemos en grado significativo. Había leído, incluso sospechado, que África es sinónimo de aventura y me pareció un buen momento para comprobarlo.
Desde la oficina llamé por teléfono a Susana Nieto, prima de mi nuera Cristina y propietaria de una Agencia, Suan Viajes, y le encargué hacer las reservas: Paquete de Semana Santa, Tánger, 225 euros, ¡baratillo! Casi dos meses antes de la fecha, un sábado por la mañana pasamos por su oficina y Belén, una guapísima empleada nos dio los bonos y cargó en mi cuenta el importe; luego MaríaJosé abonó su parte en metálico ya que habíamos decidido correr a medias con los gastos.
Ya en casa revisamos minuciosamente los papeles antes de guardarlos en la mesita de noche. El “paquete”, así llamado por la agencia incluía una noche en Algeciras, Hotel Octavio, los pasajes del Ferry, ida y vuelta a Tánger y tres noches en el Hotel Solazul, ya en territorio marroquí. Todo muy idílico y pastoril, es decir sin nada que nos hiciera abrigar la sospecha de que allí se incluía ¡gratis! un buen ramillete de emociones fuertes: tensión nerviosa por un tubo, miedo, decisiones en décimas de segundo, adrenalina a tope... quizá de haberlo sospechado la cosa había tenido menos gracia. Unos días después renovamos los pasaportes (na, diez minutillos en la cola y 16 € del ala para tasas). Si aquello hubiera sido el guión de una película de Almodóvar habríamos oído de fondo esa musiquilla de suspense que advierte al espectador: “se masca la tragedia”. Bueno, aclaro, en cualquier caso una tragedia cutre al estilo de las que chiflan a nuestro manchego universal. Ahora que lo pienso creo que debí de llamarlo para que viniera de incógnito a filmar nuestra inocente aventura. Me juego una birra a que se lo habría pasado de miedo (como nosotros). Esto sin contar que por fin habría tenido la oportunidad de filmar algo digno de un auténtico director de cine.
Pero todo eso lo explicaré más adelante, aquel sábado (dos meses atrás) dormimos con nuestro “paquete” Algeciras Tánger guardado en la mesita y yo debí soñar con el futuro puesto que me levanté baldado.
Alguna vez, hablando en casa con amigos la discusión giró en torno al hecho, cada vez más frecuente, de los viajes (escapadas de fin de semana, puentes y vacaciones). Alguien se preguntó ¿qué nos impulsa a salir de nuestro hábitat natural (el hogar, la ciudad, el país) y emprender un remedo de trashumancia limitada a la disponibilidad laboral? La teoría que más me interesó decía que vivimos atrapados en una realidad cuyos límites son la physis, la psiquis, el espacio y el tiempo y cuando viajamos creamos la ilusión de que nuestra realidad, en esencia cerrada, tiene márgenes sutiles, es decir interpenetrables. Todo con la esperanza de creer que podemos salir de nosotros mismos. El viaje hacia fuera –decía nuestro amigo– no es otra cosa que un viaje hacia dentro pues nuestros límites son fronteras insalvables en todos los sentidos. ¿Por qué entonces la ilusión de movernos?, –se preguntaba, y se respondía de este modo:– desde un punto de vista aparencial viajamos para alcanzar otros mundos pero lo que en verdad sucede no es eso; unas vacaciones de un mes (siendo optimistas) en modo alguno dan para entrar objetivamente en otros mundos sino para que esos mundos entren en nosotros. De ahí el interés por fotografiarlo todo, por movernos en todas direcciones (excursiones) y si fuera posible hacer películas de video. El recuerdo, el souvenir, las fotos amplían nuestro interior, le permiten crecer, ramificarse, Vamos a los sitios para robarlos, para traérnoslos prendidos, para que el viaje por fuera sea lo que es el viaje sensu stricto: un viaje interior.

En el trabajo pensé tomarme toda la Semana Santa libre. Lunes martes y miércoles eran una tentación para aprovechar un par de días frente al ordenador y compensar la salida con un intensivo literario. Al final no pudo ser (lo del trabajo) y sólo conseguí añadir a los días de fiesta el Miércoles Santo. La idea inicial era hacer en autobús Málaga-Algeciras pero Ana (la hija de mi pareja) iba a pasar los mismos días de asueto en un camping de Zahara de los Atunes con una amiga y podía llevarnos en coche. Un viejo dicho gitano dice: “no me gustan los güenos emprencipios”. El dicho alude a un refrán español: lo que bien empieza mal acaba, nada que ver con nosotros, así que di por buena la oferta y a eso de la una del medio día nos recogieron en la puerta de casa.
Ya en ruta yo recordaba a una viajera infatigable: Marguerite Yorcenar y mientras las tres “maris” no paraban de hablar, yo le daba vueltas al coco con una de sus frases favoritas: ¿Quien puede ser tan insensato como para morir sin haber dado por lo menos una vuelta a su cárcel? Sobre las dos y media PM, en una ida rápida por autopista llegamos a Estepona. Ana y su compañera pensaban en el almuerzo y por la hora tenían razón. Estepona, pese a ser un día laboral estaba de bote en bote y cuando por fin conseguimos estacionar nos encontrábamos a un paso del Puerto de pescadores y las niñas preguntaban adónde sería factible aposentar nuestros traseros con vistas al condumio. Nos tomaron la delantera e indagando preguntaban a los lugareños con quienes se cruzaban por un sitio acorde con la hora, el estómago y la economía. Mientras caminábamos aproveché para llamar a mi amigo Pedro López, que en la actualidad trabaja en la localidad, con la intención de invitarlo a que se viniera: “¡hala, vente con nozotros pa’lmorzá, niño!”. Tener linea directa con Pedro es un privilegio porque es un profesional de la informática al que los amigos atacamos por todas partes (menos por una, claro está), y como suele ser muy amigo de sus amigos se puso al teléfono rápido y ligero. ¡Mi gozo en un pozo! “No puedo ir Felipe –dijo–. No estoy en Estepona sino en mi casa de Rincón. Trabajé en el tuno de la noche pasada y estoy descansando”. ¡Mecachi! De repente las niñas volvieron; les habían dicho que en el mismo puerto había uno de esos sitios donde se comen los mejores pescaítos fritos del mundo.
El tiempo, como en toda primavera, nos regalaba un sol paliducho, bonachón y algo brumoso. Por suerte no había levante sino una brisilla cálida y húmeda con la que era fácil bregar; la ropa ni pesaba ni estorbaba y el céfiro, nombre que los poetas dan a los airecillos primaverales, mordisqueaba las mejillas como si fuera las encías algodonosas de un bebé juguetón. Por las calles la gente iba y venía en grupos, solos o en parejas como si todo el mundo supiera qué sentido tiene la casualidad de encontrarnos atravesando la cazada o cruzando las aceras mal pavimentadas.
Las vacaciones son eso: tiempo que dejamos a la buena de Dios, a la sorpresa y al buen humor permanente, tiempo engarzado a una predisposición duradera a ser feliz con casi nada. Finalmente las nenas recibieron una buena indicación y almorzamos en un bareto portuario de nombre, “La Escollera” (Pescados y mariscos) a unos pocos metros del malecón de piedra y después de hacer la cola habitual en el local, algo así como una hora larguilla, a la espera de que el camarero encargado nos adjudicara mesa en una terracilla con vistas a la marisma. En Málaga se dice: “había gente pa reventar” pero pensándolo bien sólo es una forma del caos encubierto de orden: eso de que nos entre hambre a todos a la vez no tiene sentido. Debo reconocer, sin embargo, que tan pronto le hincamos el diente a una fritanga variada de pescado nos miramos y estuvimos de acuerdo en que la incómoda espera había merecido la pena. La ornamentación marinera del chiringuito, el suelo de tierra, las gaviotas argénteas (Larus cachinnans) chillando sobre nuestras cabezas, el Peñón de Gibraltar al fondo a la derecha... la bulla, en todo se respiraba la misma sana alegría, el secreto esperanzador del ánimo dispuesto a pasar las horas con los ojos muy abiertos y el deseo presto hacia el aprendizaje. MaríaJosé y yo sentíamos el clásico hormiguillo en la boca del estómago con que la ilusión llama a la ilusión. Hacia las siete de la tarde (más o menos) alcanzamos Algeciras y las niñas, tras dejarnos a las puertas del Hotel Octavio, proseguían su marcha hacia Zahara, un trecho que según supimos más tarde estaría marcado por el caravaneo continuo y los embotellamientos del tráfico.
Tras el primer vistazo convinimos en que en las estrellas de nuestro hotel faltaba gente, sobre todo si teníamos en cuenta que media Málaga estaba saliendo en todas direcciones. No sé por qué me pareció un sitio pijo, selectivo, como si cada estrella descartara a un millón de personas. Pensé que podía ser un sitio cojonudo para celebrar los Congresos del PP y no por eso dejé que la idea me amarga la tarde. ¡Faltaría plus! Había, por supuesto, un ambiente serio y estirado que no tenía nada que ver con la gravedad de un observador tan próximo a la vida como yo; y puestos a criticar añadiría que se apreciaba una línea impersonal entre lo carca y lo moderno, sin llegar a una cosa ni la otra, que va de perlas a los viajeros destinados a pasar una sola noche.
El joven conserje me miró con ojos desalentadores, ¡chusmilla! Tal vez yo rompiera sus esquemas sobre lo que debe ser un cliente modelo: algo así como un tipo alto, serio, encorbatado, chaqueta de marca azul marina cruzada y abotonada al pecho y señora peripuesta y enjoyada... Maríajosé tampoco daba la talla aunque iba más señorona, pero en cuanto a mi no daba el pego: bajito, triponcete, con pantalones vaqueros (limpios pero corrientes), camisa a cuadros (sin marca), calzado bueno pero trillaillo, maleta de estreno... Por fortuna mi pinta currantera es total y en el manual de los conserjes, imagino, existe un protocolo sobre el tratamiento adecuado a cada caso particular. En el nuestro lo adecuado debía ser el movimiento automatizado: al acercarse al mostrador el joven estiró la mano y el cuello en un movimiento rápido e involuntario cuyo significado se me escapa. Di el nombre al que estaba hecha la reserva y él, como si ya se hubiera hecho una composición de lugar exacta y supiera por experiencia de que iba todo el rollo dijo: el bono. El bono era una carta de mi agencia que aclaraba las cosas y el tipo dijo lacónico: una noche, sin desayuno. Yo protesté, para los centro europeos el desayuno es la comida más importante del día y empezar castigándonos sin desayuno, sin esperar siquiera a que nos portáramos mal era un mal comienzo.
Luego comprendimos que al hombre no le importaría si desayunábamos fuera del hotel y acepté la llave de la habitación a regañadientes. El botones nos esperaba con la maleta junto al ascensor dispuesto a subirnos a un cuarto piso; un hombre delgado y canoso, cuarentón, de facciones angulosas e imprecisas, ojos pequeños y hundidos que miraba todo como si fuera tan nuevo en la plaza como nosotros.
Incluso en el ascensor se respiraba un claro tufillo de modé, pese a las maderas nobles y espejos restaurados, las arañas de forja con abundante aparataje de cristalería y parte de las lámparas de bajo consumo a medio encender. Mientras subíamos, embarcados en el silencio embarazoso de los ascensores, eché en falta aquel timbre clásico en la recepción de los moteles de las películas norteamericanas y me vi llamando con él la atención del recepcionista remilgado. ¡Clin! ¡Sin desayuno!
Disgustado no es la palabra... MaríaJosé diría “chingaillo”, pero tampoco; a mi alcance estaba evitar que el contratiempo nos amargara aquella hora de la tarde y cuando el botones abrió la puerta y descorrió las costinas ¡zas!, otra sorpresa desagradable: el de abajo nos había endiñado camas separadas. Me preocupé: quizá con menos de un año de salir juntos ya damos la apariencia de esas parejas ahítas de aburrimiento que los fines de semana se van a un hotel para justificar, con dinero, que cada uno duerma lejos del otro. ¡Canalla! Es un decir porque la culpa, si es que la había, no era del conserje sino mía. Con la novedad y la emoción de la llegada olvidé solicitar una habitación con cama de matrimonio (sé que suele haberlas para clientes sibaritas del tálamo) y como en verdad soy un “cortaillo” me dio apuro bajar y pedir que nos cambiaran de habitación. Eso nos hizo pasar la noche separados por los refajos de los cubrecamas pero no impidió que hiciéramos manitas, como antaño en los cines.
Yo, que soy de natural lento, en los viajes me torno hiperactivo y me habría lanzado a la calle de inmediato pero MaríaJosé propuso reposar tranquilos durante un rato. Siempre es preferible sacar el jugo de los miércoles (si son Santos con más razón) y sentir el paso de las hora remansar su lentitud ociosa, su parábola circunstancial dejando un rastro de sensaciones fugaces en la caída de la tarde. Tirados sobre los lechos, las ropas flojas, entramos en una de esas conversaciones interminables que también son largos viajes, caminos hondos en los que las palabras, los recuerdos y las expectativas hablan de nosotros: de quien fuimos alguna vez, de quien somos, aquí y ahora, y de quien seremos (con suerte) si es que los años juntos nos hacen como ahora queremos.
Hacia el crepúsculo salimos y de nuevo aquella sensación de que en el establecimiento sólo estábamos nosotros. Al costado del hotel Octavio se alzaba la cristalera concerniente a la Estación de Autobuses y una señora del servicio de limpieza, metidita en carnes, pasaba al suelo encerado una bayeta industrial. Dentro se oían claxon de los vehículos que partían o llegaban, y en el hall las parejas se despedían apresuradas, contagiosas, como si con frecuencia fuera mejor irse, dejándolo todo a la espalda. Y al contrario, ruido de frenos y neumáticos y luego gente que salía con los ojos puestos en aquellos hogares donde la parienta y los niños esperan ilusionados. Con frecuencia vivir no es más que irse o volver; explorar lugares (a veces personas), superarse sin caer en la tentación de alejarse de uno mismo. Fuera Algeciras se desleía en un ambiente especial, muy parecido al visto en otras ciudades portuarias como Amberes, con sus cinco interminables kilómetros de muelles. En miniatura, Algeciras está pensada para ser una ciudad en tránsito, un punto medio entre ninguna parte y a medida que caminábamos los caserones tapiados, entre calle de San Bernardo y Juan de la Cierva, lucían ajados símbolos perecidos de mejores tiempos. En la avenida Virgen del Carmen (lo que podría ser el Paseo Marítimo) enlazamos la glorieta que da al fondo con los muelles donde se encuentra una gris, pequeña y anodina Estación Marítima. El Ferry, llamado “El Rápido”, salía al día siguiente a las nueve de la mañana y pensamos que madrugando lo suficiente podíamos ir caminando desde el hotel y estar a las ocho en el punto de embarque.
Con ánimo de curiosear entramos en el edificio donde las compañías abren sus ventanillas al público y, casualmente pudimos cambiar nuestro “paquete” de la Agencia por los pasajes de ida y vuelta. Nos pusimos muy contentos pues ese trámite realizado en la comodidad de una ventanilla vacía nos ahorraba pesadas aglomeraciones de última hora en el embarque mañanero. Fuera de la Estación anochecía y jóvenes algecireños con uniformes reflectantes dirigían el tráfico zigzagueante de los coches que desembarcaban. Dicen que esa es la hora bruja por excelencia (entre dos luces) cuando ya no es de día ni tampoco de noche y lo que es blanco no es blanco del todo y lo que será negro aún es gris. En medio de ese mundillo en tránsito morillos altos y delgados deambulaban desarraigados entre nuestro mundo y el suyo, conversaban de pie o dormitaban alcayatados en el suelo mientras hacían tiempo para dirigirse a sus destinos en Ceuta y Melilla.

Caminando volvimos al centro con animo de callejear un rato. A la espalda dejamos las avenidas principales que bordean el puerto y subimos por calle Morón hacia Ventura. Algunos comercios y bares estaban abiertos pero sin fluido eléctrico y junto a las puertas de la calle la gente hablaba en corrillos como si esperasen algo. En una esquina si y en otra también menudeaban los luminosos donde se ofertaba hostales de medio pelo, pensiones calvas o camas oscuras y solitarias donde alcanzar los sueños de un tirón y a un precio razonable. En una de esas bocacalles una “pilingui” salía de un garito y paseaba inquieta, arriba y abajo de la calle, a la busca y captura del cliente tempranero. A la altura de Joaquín Costa nos cruzamos con la procesión. Los dolores de San Juan. Un trono serio (custodiado por la Benemérita) pasó midiendo la calle de balcón a balcón con paso rítmico, tambores y banda de música. En el cruce no había el gentío de las procesiones malagueñas pero sí el suficiente como para hacer sentir el fervor religioso anclado al fondo de los sentimientos convertidos en fe o en costumbre. Juan y la Virgen de los Dolores, transidos por la preocupación, encaminaban sus pasos hacia el destino del hijo al que el Sanedrín ya había condenado.
Sobre las nueve, chispa más o menos, nos pusimos a buscar un sitio recoleto y a ser posible agradable para cenar. Con la noche cerrada todos los gatos son pardos y si la ciudad es además un laberinto ignoto se pueden interpretar como extraños sucesos corrientes. Por ejemplo: a medida que la procesión se alejaba de nosotros, la gente que había bajado a la calle para ver El Paso con sus vecinos, entraba con rapidez en las casas y atrancaba las puertas; los comercios y los pocos bares abiertos entornaban sus postigos y las aceras perdían esa luz de leve humanidad que tienen cuando son transitadas. De repente nos vimos solos en medio de la noche y olvidamos ipso facto en que El Nazareno sufría la mofa y el flagelo injusto en alguna parte del corazón del mundo. De improviso un silencio penitencial resollaba de un lado a otro de la bahía y fue como si el mar quisiera levantarse. Las calles pardas, con circulación o sin ella, sobresalían en el silencio y fue como si un gran desánimo deglutiera fosco los empedrados. Sin nada abierto por ninguna parte llegamos a pensar que esa noche tendríamos que irnos a la cama sin cenar y entonces sí adquiría sentido la aseveración del conserje: ¡sin desayuno!
Por suerte la cosa no fue tan grave, por fin encontramos una tasca con capacidad para ofrecernos una cena frugal aunque con una disposición nula de querer hacerlo por parte del propietario al que la pasión del Cristo tenía el ánimo apesadumbrado y constricto. De vuelta al hotel palpamos una ciudad fantasmal cuya existencia pende de los que, como nosotros, recalan con la intención de irse pronto. Algeciras existe en los mapas pero en la realidad es un ectoplasma, una ilusión que viene y va, que se materializa o desaparece con la gente que llega o se marcha. Afortunadamente las camas reales o ficticias del Hotel Octavio eran cómodas, no pasamos calor ni frío y dormimos de un tirón. Al pedir que nos despertaran sobre las siete de la mañana recordé aquel himno con el que la radio nos despertaba en mi infancia y que los críos de entonces poníamos letra como ésta: ¡Franco, Franco! ¡Tiene el culo blanco porque su mujeeer lo lava con Arieeel! En un hotel tan serio y con tantas estrellas digo yo que seguramente tienen un himno así para despertar al personal ultra. A nosotros, con nuestra pinta de currantillos, no se arriesgaron a ponerlo. A la hora en punto sonó el telefonillo y una voz de sueño dijo: ¡las siete! Aunque en mi cabeza sonó otra cosa: ¡sin desayuno!
El conserje de la mañana era otro pero pensamos que lo del desayuno no iba a colar así que nos fuimos a la cafetería de la Estación y no pedimos el desayuno inglés, superabundante (MaríaJosé y yo de ingleses tenemos poco menos que nada) sino el café con leche andaluz de toda la vida; ella incluyó tostadas con el óleo santo del olivo y yo, inapetente según acostumbro, un donut del que sólo comí el agujero. ¿O fue el agujero quien me comió a mi...? Dejemos eso para otro día.
A esas horas tempraneras Algeciras sólo parecía un camaleón traspuesto y aletargado. Hacia las ocho de la mañana se agitó y se puso a parir gente con las miras y la intención de trasponer a Tánger, ¡como nosotros! Cuando alrededor de los ocho llegamos a La Marítima el caos ya era considerable y la información disponible nula. Porque el caos en su raíz humana sólo es desinterés convertido en desinformación. En teoría los barcos amarrados a los muelles esperaban la hora de partir sobre un mar tranquilo, la temperatura era buena (aunque seguía sin sobrar la ropa) y todo el mundo hacía cola sin saber si sería la de su barco o la de cualquier otro. En nuestra ignorancia, y como si se tratara de una pista segura, buscamos la ventanilla de Nautas Al Maghreb pero todo rastro de la empresa había desaparecido durante la noche. ¿Temían el marrón? No. Seguían la puta costumbre de abandonar al pasaje a su suerte. El gentío desorientado enfilaba, como dirección única, el fondo de una sala de embarque donde convergían canalizaciones de acero inoxidable plantadas en el suelo para, en teoría ordenar el tráfico humano. Todos íbamos hacia un punto, al fondo, donde a modo de filtro había una sola empleada controlando los billetes de todas las naves que iban a partir y la barahúnda se arremolinaba con equipajes y enseres en aquel cuello de botella sin saber qué ocurriría una vez allí. El desorden era gigantesco pues algunos pasajes eran rechazados por la joven (vaya usted a saber por qué) y las personas con sus maletas debían desandar lo andado, cosa harto imposible pues el remolino de gente agolpada contra el embudo lo impedía. Por ese motivo se producían grandes protestas y el enfollonamiento lógico y necesario. No dábamos crédito a lo que veían nuestros ojos.¡Qué desastre! –decía MaríaJosé– para la que existen cantidad de sencillos sistemas, mecánicos o electrónicos, ideados para que cada viajero tomara con tranquilidad la dirección correcta.
Para mi la cuestión no estaba en el caos obvio sino en una serie de preguntas: ¿era todo aquello casual, puntual dadas las fechas? ¿Quién sacaba tajada del río revuelto? ¿Seguíamos en Europa o Algeciras ya no era una ciudad del sur de nuestra graciosa majestad sino el culo sucio del peor de los mundos? Empecé a sufrir lo que en argot de mi trabajo llamamos “El síndrome de los pelos del culo”. Ya saben: eso de ver venir la mierda y no poder apartarse. Para quien lo haya vivido resulta muy mosqueante, en serio. A media hora de que el Ferry se pusiera en marcha continuábamos estancados y lejos de la ventanilla donde la muchacha indecisa ante la avalancha y sin saber qué hacer con el ímpetu viajero intentaba comunicarse por un medio tan arcaico y rudimentario hoy como un Walkie del año de la Quika: “¿Me copias fulanito, –decía acercando los morritos al micro– me copias? Hay mucha gente, ¿qué hago?”
¿Hacer? ¡Nada! Lo único a nuestro alcance (como masa borreguil) era aquella ventanilla al fondo de un embudo donde mil o dos mil personas luchaban por abrirse paso hasta ella cuando menos para saber qué habría después de aquel punto sin retorno. En nuestros billetes había una categoría: “Butaca sirena” y yo pensé: ¡Tate!, éste es el truco del almendruco. Lo de la sirena estaba bien claro, así que de Tánger nada de nada. Nautas Al Maghreb era una estafa, digámoslo con todas las letras. En primer lugar porque como empresa carece de la estructura capaz de cambiar dinero de curso legar por un servicio satisfactorio y cuando en ese intercambio standard o normalizado el precio no guarda relación alguna con la calidad del servicio abonado, el cliente (que siempre tiene razón; una ley básica de toda relación comerciar equilibrada) sabe que le han dado gato por libre y que el empresario, no es un señor ni es un truhán (como dice Julito Iglesias), sino un vulgar raterillo aficionado a las ganancias del tocomocho.
Así es como nos sentíamos: ¡nos han engañado, a nuestra edad estafados como pardillos! Y de nuestras autoridades portuarias ni rastro, desaparecidas en combate (imaginé la batalla con las “pilinguis” de la tarde anterior). Ah y nuestra Benemérita guardando las procesiones, no fuera a ser que un costalero diera un traspié y estampase al santo. De repente, nuestra dignidad de europeos libres (conquistada a pulso de siglos) quedaba bajo la tiranía de una empresa trápala, Nautas Al Maghreb, que, en su voracidad rapiñadora, metía mano en nuestros bolsillos y nos convertía en ganado.
Como es fácil comprender el caos procedía de que los ladrones cogen el botín y salen de estampía y estábamos solos frente a una ventanilla donde una joven ignorante de lo que sucedía trataba en vano de comunicarse con un Walkie al que nadie respondía. Y mira, me dio pena esa niña perdida allí dentro preguntando: “¿Me copias, fulanito, me copias?” Cuando se hartó (MaríaJosé diría: se chingó) tiró el cacharro mudo a la papelera, apretó la boquita de piñón, cerró la garita y se fue a su casa como si no supiera, la pobre, que su casa había sido estafada por Nautas Al Maghreb y era otro sueño imposible.
Continúo: sin el tapón ciego de la neneta, puesta allí para joder, aquello desaguó pronto y todos corrimos hacia los barcos. Y la verdad aún no sé cómo ni por qué, es un misterio, acabamos en un finger largo que nos condujo a nuestro barco, de nombre JAUME I, bandera española y más viejo que sus muertos. Ya sé que es una queja al viento, pero ¿es que no existe una ITV para el control de las empresas trápalas? ¿Todo son “engrases”, chanchullos, “enjuagues” variopintos en nuestra bonita y encalada nacionalidad de holgazanes?
“Esto es lo que hay”, dijo un compañero de fatigas en la dura brega por llegar al JAUME I. Por cierto que si los catalanes se enteran de lo bajo que han caído entre Algeciras y Marruecos nos pegan con el Estatut en los morros de Chaves y nos mandan a la España cañí. “Esto es lo que hay”, decía el amigo del que no recuerdo su nombre o quizá ni nos lo dijimos con los nervios. Venía de Torremolinos y si no es porque hablaba un español y tenía un pasaporte como el nuestro habríamos dicho que era un moro total. También iba a Tánger pero su destino final era Marrakech donde tenía un hijo al que deseaba ver. Su experiencia en el trayecto, al que ya está habituado, nos fue de gran ayuda pues sabía que una vez en el barco había que sellar nuestro pasaporte para darnos entrada legal al Reino de Marruecos. Aconsejó dejar a MaríaJosé acomodada con el equipaje a mano en el primer piso donde pudimos encontrar tres butacas con sirena desaparecida y nos fuimos a la cola que ya se formaba para el control de la aduana.
Adonde fueres haz lo que vieres dice el refrán y con éste nuevo amigo me incorporé al río humano que atravesaba la cubierta de embarque hasta una nueva garita final donde un funcionario marroquí estampillaba los pasaportes y metía tu número en un ordenador portátil. Una tarea lenta y meticulosa que el hombre se tomaba con un interés entre necio e insensato, visto que habría en el buque unas seiscientas personas con necesidad de pasar por el empedrado de sus ojos. Mientras las horas pasaban (digo bien: las horas) Yo recordaba a Jorge Manrique: nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar que es el morir... al final, rendidos y entregados, es decir con el honor patrio y el pendón español zarrapastrado por los suelos acabamos en manos de aquel tipejo y de su exacerbado celo profesional.
Dos cosa me quedan por decir: la primera es que en plan pitorreo, recochineo, o como se le quiera llamar, el comandante, capitán o santo varón que mandara la nave enchufaba la megafonía de tanto en tanto y una meliflua voz femenina decía: “Señores viajeros, la compañía les desea buen viaje, no olviden pasar por el pendejo que sella los pasaportes y si alguien no se aclara que pida ayuda a la tripulación”. Naturalmente la tripulación no se dejó ver en todo el trayecto (a más de uno nos habría gustado cantarle las cuarenta) y salvo alguna camarerilla despistada y el becario encargado del timón, nadie responsable apareció por allí. Eso justifica por qué una travesía rápida, programada para una hora y cuarto, se convirtió en dos horas y media. Hasta que el becario encontró la Carta Marina Algeciras-Tánger nos tuvo navegando en círculos más de una hora.
La segunda cosa que puedo decir es que gracias al lumbrera que mandó poner la aduana marroquí en el propio barco, en suelo español (ya sabemos que los imbéciles abundan y mandan mucho en esta orilla y en la otra), pasé todo el viaje de pie disfrutando de nada, mejor dicho: de los juanetes que no tengo, de la próstata, que uno ya tiene edad de merecer y de aquella cola descomunal que ahora, considerada en frío, más que cola fue rabo, ¡tuve el badajo de un moro dos horas largas pegado a mi culo! (Ya se sabe, las apreturas, y algunos que se empalma con nada). Racionalmente podía haber disfrutado de la travesía sentado con mi sirenita al lado y en una buena conversación con el amigo de Torremolinos. Pero no, el jefecillo imbécil de turno, el capullín que no sabe estarse quieto e ignora que el mundo gira solo, tenía que poner el serrín de su cabecita a funcionar y ya sabemos que, cabeza vacía, taller del diablo.

En Tánger el desembarco no fue menos penoso. El mismo funcionario malaje que nos selló los pasaportes en el barco se puso a comprobar, en mitad de la pasarela, ypersona por persona, que todos lleváramos la estampilla y formó un embudo fenomenal. Imagino que los servicios de información de la policía de fronteras necesita justificar sus sueldos y en aras de lal necesidad montan unos cirios burocráticos impresionantes. Esperábamos a que el burócrata aliviase cuando recordé una frase leída unas noches atrás en un libro de viajes de Javier Reverte, Los caminos perdidos de África . La frase rezaba así: “En África, la paciencia no es una virtud sino una necesidad”. En mitad de la pasarela el tipo agarró los pasaportes, vió el sello y pasamos. Una flotilla de minibuses rotulados como “Flandria Bus” al mando de un moreno alto y cachazas, de nombre Jamal, nos recogió en tierra y nos llevó al centro de la ciudad. La buena noticia es que como Marruecos se sitúa en el huso horario de Greenwich y vive a la hora G.M.T., llegamos al hotel Solazul a las doce de la mañana, sólo tres horas después del horario previsto, ¡todo un record!
Al parecer la hospitalidad en Marruecos se expresa con la ceremonia del té, barata y simple pero no menos agradable, y nada más llegar al hotel nos reunieron en un salón decorado al uso propio y nos ofrecieron un generoso vaso de té que nos supo a gloria. Luego pasamos por el rito de inscripción, alguien nos dio una llave y un empleado nos llevó el equipaje a la habitación 426. Una vez aposentados (otra vez camas divorciadas) y la ropa en los armarios, bajamos a ver a Jamal, que disponía de un despacho improvisado el hall del hotel y por 750 dirham, unos 75 euros, nos apuntamos a todas las excursiones.

20.6.06

"Tirar la toalla" - Felipe - 14-06-2006

A Marta Gutiérrez A.

Cuando le conocí Enric Vilalta vivía en Poblenou, un barrio industrial de Barcelona y nos veíamos única y exclusivamente para hablar de boxeo. Por entonces trabajaba como soplador de vidrio en un lugar para turistas situado entre las callejuelas del “Poble Espanyol”, en Montjüic. Tenía 23 años y el corazón de un guerrero antiguo. Me trataba con el respeto debido a los mayores de edad aunque en mi caso sólo hubiera cumplido los 28, y lo que me fascinó de él, desde el principio, fue su madurez personal y aquella fortaleza física extraordinaria. Si hubiera sido más alto le habrían llamado Hércules, pero como no pasaría del uno sesenta y pocos, en la Avda. Icaria le conocían como “Erculito” (Sin hache, no sé por qué). La primera vez que le oí hablar decía cosas tan sorprendentes como esta: “La capacidad de lucha va unida a la cualidad personal para la resistencia frente a la adversidad”. Y como entre el auditorio del garito clandestino donde entrenaba no había mucha gente capaz de entender aquello añadió: “Los que crecen entre algodones son blandos para la vida y no saben encarar con éxito los riesgos de vivir por cuenta propia. Son caguetas y tan pronto aparecen dificultades serias arrojan la toalla, se rinden, se dan por vencidos. Claudican”. Eran muchos adjetivos juntos, pensé, y me acoplé a sus tertulias en los descansos, entre un tiento y el siguiente. Les entrenaba un tipo apodado Lalo, hombre mayor, leñoso, con la cara partida, la nariz aboyada y un mal talante del carajo. “En sus tiempos -dijo Enric- fue un boxeador profesional de cierto renombre. Dicen que peleó contra el campeón de los pesados, Paulino Uzcudum y salió tan mal parado que hubo de abandonar las cuerdas”. Aquellos jóvenes atletas se sentían dentro de algo llamado “Cantera”; unos locos del ring que entrenaban a diario, hacían guantes y esperaban ilusionados a que el mafiosillo de turno les incluyera en una pelea ilegal donde verlos zurrase la badana. A los que destacaban les tomaban un poco más en serio y les daban unos combates de tanteo antes de federarlos. Enric vivía preso de esa ilusión. Entre las cuerdas se movía como un bailarín, una destreza natural lo acompañaba y en su mirada se veía la luz fría de una mente poderosa. Después comentaba satisfecho la jugada y decía cosas así: “No siempre tirar la toalla tiene connotaciones negativas. Si el enemigo o la adversidad supera nuestras fuerzas, lo más inteligente es reservarse y recobrar el aliento con objeto de ir a la lucha en otra ocasión. Ser barrido en una contienda desigual no dice de la valentía sino de la estupidez. En el Ring, como en la vida, puede darse el caso de tener que vérselas con un oponente colosal; de ahí que una buena estrategia sea enfrentarse al adversario con el mejor juego de piernas, la cintura necesaria para esquivar los golpes demoledores y el estado de forma que te permita encajar los crochet a la mandíbula sin quedar noqueado. A veces resistir es dar por perdidos combates que, por una o muchas razones, no podemos ganar”. Me sorprendía porque era como escuchar a uno de Filosofía y Letras. Pensaba que tirar la toalla es un acto sagrado de libertad personal y decía: “La pelea, amigo mío, es un compromiso a dos bandas: con la victoria y con la dignidad. El derecho a rendirse debe estar garantizado”. Al entrenador le llamaban “el mister”, como en el fútbol, y una vez en el cuadrilátero era como Dios. A mí me disgustaba: me parecía un tipo feo por dentro y por fuera. Como todo el mundo sabe, en el boxeo quien tira la toalla no es el púgil, que se halla enfrascado en la lucha, sino su entrenador. Lo vi todo, entre un publico escaso de ojeadores y amiguetes yo estuve allí aquella noche y no entiendo por qué a Lalo se le fue la olla y quiso arriesgar más de la cuenta para que el mafiosillo de turno viera su juego de piernas, su magia personal, sus cualidades innatas. Ya habían pensado que “Erculito” (sin hache) iba a ser un apodo formidable para la prensa. Resultó una pelea durísima, bestial, y Enric quedó, para el resto de sus días, en una silla de ruedas. Mientras su corazón guerrero se adaptaba pasó algún tiempo obsesionado con tirar la toalla.

30.5.06

Las Alpujarras, 28-05-2006


Chimeneas en Capileira, Las Alpujarras.

"Odio a la gente" - Felipe Gámez - 20/05/06

Nuestra vida se hace por etapas. Cuando una se soluciona se cancela y empieza la siguiente. Con frecuencia unos estadios se solapan con los otros para dar tiempo a que ciertos temas concluyan avalados por modelos de razonamiento nuevos (mejores y más precisos) que ajustan las vivencias anteriores y las presentes con el objeto de ir rematándolas. Al cabo de cierta edad, lo que nos acota y define como personas únicas viene dado por la historia de cómo concluyeron aquellas etapas, hoy sintetizadas bajo un título: experiencia.
Hace poco, en casa, conversando con unos amigos surgió la expresión: ¡odio a la gente! Y convinimos en que es un dicho usado en Málaga con cierta regularidad. En un principio se me ocurre que tamaña expresión deriva de un tipo de persona detenido en la adolescencia, cuando el otro aparece como un competidor evidente: el congénere molesto que nos recuerda cuan vulnerables somos. La mente, aún infantil, tantea fuera de su carcasa y busca establecer nexos mejores, relaciones nuevas y duraderas con el mundo exterior. De como concluyan o solucionen esa multitud de tanteos quedarán adheridos al carácter corolarios más o menos inútiles que, a modo de colgajos penderán de nuestro comportamiento por tiempo ilimitado. “Odio a la gente”, pienso, es una de esas excrecencias que realimenta sin querer y sin darnos cuenta la vida ordinaria. Odio a la gente porque les siento amenazadores y al fondo de ese sentimiento subyace la ambivalencia, el temor adolescente sin resolver.
A veces el “odio a la gente” sólo es una proyección de algo más profundo e inquietante: “me odio a mi mismo”, porque estoy en desacuerdo con mi vida tal y como fui capaz de plantearla o llevarla a cabo. Me he decepcionado y como no puedo aceptarlo o reconocerlo digo que la gente me decepciona y eso justifica mi odio o que vea en los demás una imagen precisa de mis carencias y debilidades.
Cavilo en todo esto semanas después, en la quietud de mi estudio, mientras la tarde fluye como un limo dorado y viscoso que se oscurece con las horas y pasa sin dejarse advertir; sobre todo siento cómo se desliza sin hacer ruido, quizá para permitir detenerme a pensar en mis amigos y en el tema que esa tarde destaparon. Asuntos del tipo “odio a la gente” se prestan al lucimiento interpretativo con argumentos razonados, serios e inteligentes. Los abiertos por mi en los párrafos de arriba son los más obvios y comunes pero estoy convencido de que la propuesta es poliédrica y daría para muchísimo más.
Cierro y abro etapas, como cuando era joven. Primero las Cartas legendarias (para Onda 8), luego los artículos periodísticos, Desayunos con ortigas, y más tarde los relatos de Málaga desde el corazón donde yo mismo fui un personaje de ficción más del elenco. La meta ahora es Matices con empatía, un título que reunirá 52 micro ensayos (un género donde pienso tomar todas las licencias justificadas en su enunciado como “composición literaria flexible” donde afrontaré los temas con una intención: pensar y dar que pensar.
Según se maneje una página da para mucho, y en éste caso el “mucho” se refiere a la idea de abrir inquietudes (nada más y nada menos). Se me ocurrió entrar en Google y escribir en el buscador, “odio a la gente”; el resultado, en unos cuarenta segundos, da para más de tres millones de entradas. ¡Qué sorpresa! La gente odia a la gente en todos los sentidos imaginables posibles, entre otros, la gente odia porque no entiende nada, empezando por lo que más duele, que es no entenderse a sí mismo. Algunos quieren entender a Proust sin leerlo, o lo que es lo mismo, saber desde la ignorancia, comprender sin madurar. Pocos llegan a darse cuenta que los años pasan y las experiencias no se regalan. El demonio no es tan sabio como parece, solo es un viejo loco que repite todas las maldades posibles, reales o imaginarias.
Antes de que la tarde se rompa del todo saco a mi perro a dar un garbeo y de paso camino un rato. Por raro que parezca me costó descubrir que el paseo del animal es también el mío. Una actividad provechosa pues me da para entender que el demonio no odia a la gente, hace el trabajo que le gusta y se lo toma en serio, lo hace como un profesional por eso, por que le gusta.

MATICES CON EMPATIA

"Matices con empatía", así se llama la nueva serie de escritos, micro ensayos los denomina, que empieza nuestro amigo Felipe Gámez y que periódicamente iremos subiendo a este blog. ¡Gracias, Felipe, por seguir deleitándonos con tus estupendos relatos, escritos, ensayos o micro ensayos!.

29.5.06

Crónica de la reunión del 25-05-2006

Pedro nos envió su crónica de la reunión celebrada en la cafetería "El Jardín".

"Solo unas lineas para comentaros que, el pasado día 25 nos reunimos en la cafeteria El Jardín en Málaga, los siguientes amigos: Peter y Pepe, que fuerón los primeros en llegar y ya se estaban poniendo morados a cerveza, impacientes los chicos y viendo la poca verguenza del convocante, que llegó tarde y bien acompañado, Peter opto por reclamar vía móvil la presencia de buena parte de los restantes, los cuales como el otro que dice, estabán a la vuelta de la esquina; pasadas las 2045 horas aparecimos Carlo y un servidor y un buen rato despues hizo lo propio Joan, Felipe que habia confirmado su asistencia no pudo venir, a la hora convocada se encontraba en la capital de la realidad nacional andaluza. Quizas alguien quiera pensar que solo fue una casualidad, que la fecha de la convocatoria de los Locos por Internet fuese el día 25 de Mayo, y que por tanto coincidiese con el Día del Orgullo Friki, pues no, de hecho felite a todos los presentes con motivo de la conmemoración de tan excelso día. Posiblemente alguien piense que eso de ser un Friki es ser como el Dantes o la Tamara la mala los del no cambié, el Pozi o el Sabio de Tarifa, pues casi, pero no, como bien dice la Wikipedia, no hay que confundir a un Friki con un Notas, que solo hacen cosas extrañas con el proposito de llamar la atención, un Friki es una apasionado y entendido aficionado empedernido a uno o varios temas, yo quiero reconocer a un monton de frikis en los que nos reunimos en LxI, Internet, Informática, cacharro electronico variado, ese es nuestro tema central y tal como definen al friki, algunos hemos adoptado esta afición como forma de vida, más o menos aparente o mas o menos reconocida. En la reunión pues tambien se trataron otros temas como siempre, pero solo de una forma muy colateral (sin bajas), afloraron temas de siempre, Linux, Vista, los formatos de video, la relación de Yotube con el exito músical de El Koala y los tipicos ¿a tí como te va en el trabajo? o ¿que coño hacen 6 municipales acosando al viejo vagabundo ese?; esta fue una de las pocas reuniones en la que los de "La Ley de Málaga" (abogados y asimilados) estaban en clara minoria y esto se noto en los contenidos de la tertulia, a penas nos enteramos de dos o tres interioridades del ilustre Col. de Abogados y de los proyectos editoriales de nuestro contertulio y sinembargo amigo Pepe, en temas de derecho fue Peter en su calidad de abogado consorte el que le dio las repilicas a Pepe y Carlo hizo una breve disertación sobre las diferencias estructurales y subdivisiones del Estado Italiano y Español a proposito del debate de los Estatutos y de paso nos restregó que estaba recien llegado de vacaciones en Italia, esto dio pie a Joan para sacar a colación unas referencias historicas de la relación de la Corona de Aragón con varias regiones italianas y sobre la pervivencia en aquellas regiones de un cierto sustrato idiomatico de origen español. La señal para finiquitar la tertulia la marco el culo de la botella de tintorro, abrazos, despedidas, algun que otro crujir de huesos, la dolorosa cuenta y unos se marcharón para casita y otros sedientos de cultura, se desplazarón al Pimpi, donde es sabido que hay un salón de tertulias, frente a la puerta del mismo nos acomodamos y degustando en silencio una frugal cena teminamos la noche.
Y eso es todo amigos.
Pedro".