16.7.06

Tánger, 2ª parte: la llegada - Felipe Gámez

Segunda parte, la llegada

Tánger empieza donde Marruecos termina así que cuando salimos a pasear, dispuestos a llenar de pasos perdidos las dos horas que nos faltaban para el almuerzo, nos encontramos asomados al balcón mediterráneo de una ciudad puente. Quiero decir, a medio camino entre lo que fue y lo que es, o también cabría reconocer que se trata de una ciudad árabe que mira en su interior y en ella ve la Europa universal.
Frente al hotel SolAzul se extendían las playas kilométricas de la bahía de Tánger, poco concurridas aún y de arena fina, algo compactada por las últimas lluvias y batida por el viento del mare nostrum. Aunque parecidas no las confundiríamos con las playas de Tarifa porque en España no se ve en ellas nada parecido a camellos o pacientes borriquillos, explotados (o mejor decir, jorobados) en el negocio del paseo y la foto turística. (Bueno, si, los burro-taxis de Mijas son algo por el estilo) Salimos de negociar con Jamal nuestras excursiones y fuera del hotel la mañana era azul, cálida y sensible de un abril como el nuestro. Unos cuantos escalones bajaban desde la puerta del hotel a la calzada de una vía rápida con toda la pinta de ser el Paseo Marítimo de la ciudad. Ya en la acera, un morillo aseado y bien vestido, de unos nueve años, nos ofrecía cajetillas de chiclet con sabores a frutas por 50 céntimos, sonreía y nos llamaba “¡amigos!” en un español sin acento. Amistoso, incluso cariñoso, el niño consiguió ganarse unas monedas, incluso nuestro afecto, en los pocos días que estuvimos alojados.
El tráfico era endiablado, como en Málaga, sólo que la veda al turista, salvo despiste u omisión parecía estar algo más abierta. Traspusimos la calzada escabulléndonos por entre el tráfico abundante y enseguida supimos que, en efecto, aquel era más o menos el centro del Paseo Marítimo. En la playa, como he dicho antes, jumentos lanudos y temblones, que habrían hecho las delicias de Juan Ramón Jiménez, enjaezados para entretener al personal, hacían lindos viajes hasta la Alcazaba. Por el contrario, sus colegas mamíferos artiodáctilos, porteadores mucho más potentes, prestaban sus incómodas monturas a quienes, atreviéndose a encaramarse a la cruz de sus jorobas, pedían ir hacia el Cabo Espartel y el Faro.
Como en todas partes la publicidad se valía de los motivos más fáciles y simples. MariJose, arropada en un fino chal verdoso hizo sus primeras poses dispuesta rondar con ellas a la esquiva posteridad. Otra constante es que todo estaba un poco en obras y en algunos sitios para llegar a la arena había que salvar un desnivel de cuatro o cinco metros bajando por unas escaleras empinadas y sin baranda. Prendidos de la mano caminamos un rato en dirección al centro, con la penosa impresión de llevar en la cara, serigrafiado, el sello inconfundible de los turistas pardillos con los que se ceban los pillastres de siempre. Aunque debo decir, y con razón, que nadie vino a molestarnos abordándonos en esa primera incursión en terreno desconocido. Bien pertrechados para el ojeo libre e indiscriminado no desaprovechamos la ocasión para fijarnos en cuanto de novedoso, original u extraño halláramos a nuestro paso, que no fue nada en absoluto. Alguna fuente pública, el monumento a un prócer, las vallas publicitarias ... todo bastante familiar.
La mañana invitaba y junto a nosotros, otros turistas: españoles y franceses sobre todo, pasaban empujando al sol con el rostro pálido y ojeroso de los que invertimos muchas horas al día bajo la luz blanca de las oficinas. La diferencia en el matiz de la piel era obvia respecto a las familias marroquíes, europeizadas o no que hacían lo propio junto a sus niños. Mujeres de edad media, cara redonda y pelo oculto tras el rígido velo negro, lucían un moreno específico (sociológicamente de aluvión) y supongo que aquel sol aún “clarete” no impresionaba lo más mínimo a la textura de la piel aclimatada a la zona. Los niños son niños en todas partes y aquellos, (MariJose les llama pequeños tiburones) daban la vara como es natural riendo y correteando por doquier en juegos propios o inventados sobre la marcha. Antes de llegar a la playa de la Alcazaba, delante de la Medina, nos volvimos, desandamos los pasos y deambulamos tranquilos por los alrededores del hotel haciendo tiempo para llegar a la hora del almuerzo. Sentados en un banco intentamos sentirnos en ¡África! Y al no lograrlo del todo llamamos por teléfono a los hijos para dar novedades del viaje: nos encontramos bien, ¡que no cunda el pánico!
Sabía ya, por otros viajes, que MariJose es una compañera solícita, cordial, dispuesta a interesarse en todo y por todo. No en vano sumamos a esta salida algunos miles de kilómetros juntos y decir que nos encontrábamos “agustito” quizá sea decir poco... o decirlo todo. Puedo añadir que nos compenetramos con facilidad, que se nos hace sencillo ir del uno al otro; disfrutadores de la fugacidad inevitable del momento. Corredores de fondo de la vida, caminantes del paso seguro y del sentir sereno, anduvimos esas horas entre la Tánger que se reconoce y la que se sueña. Tal y como fuimos descubriendo en los días sucesivos, la ciudad entiende todos los lenguajes en los que los hombres y mujeres insistimos en ser felices o desgraciados.
Marruecos es un país dentro del cual se desarrollan diferentes proyectos vitales, en unos aparece o se perfila una sociedad moderna que respeta los derechos humanos y en otros pervive un proyecto social donde inercias de corte medieval continúan pesando mucho. No se nos oculta que la religión, tal y como se proyecta desde el punto de vista islámico, juega en el mundo marroquí un papel preponderante. Aconsejados por Jamal, el vendedor de Flandria, comimos en el Sea Rainbow un restaurante próximo al hotel. No teníamos ganas de correr riesgos sanitarios y el lugar nos pareció agradable. Almorzamos por diez €uros (unos 100 dirhans, caro) y recuerdo el servicio esmerado de unos jóvenes camareros muy profesionales y competentes.
Sobre las cuatro de la tarde se presentó el Flandria Bus y dio comienzo la primera excursión. El guía que iba a conducir la expedición se presentó: me llamo Hamed y haremos un trayecto por la ciudad de Tánger, sus alrededores y su historia. Finalmente veremos La Medina, en el casco antiguo, entraremos en los bazares y podrán hacer compras, siempre, siempre, negociando los precios finales con el vendedor. En Marruecos el comercio y la negociación son columnas fundamentales en nuestra manera de ver el mundo. Arrancamos y el guía, como es natural, fue pródigo en unas cosas y parco en las que podían ser delicadas. Hablar de Marruecos –dijo mientras subíamos por la avenida de Mohamed V– es asomarse a una sociedad compleja en la cual conviven muchas culturas que pertenecen a diferentes épocas históricas, como la "Edad Media", en coexistencia con estructuras de fin del siglo XX. Costumbres idolátricas se solapan con creencias musulmanas en un difícil equilibrio con los últimos descubrimientos de la ciencia contemporánea.
Hamed hablaba por un microfonillo mientras el autobús circunnavegaba la ciudad. Empezamos por los bulevares principales, que también son la zona más moderna y occidental. Hamed partía de la idea de que estábamos allí para comprender su mundo y decía: Para entender a Marruecos debemos considerar su sociedad según lo hace Paul Pascon, un conocido sociólogo de origen franco-marroquí, que llamó a nuestro modelo de convivencia,"Societe Composite". Algo así como un entramado social caracterizado sobre todo por la convivencia de todas las tradiciones y contradicciones imaginables, a menudo en armonía. Escuchándolo y en contradicción con sus palabras recordé algunas ideas de Leila Chafai, una voz africana clara e indiscutible, líder por los movimientos de mujeres marroquíes, estudiosa y doctora en Sociología.
Era un guía profesional, algo así como federado y lucía en la chilaba terrosa la acreditación legal correspondiente. Quiero decir que tenía bien aprendida la lección y que se notaba bastante que no hablaría de su pensamiento, como hombre políticamente libre, sino del rollo ideado y autorizado por la autoridad competente del Ministerio de Turismo. Desde un punto de vista profesional nada que objetar pues él se limitó a contar lo que podía con puntos y comas; es decir, a darnos la versión oficial de la realidad. Todo tan hapy que podía resultar soporífero a la hora de la siesta. Pese a todo no me picó la modorra y creo que en el autobús, ocupado en su totalidad por españoles, nadie lo hizo pese a la voz automática y a lo monótono del tono empleado:
Tánger se extiende desde Alcázar Seguer, hasta las playas atlánticas. –Decía Hamed– La costa del estrecho es irregular por la llegada de la cadena interior del Rif, hasta el mar, con salientes y puntas en Alcázar, Ferdiua, Alboasa, Altares ,Malabata. Allí podrían visitar el faro, el Castillo y las playas de los judíos, Pichones , Agujas y Espartel, lugar donde la costa cambia de dirección hacia el sur convirtiéndose en atlántica.
La zona que rodea la ciudad hacia el interior agrícola, llamada Fahs, muestra pequeños núcleos poblacionales como Auama y Regaia, bastante más llana y solo jalonada por algunas sierras de bajo nivel como el Yebel Zairo, famoso por sus fuentes al sur y los montes de Tánger al oeste.
En la prehistoria este territorio estaba poblado por un hombre, semejante al del Neardental, descubierto en el Fash (Mugaret el Aliya) 50.000 a.c., desarrollándose una civilización mauritana, semejante a la de la península ibérica , entre 20.000 y 9000 a.c. Los fenicios fundan una colonia en el Marshan 1450 a.c. Cartago funda un campamento en Tingis entre 475 al 450 a.c. Destruido el imperio Cartaginés la ciudad se convierte en capital de un principado mauritano independiente, pasando a ser colonia romana con Augusto en 38 a.c. instalando, como reyes a Juba I y Juba II los más célebres reyes norteafricanos. En el año 42 d.c tras una revuelta contra el imperio el emperador Claudio la conquista declarándola capital de la provincia Mauritano-tingitana. Desde entonces tiene dos calles principales una que sale del zoco grande, coincidiendo con la actual calle Siagin y terminaba en Bab el Marsa. Su forum coincide con el zoco chico. En los alrededores había varias haciendas agrícolas y una factoría de salazón en Cotta. De esta ciudad salía la calzada hacia Sala y Volúbilis.
El autobús bordeaba la ciudad y había dejado atrás los barrios residenciales donde su discurso bajó aún más de tono: colinas erosionadas rodean la ciudad por el oeste, con una altura máxima de 327metros, bonito arbolado y magnificas mansiones. Sobre el estrecho se encuentra la playa de los judíos y en su extremo occidental, el faro, con su playa y más hacia el sur las prehistóricas cuevas de Hércules, hacia las que nos dirigimos y las ruinas romanas de Cotta, junto a el centro turístico del Mirage y la amplia playa de Jeremías que por la hora no tendremos tiempo de ver.
Mientras nos acercábamos a las cuevas de Hércules yo recordaba la mitología y él los alrededores tangerinos: no lejos de aquí se encuentra Melusa con Sidi Alí patrón de los dementes, muy venerado en toda la región, fue sede de una intervención local, contando con un orfanato y centro psiquiátrico. En la comuna de Azzinate se encuentra Regaia, que junto a Cuesta colorada, en la antigua carretera de Rabat fueron sedes de un destacamento militar durante el protectorado para la vigilancia de la frontera con Tánger.
Sobre las seis de la tarde el bus de Flandria nos dejaba a la puerta de la gruta de Hércules y allá fuimos todos en tromba hacia el interior de la cueva, en ese momento visitada por otros turistas. Todo el mundo sabe que las grutas de Hércules fueron las del cíclope Polifemo, hijo de Poseidón, al que Ulises, cantado por Homero en el bello poema La Odisea, deja ciego clavándole una estaca en su único ojo.
Nosotros, que somos crédulos por naturaleza, admiramos y remiramos la gruta esperando que a Polifemo se le hubiera pasado el cabreo y salido de caza. Es de suponer que Poseidón, como buen padre le habría devuelto la vista una vez que Ulises salió zumbando para Ítaca. La naturaleza de nuestros orígenes despierta ecos y voces profundas así que todos sentimos que en aquella sima se conservaba rastros humanos inolvidables y nos dio hacer una buena tanda de fotos (Detrás de MariJose, aparece Hamed). Al salir nos dedicamos a ojear la abundante y variopinta artesanía que algunos vendedores exponía aprovechando cualquier oquedad disponible. No compramos nada no porque no nos interesara el genero sino porque nuestra disponibilidad económica aconsejaba ser prudentes.
De nuevo en el autobús, Hamed tomó la palabra y informándonos que pasaríamos, de vuelta a Tánger, por donde el Mediterráneo y el Atlántico se unen creando un paisaje de indudable e inusual belleza, y reconozco que fue tal y como dijo. Cuando el viento sopla de España –decía Hamed– las playas Atlánticas están resguardadas y los tangerinos vienen aquí. Por el contrario, cuando el viento procede del océano, las playas mediterráneas son tranquilas y seguras, por eso los tangerinos se refugian allá. Eso significa que en verano Tánger es un sitio perfecto para solazarse.
Según el guía llegaríamos al Zoco atardeciendo y mientras el bus cubría el trayecto amenizó la media hora larga con historias, unas más y otras menos conocidas:
La tradición oral tangerina nos dice que, después del diluvio, yendo a la deriva el Arca de Noé a la esperar de tocar tierra firme, sucedió que una paloma con las patas manchadas de barro se posó en el puente del Arca. Sus ocupantes exclamaron entonces "Tin jâa", o sea ¡tierra! Bueno, tranquilos, es poco probable que la lengua de Noé fuera el árabe ... Tanja, en lengua bereber, significa humedal, lo que tendería a probar la existencia de un asentamiento humano amazigh bastante anterior a la llegada de los fenicios.
Por lo que sabemos, las leyendas sobre los orígenes de la ciudad o sobre los hechos acaecidos en su región de influencia tienen dos orígenes: la fuente bereber, basada esencialmente en la lingüística y la fuente griega mucho más abundante y documentada.
Puse atención porque cuando escucho de pronto que se nombra a los griegos, me despepito sin querer y me pongo a contrastar conocimientos que provienen de cuando era joven. El guía decía: Son los relatos griegos los que nos han hecho llegar las más bellas leyendas acerca de Tánger. Según Platón, la región de Tánger, así como el resto de Libia, era del dominio del gigante Anteo, hijo de Poseidón y de Gea (La Tierra). Al parecer era costumbre de Anteo retar en duelo a todo aquel que, gozando de una cierta corpulencia se atreviera a pasar por sus tierras a las que había dado el nombre de su esposa, Tinga. El gigante, tras liquidar a sus víctimas, adornaba con sus despojos el templo dedicado a su padre.
Así fue hasta la llegada de un semidiós, Heracles, (para los romanos Hércules) hijo de Zeus y de la bella Alcmena, que no solo aceptó de buen grado la batalla sino que consiguió deshacerse de su contrincante ahogándolo mientras lo mantenía en el aire para que Gea, su madre, no el devolviera las fuerzas perdidas. Cuentan que en el curso del combate un golpe de sable de Heracles abrió de un tajo el Estrecho de Gibraltar y que para celebrar la victoria Heracles mandó construir sendas columna a un lado y al otro del estrecho que durante milenios serían las fronteras del mundo conocido.
Tal y como era costumbre Hércules tomó por esposa a la viuda de Anteo y esta diole un hijo llamado Sófax, que a la larga fundaría una ciudad a la que llamó Tingis. Y ahí es donde Hamed quería llegar para terminar su perorata pues el bus estaba aparcando en una glorieta próxima a las murallas desde donde partía la visita a los bazares y al zoco de La Medina.
Anochecía, se hacía tarde, refrescaba y yo creo que Hamed quería concluir su jornada lo antes posible. Tenemos la idea, no se si será verdad, de que los moros aman la dulce conversación y el beber distendido con los colegas, tanto como les disgusta el arduo trabajo. El caso es que empezamos La Medina por arriba para concluir en el Puerto donde el autobús esperaba para llevarnos al hotel. Todo en una hora, quizá menos. ¡Visto y no visto! ¿Se entra a ver un museo a uña de caballo?, ¿a que no? ¡pues eso! Hamed quería irse a su casa... con sus chiquillos, o con los amigachos, a pegar la hebra, y nos despeñó a todo meter por aquellas cuestas. Nos llevó arrastrando los ojos por las fachadas coloreadas, por los viejecillos vendedores con caras de rabinillos (el hambre, digo yo) los puestos de venta, por lo general bien surtidos, ahondados por callejas estrechas y recovecos atestados de moros. Entonces no me di cuenta porque anduvimos atareados en no perder la chilaba del guía que trotaba y se nos escapó una de las mejores, pues el zoco y La Medina de Tánger bien merecían, cuando menos, gastar un día entero curioseando por allí, tanteando los géneros, empapándonos del ambiente, de los olores de las especias, y del tacto del algodón con el que fabrican las prendas...
Una cosa no descuidó Hamed, la visita a la tienda donde, como es natural tiene su comisión por las ventas. “Vean todo con tranquilidad –decía– no hay prisa. Y cuando tengan lo que quieren negocien con el vendedor, sobre todo negocien”. Allí hicimos las primeras compras, mientras el guía hablaba con el propietario en su lengua de trapo.

3 comentarios:

Marta dijo...

Estas satisfecho con el viaje con Flandria Bus? Muchas gracias por tu respuesta.

Anónimo dijo...

No,yo la hice y la visita la estropea el guía Hamed.Tiene bastante mala sombra y te lleva a la carrera.Lo único que le preocupa es que estés lo mas posible en las tiendas donde el va a comisión

Anónimo dijo...

Flandriabus es un timo y el tal Hamed y sus ayudantes unos perfectos sinvergüenzas que lo único que quieren es que te dejes el dinero en los bazares en donde llevan comisión .