30.5.06

"Odio a la gente" - Felipe Gámez - 20/05/06

Nuestra vida se hace por etapas. Cuando una se soluciona se cancela y empieza la siguiente. Con frecuencia unos estadios se solapan con los otros para dar tiempo a que ciertos temas concluyan avalados por modelos de razonamiento nuevos (mejores y más precisos) que ajustan las vivencias anteriores y las presentes con el objeto de ir rematándolas. Al cabo de cierta edad, lo que nos acota y define como personas únicas viene dado por la historia de cómo concluyeron aquellas etapas, hoy sintetizadas bajo un título: experiencia.
Hace poco, en casa, conversando con unos amigos surgió la expresión: ¡odio a la gente! Y convinimos en que es un dicho usado en Málaga con cierta regularidad. En un principio se me ocurre que tamaña expresión deriva de un tipo de persona detenido en la adolescencia, cuando el otro aparece como un competidor evidente: el congénere molesto que nos recuerda cuan vulnerables somos. La mente, aún infantil, tantea fuera de su carcasa y busca establecer nexos mejores, relaciones nuevas y duraderas con el mundo exterior. De como concluyan o solucionen esa multitud de tanteos quedarán adheridos al carácter corolarios más o menos inútiles que, a modo de colgajos penderán de nuestro comportamiento por tiempo ilimitado. “Odio a la gente”, pienso, es una de esas excrecencias que realimenta sin querer y sin darnos cuenta la vida ordinaria. Odio a la gente porque les siento amenazadores y al fondo de ese sentimiento subyace la ambivalencia, el temor adolescente sin resolver.
A veces el “odio a la gente” sólo es una proyección de algo más profundo e inquietante: “me odio a mi mismo”, porque estoy en desacuerdo con mi vida tal y como fui capaz de plantearla o llevarla a cabo. Me he decepcionado y como no puedo aceptarlo o reconocerlo digo que la gente me decepciona y eso justifica mi odio o que vea en los demás una imagen precisa de mis carencias y debilidades.
Cavilo en todo esto semanas después, en la quietud de mi estudio, mientras la tarde fluye como un limo dorado y viscoso que se oscurece con las horas y pasa sin dejarse advertir; sobre todo siento cómo se desliza sin hacer ruido, quizá para permitir detenerme a pensar en mis amigos y en el tema que esa tarde destaparon. Asuntos del tipo “odio a la gente” se prestan al lucimiento interpretativo con argumentos razonados, serios e inteligentes. Los abiertos por mi en los párrafos de arriba son los más obvios y comunes pero estoy convencido de que la propuesta es poliédrica y daría para muchísimo más.
Cierro y abro etapas, como cuando era joven. Primero las Cartas legendarias (para Onda 8), luego los artículos periodísticos, Desayunos con ortigas, y más tarde los relatos de Málaga desde el corazón donde yo mismo fui un personaje de ficción más del elenco. La meta ahora es Matices con empatía, un título que reunirá 52 micro ensayos (un género donde pienso tomar todas las licencias justificadas en su enunciado como “composición literaria flexible” donde afrontaré los temas con una intención: pensar y dar que pensar.
Según se maneje una página da para mucho, y en éste caso el “mucho” se refiere a la idea de abrir inquietudes (nada más y nada menos). Se me ocurrió entrar en Google y escribir en el buscador, “odio a la gente”; el resultado, en unos cuarenta segundos, da para más de tres millones de entradas. ¡Qué sorpresa! La gente odia a la gente en todos los sentidos imaginables posibles, entre otros, la gente odia porque no entiende nada, empezando por lo que más duele, que es no entenderse a sí mismo. Algunos quieren entender a Proust sin leerlo, o lo que es lo mismo, saber desde la ignorancia, comprender sin madurar. Pocos llegan a darse cuenta que los años pasan y las experiencias no se regalan. El demonio no es tan sabio como parece, solo es un viejo loco que repite todas las maldades posibles, reales o imaginarias.
Antes de que la tarde se rompa del todo saco a mi perro a dar un garbeo y de paso camino un rato. Por raro que parezca me costó descubrir que el paseo del animal es también el mío. Una actividad provechosa pues me da para entender que el demonio no odia a la gente, hace el trabajo que le gusta y se lo toma en serio, lo hace como un profesional por eso, por que le gusta.

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