10.5.05

"Cada vez más tarde" - Felipe - 25/04/2005

Querida mía:
¿Recuerdas cuando leíamos juntos a Antonio Tabucchi?. Compramos su libro en Barcelona y al volver a Málaga yo leía mientras tu conducías o tú leías mientras yo me ocupaba del volante. También eran cartas de amor y despedida, ¿te acuerdas?, una colección titulada: "Se está haciendo cada vez más tarde". Lo compré porque a nosotros se nos hacía tarde casi para cualquier cosa. Íbamos juntos separados. Nos turnábamos para conducir o leer pero cuando yo leía era como si viajaras en otro coche, Tabucchi sólo me hablaba a mi, como si él supiera que la tardanza en llegar a Málaga fuera sólo mía. Sobre todo, pienso ahora, era tarde para soñar. Un amor al que le falta tierra para sembrar los sueños es que ha perdido ya las últimas oportunidades. El amor está ligado a los sueños como las estrellas a la noche. A una noche sin estrellas se le hace tarde para ahondar su oscuridad y es como una tabla. En verano todas las noches llegan tarde pero lo compensan con una abigarrada constelación de sueños, en invierno la noche se adelanta pero su prontitud esconde una oscuridad de rescoldo o de albero que es como se conoce a la luz de las ciudades regresando de las nubes. El albero ya no es el amor, ni siquiera su rescoldo porque al amor cuando se le hace tan tarde ya no tiene noche que le acune, aunque se le parezca porque también se queda plano y oscuro y del suelo sube un olor a tierra quemada... Amadísima Hemoglobina mía, decía Tabucchi. ¿Te acuerdas? Me reía y tu decías, no me distraigas, como si la carretera tuviera más interés que mi risa. Ya sé que no era una risa graciosa pues ocultaba la angustia del que comprende que se hace tarde y si embargo no desperdicia la ocasión para decir: me preocupas. Bien, tranquila, ya pasó. Comprendo que al Tabucchi que leíamos: jocoso, intelectual, cosmopolita, ya no le preocupaban aquellos amores perecidos como tales y sólo disfrutaba ganándolos para lo literario. Sencillo y meticuloso les dirigía sus cartas desde la misma posición en la que hoy me encuentro escribiéndote estas letras, es decir liberado de aquella sensación de estar llegando tarde a cualquier sitio. La tardanza era la del propio adiós despidiéndose de sí mismo y de nosotros. Tabucchi se despide de Ofelia, ¿te acuerdas, hacia el final del libro?. Le dice: “Mi dulce Ofelia, hace más de veinte años que flotas mecida por la corriente, hace más de veinte años que veo como te ahogas...”, porque él la quiere y hace más de veinte años que ya no la quiere. Me enseñó mucho aquel libro sobre amores y despedidas, sobre todo aprendí a ver con naturalidad cómo algo tan bello y sublime como el amor se empequeñece hasta quedar convertido en una casa vacía. Entendí que cuando se hace tarde, ¡tan tarde!, olvidas que has amado y que la casa es aquella noche reducida, sin tiempo, sin tierra para los sueños y sin estrellas. Lo sé como se saben los recuerdos, lo veo como se ve el dolor una vez curado. Aquel viaje Barcelona-Málaga fue en realidad como el regreso de una vuelta al mundo que había durado 30 años.

Escribo esta carta animado y con la brevedad de un haikus. No quiero cansarte ni cansarme. Junto a ciertas personas la vida se comporta como algunos cuadros de Magritte en los que lo de fuera parece estar en lo de dentro para anularlo (también lo decía Tabucchi, ¿recuerdas?). Felizmente para mi lo de fuera y lo de dentro se aúnan ahora, colaboran, se entienden, construyen juntos. Por fin concluyó aquella moda absurda que tanto hizo sufrir a los hombres de mi generación: se acabó calzarse la cota de malla de los héroes y ponerse en plan salvador. Un amigo mío lo cuenta con mucha gracia: “Cuando una mujer viene y me dice, ‘Pedro, tengo un problema’, echo a correr. ¡Escapo, huyo! A veces me vuelvo y le grito: ¡que te salve tu padre!”

Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.

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