21.11.05

"Autosuficiencia" - Felipe Gámez

Paseábamos cogidos de la mano y yo pensaba: ¿qué será más real el frío (invitado seguro de aquella Navidad) o el corazón que arde embelesado? Por lo que recuerdo, Málaga caía desde el cielo y ella preguntaba: ¿donde estás? . "Estamos soñando", respondí. Ella sonrió y me apretó un poco los dedos para hacerme sentir que el sueño era real. Veníamos de tomar un chocolate caliente cerca del Erosky e íbamos, sin prisa, en dirección a calle Larios. Málaga fulgía como salida de un Christma navideño y, ante la belleza de la ciudad festiva me estremecía y daba vueltas a la idea de que no figurábamos en una simple postal sino en el metraje inesperado de una película rodada por un alegre turista japonés. Dándole cuerda a lo imaginario nos vi pasando ante la cara incrédula del turista y su familia que preguntaban si cuanto fue filmado era real; es decir: si Málaga engalanada para dar la Buena Nueva tiene otros trajes menos suntuosos o siempre muestra la bella fugacidad del espejismo, cristalizado digitalmente, en la novedad del instante irrepetible. Caminábamos y me dejaba llevar por tales visiones cuando ella insistió: "¿Estás aquí o en alguno de tus mundos?". Esta vez sonreí yo y le apreté un poco la mano para darle a entender mi proximidad y con ella que la realidad (al menos para mí) entrevera unos mundos con otros en un delicioso patiche . "Lo sé, -dijo-. Te voy conociendo y a veces esa mirada especial indica lo muy lejos que te hallas". No era un reproche sino un sustantivo destinado a fijar mi atención. Un modo sutil de hacer saber que si aceptas una invitación para salir adquieres responsabilidades concretas. Anochecía... o amanecía (no sabría decirlo) e íbamos de la mano, como si uno fuera el lazarillo del otro. De repente, mientras cruzábamos la amplia Alameda Principal ella se paró en medio de la calzada y dijo: "Hay poetas que son maestros de la autosuficiencia y parecen inmortales porque no se implican, ven las miserias del mundo y no sufren porque, cobardes, rehúsan bajar a la arena y pringarse. Los pocos casos en los que el poeta quiso hacerlo fue vencido por la realidad, es decir: aniquilado". El semáforo estaba abierto para los peatones pero en alguna parte de sus tripas algo descontaba los segundos. Cuando el tráfico rodado se reanudó y empezó el piterío ella me sujetó. "¡Quieto! -dijo- No te pongas nervioso y bésame". Mas tarde supe que indagaba en el tipo de poeta que no soy. No nos mataron de milagro. "Gran parte de la poesía actual me parece patética -dijo luego camino de su dormitorio- una burla blandengue y falaz a la inteligencia del que ama lo verdadero. El poeta que me interesa acepta bajar a la arena, y si se tercia, ser destruido. ¿Porqué no? Sin muerte no hay resurrección, es decir: eternidad". Yo la seguía con dificultad, a veces ensimismado y a veces pensando muy deprisa. Ella, quejosa, decía: "No me jodas, ¿vale? No me defraudes. No te perdonaría que te pongas como Paulo Coello y hables de Málaga como una ciudad bella y sin maldad. ¿Entiendes lo que te digo? ¡Málaga es el puto infierno! O si lo quieres fino, la puta del paraíso. Esa clase de puta que tras darte todo el placer te apuñala por la espalda". Pertenece a esa clase de individualidades poderosas que pueden permitirse ir por libre. Lo nuestro duró (como dice Sabina) lo que un trozo de hielo en un whisky on de rock. Las coincidencias en su cama o en la mía ralearon y ahora nos vemos para charlar a solas, quiero decir: a medio camino entre sus mundos y los míos. Me considera, un "buen tipo equivocado", aunque ya conseguí -menos mal- que no me asocie a las blandenguerías "sin chicha ni limoná" de Paulo Coello, "un maestro moña de la autoayuda para maris caseras y tiernas". Para ella Málaga era la peor ciudad del mundo, un infierno de locura e iniquidad. Le faltaba descubrir lo que de veras necesitaba: enamorarse. Pasados unos meses él apareció en su vida, un cowboy duro y autosuficiente. "Ocurrió -dijo al encontrarnos, y sonreía llena de vida-. He cambiado, sabes. Aquella pátina de autosuficiencia ocultaba ¡tantos miedos!".

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