13.2.06

"Brokeback mountain" - Felipe G. - 13-2-06

La vida, tan lisa y monótona, tan común, tan simple de días en apariencia calcados, repetidos y sucesivos como las cuentas de un rosario, es, a poco que nos paremos a considerar sus detalles, más extraña y misteriosa de lo que en nuestra prisa y abundancia nos paramos a reconocer. Con frecuencia pasamos por alto multitud de inesperadas propuestas, cientos de microcambios que desechamos sin prestar atención porque nos inquietan más de lo que deseamos reconocer. La simplicidad de la vida no viene de fuera (que ya sabemos es rica y compleja) sino de nuestro interior, asentado sobre intereses, planificaciones y conveniencias encaminadas a que todo siga como está. A veces lo que se nos remueve por dentro es tan hondo y sus estremecimientos tan intensos y vitales que ciertos sistemas se alertan y toman las riendas. La sensación de amenaza puede llegar a ser tan fuerte que nos lleve a pasar la página del día sin reconocer que allí hubo algo que de haberle prestado una mínima atención habría significado una cascada de cambios drásticos y arrolladores en nuestra existencia. Algo de esa naturaleza me sucedió justo hace ahora un año, un lunes 14 de febrero, día de San Valentín. Una jornada asociada al romanticismo cutre y consumista encaminado a decirnos cuándo, cómo y con qué expresar nuestros sentimientos a la persona amada. Ni que decir tiene que huyo y me paso por el forro semejantes convenciones (día de la madre, del padre o la abuela incluidos) aunque debo todo el respeto a quienes consideran que tales festividades marcan un recordatorio feliz para quienes olvidan a sus seres queridos. Bueno, a lo que iba: en ese día lunero, simple en su cotidianidad, sucedió algo que me sacó del ensimismamiento tan común en mi naturaleza y como se dice por aquí, “me puso a coger caracoles”. Acababa de cenar y mientras me cepillaba los dientes oí el pitido de móvil anunciando la entrada de un mensaje. “T'estimo”. Leí al ver el mensaje. En catalán, escueto y grande a la vez: “T'estimo”. Reconozco que me puse sensiblón y que por un rato disfruté de su bellísimo minimalismo. Alguien había enviado ese “Te amo” como una señal: “T'estimo”, sólo y nada menos que eso. Después de la emoción vino la necesidad de saber su origen, qué trémula mano, qué corazón había representado y concentrado en esas palabras su afecto iridiscente. ¡Mi gozo en un pozo!, cuando llegué al número la pantalla se iluminó con unas palabras: “número oculto”. Me puse a tejer cábalas sin cuento. A ver Felipe, me dije, de las provincias catalanas tan sólo en Barcelona hay mujeres con posibilidad de autoría sobre el mensaje y desde luego se pueden contar con los dedos de una sola mano. Soy hombre afectuoso, de amistad franca y corazón sincero, pero de mis años en Barcelona no puedo contar otra cosa que la peripecia filantrópica de una larga fidelidad matrimonial. Después de que todo eso terminara en “agua de borrajas” prodigué mi cariño con amigos y amigas, porque soy afectivo y enamoradizo... pero siendo sincero conmigo mismo, ajustando la información disponible me costaba determinar a la persona que había escrito aquel “T'estimo”. Debo decir que por febrero de 2005 yo me encontraba libre y melancólico, es decir con ganas de tropezar en la piedra de siempre. Me hice a la idea de que tal vez en unos días llegaría un nuevo mensaje y con él la luz sobre la persona en cuestión. Cuando pasaron los meses y no llegó nada me consolé pensando que todos mis amigos en Barcelona m=estiman y que, esa es la gracia de la amistad auténtica. Me sentí bien porque saberse querido conforta muchísimo y me di a pensar en que aquel tímido mensaje no tuvo nunca connotación sentimental alguna. El caso es que hace unos días se desveló el misterio: recibí una llamada desde Badalona: “Felipe, ¿te acuerdas de mí? Soy Pascual y trabajamos codo con codo en una multinacional italiana?” Claro -dije yo atónito ¡Pascual! Cómo olvidarlo, trabamos juntos tanto como... “¡dos hermosos años!” Dijo él. Luego añadió: “Bueno... amigo, el año pasado te mandé un mensaje... ¿Lo recibiste? Espero que sí. Yo estoy bien, recordándote. Acabo de ver esa película... “Brokeback Mountain” y me he dicho: ¡qué carajo, voy a llamarlo!.

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