19.2.06

"De la materio de lo imposible" - Felipe - 20-2-2006

Tengo un amigo poseedor de un BMV rojo. Línea deportiva, con todos los extras... una pasada. A veces (de tarde en tarde) sueño que viene a Málaga desde su país y me lo regala. Yo lo miro y pienso: no está sucediendo, y él, con una sonrisa lo argumenta: “Sólo es un símbolo Felipe, es tu propia necesidad de creer en lo imposible”. Sólo porque lo entiendo y estamos en la misma onda acepto las llaves. Le digo: hasta que despierte, ¿vale? Y el dice, “OK”. Luego abro los ojos caviloso, como si me hallase a las afueras de esa región mítica de donde procede todo buen proceso literario. Sé bien que la necesidad de creer en lo imposible es un paso previo a creer en lo que no existe. “Arrodillaos y pronto creeréis”, que decía Pascal. Lo curioso es que ciertos lugares de la vida ordinaria se tejen con la materia de lo imposible. Y para muestra un botón. No hace tanto, en el restaurante donde almuerzo de lunes a viernes, encontré a alguien que me reconoció. Me acababa de sentar, esperaba a los amigos habituales y a que Viky, la camarera, se dignase a verme. Se acercó melindroso. “¿Es usted Felipe Gámez?”. Preguntó comedido. Llevaba el uniforme de una empresa de transportes, barba de cuatro o cinco días y esa pinta currante de los hombres que han de pagar una hipoteca superior a sus fuerzas. “Usted no se acordará de mi -dijo sentándose-. Hace muchos años ya, quince o tal vez más, yo era joven y me acababa de enamorar”. Su confesión despertó mi interés y le presté atención. Me recordaba a un actor italiano: Massimo Troisi. Supongo que vio una chispa de curiosidad en mis ojos porque añadió. “Su cuñada era entonces concejal de Cultura del pueblo y usted vino a dar una conferencia sobre el amor. ¿Se acuerda?” En mi se despertaron imágenes de la biblioteca donde tomé datos para aquella conferencia pero no del acto. Sonreí para animarlo y hacerle creer que sí, que algo vago e inconexo volaba aún por mi cabeza... aunque no fuera verdad. Él quiso ser más preciso: “Agosto, mucho calor, la Casa de la Cultura era un horno y usted habló en la fresquita del atardecer, en la Terraza de Pedro, el de la ferretería, ya sabe. Usted vivía en Barcelona, estaba de vacaciones y yo leí la propaganda por la mañana. Me interesó desde el primer momento y fui con mi novia (que hoy es mi mujer) cogidos de la mano, como si nos llevara un temblor. -Agrandó los ojos y yo entendí que todas esas imágenes le desbordaban por dentro-. Todos éramos jóvenes, amigos, seguros de que había muchas cosas que no sabíamos. Algunos estudiaban en el Instituto y otros, como yo, trabajábamos en el campo y nos sacábamos el carné con vistas a colocarnos luego en empresas”. Tal vez tenía prisa y quiso ceñirse a lo esencial, aunque a mi no me molestaban los detalles. “El sol había caído ya y la fresquita soplaba de Sierra Gorda. Usted empezó diciendo que el amor tiene muchos nombres pero fundamentalmente tres: Eros, Cáritas y Filias. -Se atascó, paladeaba una emoción que no sabía manejar-. ¡Fue increíble! No sabe cómo esas palabras, esos tres nombres despertaron en mi ideas y experiencias que luego he comprobado son columnas reales de la vida con la mujer, con los hijos, con los amigos...” La conversación no llegó a mucho más. El tipo solo quería decir que aquella conferencia, sus nombres y algunas de la palabras empleadas habían abierto lugares y territorios que luego la vida y la fuerza de su corazón fueron llenando de conciencia y verosimilitud. “Y se lo agradezco -dijo dándome una mano callosa-. Solo quiero decirle que se lo agradezco mucho”. Me pregunto si supe disimular mi propia emoción. Esa noche me dediqué a revolver entre mis papeles los rastros de una conferencia que yo me esforzaba en vano por recordar. Tras una búsqueda minuciosa hallé una octavilla del Ayuntamiento: CONFERENCIA SOBRE EL AMOR y debajo mi nombre, el año, el día, la hora, el lugar. Recordé que una semana antes a mi cuñada la habían largado de su puesto político como Concejala de Cultura y comprendí por qué sobre la octavilla descolorida un sello municipal cruzaba en diagonal con grandes letras rojas: ¡¡ SUSPENDIDA!!

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