26.3.06

"Teoría de lo inconmensurable" - Felipe - 20/3/2006

Con frecuencia no salimos de nosotros mismos, el imaginario personal lo llena todo como un aluvión de subjetividad y conozco a gente que no sale de sí porque fuera de ellos no son nada. Algunos viven dichosos en sus mundos personales porque bien vistos son inconmensurables y otros son desgraciados porque los sienten como cercados infinitos. Y es que nada pesa tanto como una cabeza vacía. Hablábamos de todo esto un domingo del pasado invierno, durante una agradable sobremesa con un amigo matemático que gentilmente aceptó venir a comer a casa. Le había fallado el enlace con un vuelo de regreso a Minneapolis (Minnesota), en cuya Universidad enseña Ciencias Exactas, y nos llamó desde el aeropuerto. Cosa rara en Málaga llovía esa mañana y disponía de unas diez horas libres hasta la hora de partir. Nos vemos de tarde en tarde y ambos deseábamos sacar el máximo provecho de la oportunidad, así que bromeamos y comimos deprisa con tal de no perder en los preámbulos ningún tiempo. A los postres la conversación adquirió densidad científica. Muy a propósito yo le sacaba un apreciado y viejo tema matemático que tuvo, y aún tiene, repercusiones en otras áreas del conocimiento como la Historia, el Lenguaje o la Filosofía y donde él se maneja con una amplia soltura. “La noción de inconmensurabilidad es un ingenio teórico de Thomas S.Kuhn desarrollado por primera vez en su libro, Las estructuras de las revoluciones científicas -dijo sonriente-. De ahí parte su “Teoría de la inconmensurabilidad de los paradigmas”. Nos encontramos con la misma dificultad al comparar imaginarios personales (en las ideas de Kuhn paradigmas psicológicos) que al ver culturas como el Islam, cuyos imaginarios colectivos son desde nuestra perspectiva lugares paradigmáticos, es decir, inconmensurables”. Tal vez no fuera la sobremesa más larga de todas las celebradas en mi casa (unas cuatro horas) pero sí fue la más inconmensurable si atendemos a su etimología: del latín: commetiri, comparar. Mi interés era saber si la teoría tenía aplicaciones en la vida ordinaria y él dijo: “Por supuesto. Algunos sentimientos, como el amor, en su profunda complejidad, son auténticos paradigmas y por lo tanto inexplicables, incomparables e inmedibles, otra acepción de lo inconmensurable”. En ese punto su voz hizo una inflexión inesperada y el científico cedió su sitio al hombre común. “Llevo algunos meses refugiado en el Campus -dijo repentinamente serio-. Entre Brenda y yo surgieron esa clase de paradigmas. Diez años de matrimonio dan para mucho cansancio y no poca incomprensión. Además, el medio en el que vivimos ayuda lo suyo, la inexplicable sociedad norteamericana tiene una buena base de negocio centrada en las relaciones de pareja. Ya sabes: matrimonio-divorcio-reconciliación o nuevo matrimonio... Los psicólogos, los fabricantes de chocolate, los vendedores de coches y muchos otros hacen su agosto”. Lo consolamos diciéndole que nosotros también pasamos por ahí y que una pareja que supere las desavenencias no es frecuente. “Lo nuestro empezó con ella -dijo él-. Yo llegaba tarde a casa, cansado, y la encontraba con ganas de hablar (un verdadero coñazo) Con frecuencia repetía que la vida es plasticidad, cambio adaptación... un modelo incompatible con mi punto de vista latino. Cuando entendí que preparaba el terreno para dejarme... no lo tomé demasiado bien y ella se atrincheró. Nuestras posturas se hicieron inconmensurables. Me refugié en la universidad, el trabajo, la investigación; luego se me ocurrió venir a pasar unos días con la familia: el origen, el fondo mítico e idealizado de la infancia... la seguridad. Todo eso”. “Somos latinos –decía- y en nuestra cosmovisión los sentimientos son estructuras básicas que pueden cambiar, pero no derrumbarse y desaparecer. Desde aquí empezamos a charlar mucho por teléfono, abrirnos, contarnos cosas y cuando la reconciliación parecía apuntar en el horizonte ella dijo: no volveré contigo y como matemático deberías entenderlo: nuestras vidas se han vuelto inconmensurables”.

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