Se hace las preguntas incómodas de siempre y también me las hace a mi: ¿Por qué escribes? ¿De qué buscas redimirte? ¿Es tan necesario amar y que nos quieran? Bah, sólo por una vez, sé sincero. ¿No es otro modo de ligar? Venga Felipe, (canta todo eso que sabes y nunca llegas a decir, abre el doble fondo de tus auténticas miserias! Te leo y eres uno de esos escritores en los que la palabra está fuera de rango. No lo entiendo. ¿Cómo es posible? ¿Cómo atreverse a hollar, fuera de toda lógica, crecer en territorios que no son propios?. A veces pienso que escribes desde la ceguera más absoluta y que tus textos son las yemas de los dedos con los que acaricias cuanto sientes y amas. Se pone así cada veintiocho días y como conozco sus ciclos guardo silencio y respeto. Sabe que llevo la cuenta y que cuando me llama, en esos días, escondo una grabadora para no perder detalle. “Me inspiras, dice, yo misma siento, puedo palpar lo que hay bajo la piel de tus palabras y no es raro que me atreva a sentir que tras esa piel hay otra y otra, y aún otra”. Por lo que dice sabe mucho más de todas esas palabras que yo mismo. Quizá deba contar que tiene un CI de 140 y que se pasa las semanas trabajando para un tipo que lleva a gala dar vida a cualquier simpleza que se le ocurra. “Os parecéis, dice, tu intuyendo la palabra que va más lejos de sí, él soñando con lo intrascendente, con aquello capaz de no decir nada”. Pese a todo, le digo, es un publicista de éxito y ella lo achaca a que su cabeza está en el montón que hay más. Su capacidad de síntesis me parece prodigiosa. Dice: “La palabra trascendente alcanza pronto la textura, el relieve de lo sensible, la emoción poética; la que se encierra en un mensaje corto, concreto e inconfundible se destina a la publicidad y... ¿sabes algo misterioso? Si te entretienes en descubrirlas verás que, ¡son las mismas!”. Me pregunta si he leído una novela de Kawabata llamada Las bellas durmientes y le digo que no, que ni la oí nombrar. Ella me la cuenta: “Trata de ciertos hombres, avanzados en edad, que bien entrada la noche van a una hospedería donde pueden aproximarse a un grupo de adolescentes que, desnudas, duermen profundamente, por haber sido drogadas. Todos son hombres mayores e impotentes, que pagan un precio por lo que ven y se comprometen a no tocar a las niñas en ninguna circunstancia. Mientras lees, relata, entiendes que las palabras rompen sus moldes y te descubren que la mano imagina algo mucho más bello y poderoso que el tacto mismo. Las palabras encuentran y muestran la raíz profunda de la sensualidad. La piel está allí, perfecta e intocable, para despertar la memoria arrasadora del deseo. Entonces, continúa ella, la palabra trasciende a la poesía y alcanza la mística”. Descubro que ha llegado hasta ahí porque quiere comprobarlo personalmente y me pregunta si estaría dispuesto a vivir la experiencia. “Con una tiza, dice, se trazan dos círculos tangentes en el suelo, de un metro de diámetro aproximadamente. Los círculos no pueden traspasarse, son lugares protegidos e infranqueables. Ahí nos desnudamos y será la memoria del tacto quien ponga las palabras... la poesía”. No sé por qué digo estar dispuesto. “Somos ciegos que ven, dice ella desnuda en el interior del círculo. La mano que no puede palpar se desdobla e indaga, imagina, se enriquece, ensancha sus márgenes reales... ¡Crea!”. Renuncio a describir lo que pasa por mi cabeza y creer en lo que sucede por fuera. Ella está ahí, pero no está. La veo, puedo describir con precisión minuciosa su geografía íntima. La escucho entretejer las palabras con las que descorcha su imaginación y la mía. Se mueve con parsimonia de danzarina voluptuosa, sonríe, (es feliz! y a mi cabeza acuden unos versos deliciosos de Antonio Gamoneda que lentamente le recito con voz ensimismada: Ha venido tu lengua; está en mi boca como una fruta de la melancolía. / Ten piedad de mi boca: liba, lame, amor mío, la sombra.
Un saludo y hasta el corazón de la semana que viene.
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1 comentario:
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